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Me desenterraron del camposanto un 14 de diciembre. Por que no había más lugar allí para los nuevos. Estaba yo muy cómodo, cuando el aire se agolpó en mis secos pulmones. Y una cálidas manos me llevaron fuera, después, tuve que salir arrastrándome de mi lugar de siempre, casi ya sin ser nada, ni nadie, hasta llegar al agua.
No había sal, tomé solamente una bocanada de mi reflejo y me dispersé flotando ampliamente por allí. Encontré más miedo del que buscaba encontrar, y mi cólera crecía ante la incomodidad de las luces que centellaban por doquier.
Podía ya concentrarme y casi podía sentir mi piel, pero al poco tiempo volvía la finura del polvo lastimando mi poca densidad. Mi poca conciencia apenas disipada en el aire polvoriento de un pueblo casi habitado en su totalidad por ciegos y muertos.
Deambulé por las calles derruidas de Charcas, en busca de algún sustento. Pero la luz me consumía de a poco en poco. Cuando podía toparme con algún lugar obscuro me refugiaba lo mejor posible, y luego llegaba alguien. No los podía ver, estoy demasiado cansado para poder ver; pero podía sentirlos, y sin hacer demasiado, soltaban el grito y tomaba yo entonces la sombra de su miedo, comiendo con ansía y furor. En la mayoría de los casos era un miedo inocente y desabrido.
Tomé los recuerdos que quedaban sembrados en algunas mentes del pueblo, aquellos que recordaban mi esencia, que estaba ya casi perdida. Entonces llegaban los dolores de recordarme. Y de nuevo me abalanzaba a gritar por la calles y a buscar a alguien que no recuerdo, sin encontrar nada. Luego los recuerdos se gastaban y me dispersaba en el aire.
Recuperé fuerzas cuando por fin me dio por buscar a los que ya se iban, que tenían sombras grandes de miedo, bien podridas y casi asfixiándolos. Los tomaba desde su alma y agitándolos en el aire gritaban hasta que su cuerpo soltaba toda la sombra, a veces también su luz, que era más afortunada que yo y escapaba como un enjambre. Comenzaron entonces a colocar fuegos que me quemaban y a salar agua e incienso que me hacía desaparecer en el tiempo. Entonces crecía mi rencor y destruía sus fuegos y agriaba sus inciensos y ennegrecía sus aguas. Decidí entonces que no pertenecía a ese lugar. Volví al camposanto pero estaba todo lleno, quemado y olvidado. Ya no podía con tanto olvido.
Con las sombras que conseguí antes, que me bastaron las fuerzas para darme ánimos de andar lejos, y perderme en lugares que quizás nunca conocí, no podía seguir así. Casi sentía mi vida cerca, tenía que escapar hasta encontrar de nuevo un buen lugar para echarme a olvidar.

Texto agregado el 03-03-2008, y leído por 184 visitantes. (0 votos)


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