¿Son mis manos, acaso, esa cáscara dura,
que al llegar la Dedos Rosa con su nombre,
se vuelven parte tuya, en mágica hecatombe,
al sentir mis yemas en tu negrura?
He llegado a bendecir mi culpa,
y a alabar en Minos el placer de mi agonía,
en mis brazos tejo la inmortal elegía,
de la cual nunca se sabrá lo que se oculta;
que en el silencio, recito con placer tus nombres,
porque eres fuente, pero eres compañía,
porque rompes, desgarras y muestras con maestría,
el destino negro de los hombres.
Amada incólume, Piedra mía. |