Cincuenta
Vivo sin pájaros ni gatos, sin caminos pendientes y sobre todo sin angustias que me agobien por las tardes. A cincuenta años de mi existir en esta vida puedo decir que pongo mi cabeza en la almohada y si acaso me atormento con sueños comunes y corrientes.
Me encanta la música que nutre mis sentidos, las voces privilegiadas que enardecen mis oídos, el sonido lastimero del sax, y la rasposa voz de di Bari, el tango de Gardel, y la poesía, añoro las tardes teñidas de nostalgias bajo el sonido de la marimba, y las letras de alguna narración olvidada entre los libros que siempre han sido mi compañía o mejor aun, entre las letras que poco a poco han nacido de mis propias vivencias.
Adoro las manos de mi mujer acariciando mi rostro, ¡Laura!, su cuerpo cobijado bajo mi cuerpo, su voz apagada con mis besos. Adoro sobre todas las cosas la mirada tierna que parece reprocharme todo el tiempo; y la melodía encadenada con la que habremos danzado alguna tarde con el ritmo desencantado que nunca me ha hecho justicia por más intentos que día a día hago.
Adoro también la mirada de Daniela, esa hija mía que me recuerda con memorable frescura los años de mi juventud no perdida, tan sólo archivada en mi memoria y que a través suyo me llena de nostalgias cada día, y cómo no saberme en ella si hay en esa mirada la mirada de mis años correteando por la vida llenándome de sinsabores y alegrías, de risas, de paseos, de melancolía; Daniela mi razón de existir.
Vivo sin pájaros ni gatos reflejado en la mirada festiva de Oscar, en ese abrazo largo y tendido con el que me cobija mientras camino, con la risa franca con la que adorna mis días, el sinsentido de todas mis angustias, la sinrazón de mis melancolías. Ese hijo mío que noche a noche acude a mis plegarias, que noche a noche como nadie nunca lo había hecho me hace rogarle a Dios que no me olvide.
Vivo sin pájaros ni gatos porque aun el Tito me alegra con ladridos y suspiros, con la mirada lánguida de quien ha sufrido el revés y el envés de su perruna vida.
Cincuenta años correteando por la vida, llenándome de cada suspiro que robé a mis amigos, de cada copa de vino que me bebí en memorables compañías, de cada sonrisa que llevo prendida en mi propia sonrisa, de cada mano que estreché sin mediar palabra, de cada recuerdo que se fue prendiendo a mi memoria como un rayo de sol que se fue integrando a mi alma por la mañana.
Cincuenta años correteando la vida, me detengo y suspiro hondo y tranquilo, y descubro el eterno brillo que solamente Dios sabe de donde me ha venido.
Vivo sin pájaros ni gatos, vivo solamente porque Dios así lo quiso, porque una mañana cualquiera se fijó en un aliento y de pronto dijo: ¡HÁGASE MI VOLUNTAD! y entonces sin más, sopló largamente y fui surgiendo en este infinito firmamento.
6 de marzo de 1958
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