Desdibuja la noche que no estés,
no me quejo,
no reprocho,
entiendo, acepto,
pero cuando camino por la vida,
entre el amor
y el fuego
(que no dejan nada calmo
dentro de mi cuerpo)
espero tus palabras
en mi oído,
dándole razón y sentido
al sentimiento.
Sí, podría callar al no encontrarlas,
darle la espalda,
apagarme (o dejarme consumir)
y escapar
en coraza de indiferencia
siempre protectora,
pero no sería yo,
ni sería lo que siento.
Quiero que cuides de mi corazón
(esta noche).
¿Lo estás haciendo
que no te encuentro?
¿Es que me estás hablando ahora,
y soy solo yo que no escucho?
Y, sentada,
concentrada en tu escritura
o en la profundidad de tu dormir
sin sueños,
¿me estás soñando acaso,
dejando que se incendie con tu calor
(con mi fuego)
tu cama,
las sábanas que te tapan,
tu remera
(esa de “la italia en el corazón”)
tu cuerpo?
Digo, hablemos de amor,
y creo que hablamos.
Lo más importante para mi es creer,
y entonces,
lo hago en los espacios del recuerdo
de tu risa,
en lo que escribió tu cuerpo desnudo
sobre el mío,
en lo que me permitiste beber de vos,
de tu boca,
de cada beso que nos dimos.
Suben las llamas
desde la base del sillón
en que sentado escribo esta noche,
y vos
sos, apenas,
amante silenciosa
y ausente.
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