Blao se de despide
El editor cada día que pasa ve a Blao más empalagoso, enredado en espumas de nostalgias inútiles, literariamente acabado, infectado de un barroquismo trasnochado, encenagado en un sentimental y decadente estilo. Para Azulada Blao se ha convertido en un plagiador de diarios íntimos, un romántico caduco de cafeterías para tardes remolonas de limonadas y carmines derretidos.
Ya nada queda de aquella pluma provocadora e incisiva, rebosante de sabia ironía, concisa, retadora y fresca. Antes, un sólo quiebre verbal de Blao levantaba las posaderas de los más holgazanes escribas y poetas. Atrás quedó el ingenio de su insolencia, su intuición, su chulería. Antes, tan sólo el guiño de un escueto sustantivo suyo bastaba para encender hogueras de imágenes cómplices y llamativas, concurrentes y divergentes que desentumecían el cerumen de las mentes del lector más recalcitrante y obtuso. Hasta este momento Azulada creyó que las palabras de Blao le desvelarían su secreto, la verdadera identidad de las cosas.
Hoy, según Azulada, Blao ya no es posible, es otra cosa, pseudoliteratura. ¿A quién le puede interesar si las palabras peinan canas, si las concordancias hacen bingo o si la voz de la esfinge de Tebas usa desodorante para sobacos de cal y enjutos?
La_Columna de los Lunes merece y precisa nuevos mimbres, maderas nobles, enriquecidos mármoles, en donde el verbo esculpa con letras de carne, con savia y arte la estatua viva, regenerada y lúcida de esta preciosa página llena de contrastes y amaneceres vírgenes.
Azulada se despide de Blao respetuosamente. El editor le da las gracias tanto al negro como aquellos que con su lectura hicieron posible su existencia. Y en el calor emocionado de esta despedida, después de tanto rozamiento con la sombra de su escritor anónimo, siente como si fuesen suyas las mismas lágrimas de un Blao que nos dice adiós.
Al editor le hubiese gustado despedir a Blao, no porque sus columnas no alcanzaran a descifrar lo que él quería, sino porque sus palabras ya no fuesen necesarias en ese reino que Azulada aún postula para todos en donde las esencias se evidencien por ellas mismas sin intermediarios ni trovadores, recaderos de misivas, apuntadores ni guionistas.
Azulada hoy se siente como aquel otro compositor que nunca quedó complacido con la interpretación que de su obra hacía la orquesta. Hasta que el maestro insatisfecho quemó su partitura. Y es que nadie, ni siquiera nosotros mismos somos capaces de desentrañar, de explicitar lo auténtico, lo que llevamos dentro. La palabra es sólo su instrumento, un vehículo, la mano que nos llevará al definitivo tesoro.
Pero no se preocupen, señores, que mientras el misterio no se nos revele, tenemos palabras para rato. Y si es que los besos de Blao desaparecieran para siempre, otras bocas vendrán más tiernas y jugosas que saciarán nuestro apetito con creces.
Juan Martín Serrano : Azulada
|