| La historia comenzó en una esquina, en cualquiera, pero eso sí, de Barracas. Y en esa esquina, no había un café, había un almacén cerrado desde hace mucho tiempo y un buzón, donde ese domingo al mediodía, los muchachos se reunieron tarde. El que no había ido al cine, había ido a la milonga o al Luna donde peleo Nicolino. Sentado en el cordón de la vereda, ya estaba el capo, no sé porqué, pero en todas las barras hay un capo, porque pega más fuerte o porque ya se volteo muchas minas.
 -Che ¿quien es ése, que viene allá?- Le pregunta al Zurdo que lo tenia al lado.
 A una cuadra se veía venir una figura. Era Roquito, recientemente casado con Delia, la hija del zapatero, que según el Zurdo y el capo ya había pasado por la vida de ellos y la de varios.
 Lo frenaron a diez metros.
 -Roquito ¿Dónde te fuiste? ¿Dejaste a la vieja?
 -No, ustedes saben que eso nunca.-
 -¿Y entonces?-
 -Me casé.- Contesto, algo avergonzado.
 -No, ¿y con quien te casaste?-
 -Con la Delia-
 Y ahí le dijeron la palabra prohibida.
 -¡Con esa puta!-
 Se fueron a las manos. Los separaron. Y Roquito se fue para la casa con una llaga en el pecho y una lágrima en cada ojo. Entró en silencio hasta la cocina. Delia al verlo, mojó el pan en la salsa para dársela a probar.
 -Roque ¿echo los ravioles?-
 -No deja, no quiero comer. Me voy para La Boca, hoy arranco desde la tercera-
 -¿Porque?, te veo mal-
 -Es que estuve con los muchachos-
 -¿Y eso que tiene que ver?-
 -Que me dijeron que eras una puta-
 -¿Y acaso, eso, vos no lo sabías?, pero desde que estamos juntos. ¿Alguna vez te fallé?-
 -No, ya lo se, pero dejame ir-
 Y se fue a ver a Boca, pero ese día, ni insulto al referí, ni gritó los goles, estaba pero no estaba, la fiesta le era totalmente ajena y hasta se fue antes que termine el partido cuando Boca ganaba, la doce rugía y Rojitas la estaba rompiendo.
 Primero se tomó una copa en un bar frente a la cancha y después otras en un cabarute.
 Volvió de madrugada, borracho y con más dolor que antes. Al doblar la esquina vio que había un montón de gente en la puerta de su casa. Corrió y cuando llegó, vio que Delia se había gatillado.
 
 
 Tal vez, inspirado, en una historia similar a esta, el genial Enrique Santos Discepolo escribió:
 
 La gente, que es brutal cuando se ensaña,
 la gente, que es feroz cuando hace un mal,
 buscó para hacer títeres en su guiñol,
 la imagen de tu amor y mi esperanza...
 A mí, ¿qué me importaba tu pasado...?
 si tu alma entraba pura a un porvenir.
 Dichoso abrí los brazos a tu afán y con mi amor
 salimos, de payasos, a vivir.
 
 
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