ALMA DE POETA.

Un letrero como el que ostentaba ese pequeño comercio pueblerino resultaba, sin duda alguna, algo fuera de lugar. Con preguntas discretas intenté obtener alguna información del dueño del negocio, pero hábilmente eludió siempre las respuestas. Después de algunas investigaciones obtuve la siguiente historia que parece explicarlo todo

Juan Flores Borrego, habitante de un pequeño poblado cercano a la Capital de su estado, heredó a la muerte de su padre, además del nombre, un negocio de reducido giro, pero suficientemente productivo para subsistir y que en un tosco letrero anunciaba:

“CERVEZA, VINO, JAMON Y QUESO”
Juan Flores e Hijo

Y heredó, también, de su madre la tendencia a soñar que contrastaba con el sentido práctico de su progenitor.

Cuando Juan Flores Borrego tuvo edad para planear su destino descubrió con una contundente claridad, según decía, cual era su vocación.

Nadie como él podía pasarse horas y horas en la contemplación de la naturaleza; nadie como él se extasiaba por noches enteras disfrutando la vista del espacio sideral, construyendo sueños etéreos con cada una de las estrellas; ni interpretar los mensajes que él captaba del color de una flor, del gorjear de un ave, de la luz de una noche de luna, de una mirada de mujer, de cada nota musical; ni convertir en palabras el aroma del campo, el murmullo del agua en el arroyo o el susurro del viento entre los árboles.

Así pues, Juan Flores Borrego decidió ser poeta; tenía la inclinación y las cualidades características del artista y para adquirir el oficio, se trasladó de su pueblo a la ciudad cercana y se inscribió en la Escuela Regional de Cuenteros, Narradores y Poetas.

La convivencia con maestros y condiscípulos no fue fácil, llegó a sentirse incomprendido, pero ¿qué poeta no ha luchado con la incomprensión? es en la adversidad donde se acrisolan los talentos y, a pesar de ello, perseveró poniendo todo su empeño en el desarrollo de sus facultades con la mira constante de no traicionar sus principios.

Entre los muchos libros leídos por recomendación del maestro, hubo uno de Ítalo Calvino, escritor italiano del siglo pasado, que le impresionó de una manera muy especial; en él, el autor proponía seis características para optimizar la creación literaria en el próximo milenio y, aun cuando no lo entendió del todo (más bien casi nada) el libro contenía menciones de muchos reconocidos autores de diversas épocas y países así como citas de los mismos en distintos idiomas, lo que le dio la certeza de que era un texto extraordinario de un autor genial.

Al terminar el primer año de estudios planeó, con la entusiasta aprobación de su madre, una velada literaria en la que expondría, para admiración y deleite de sus paisanos, una breve, pero representativa muestra de su aprendizaje y talento.

Su creación debía contener las características propuestas por Ítalo Calvino en sus conferencias leídas: tendría tanta levedad como los pétalos de una rosa, tanta rapidez como la evolución de la naturaleza, la exactitud que le daría su mirada certera, visibilidad porque su belleza (la de la imagen expresada) saltaría a la vista de todos, multiplicidad por las diferentes impresiones que causaría en aquellos que la escucharan y, en cuanto al arte de empezar y el arte de acabar, eso ya correría por su cuenta.

Tres días y dos noches permaneció encerrado, concentrado en su habitación, contemplando el mundo exterior a través de su ventana.

La noche siguiente, la calle frente a la vivienda de Juan se llenó de vecinos acomodados en bancas y sillas que las familias de las casas aledañas proporcionaron. La madre repartía platos de ricos tamales verdes, rojos o de dulce; con tazas de humeante café, atole o vasos de agua de jamaica o de horchata a las vecinas y a los niños, en tanto el compadre Indalecio, padrino de Juan Flores Borrego, con su carácter bronco un tanto suavizado por la cordialidad del momento, invitaba copas de ardiente mezcal de la sierra a los señores.

A un lado, los entusiasmados músicos del lugar amenizaban el evento rascando las guitarras, resoplando en las trompetas y aporreando la tambora.

Cuando el poeta apareció frente a la puerta de su casa todos quedaron expectantes y en silencio. Al levantar la vista al infinito, al poeta pareció envolverlo un haz luminoso de claridad lunar; enderezó la figura, se aclaró la garganta y extendiendo el brazo, en un bien medido y elegante ademán, declamó:

Fuera de mi ventana
hoy floreció una rosa.
¡Oh, qué hermosa!
¡Qué hermosa!
¡Qué hermosa!

Todos permanecieron en silencio bajo el impacto, pensó él, de la bella imagen evocada por sus palabras.

Unos segundos después, su padrino Indalecio se adelantó y avanzando con pasos lentos, se le plantó enfrente, lo miró con fijeza a los ojos bajo la profunda impresión, sin duda, de su expresión poética; “¿un alma gemela?” se preguntó Juan Flores Borrego, y su padrino le espetó recalcando las palabras:

¿Y de un año de estudio
es ese el fruto?
¡Ay, qué bruto!
¡Qué bruto!
¡Qué bruto!

Juan Flores Borrego emigró de madrugada, sin avisar a nadie, a otro poblado. Ahí instaló el negocio heredado de su padre y, sobre las puertas, debidamente italianizado, incluyendo su nombre y con un agregado entre paréntesis, colocó el siguiente letrero:

“BIRRA, VINO, PROSCIUTTO E FORMAGGIO”
Giovanni Fiori Vitellio
(Scrittore e poeta)

Espera la fecha de inicio del siguiente año de clases para continuar sus estudios en la Escuela Regional de Cuenteros, Narradores y Poetas que no piensa abandonar..