Entran cogidos del brazo, achicados por la espera, como plantas marchitas tras una sequía prolongada. El médico, sin apartar los ojos de los papeles que tiene sobre la mesa, les indica que se sienten al otro lado. “Un momento, por favor”. El doctor se revuelve en su silla, inquieto. Pasa algunas páginas adelante, vuelve atrás sin levantar la vista, el gesto serio, inescrutable. Mala señal, razona Antonio, y siente que una garra se la clava en el estómago. Mira de reojo a su esposa, sus dedos apretando el bolso con tal fuerza que se le están azuleando, la mirada fija en la pared que tiene enfrente, el rostro rígido como una máscara. Antonio intenta decirle algo, pero su boca se ha quedado tan reseca que no puede despegar los labios. Esta misa ya se dijo, se repite a sí mismo, y las palabras restallan en su cabeza. Nota que la garra le sube por el pecho y se aferra a su garganta. Antonio percibe que le falta el aire, que su corazón galopa. Su ritmo le trae a la memoria una melodía conocida. Intenta acallarla, pero la música resuena una y otra vez en su cabeza. ¡Eso es!, el cine de su barrio, El llanero solitario cabalgando, con su revólver al cinto y las balas de plata que hieren pero no matan. ¿Por qué se acuerda ahora del llanero solitario? El doctor sigue concentrado en la mesa, Teresa en la pared. Antonio advierte que el mundo a su alrededor se difumina y él queda atrapado en otro espacio sin tiempo, un lugar hecho de jinetes enmascarados que arrastran su soledad entre el polvo. Piensa en su prima Pilar, así debió sentirse ella. La familia, los médicos, los amigos, en el patio de butacas, diciéndole hasta el último momento: “no te preocupes, verás qué pronto te recuperas”; ella, sola en el gallinero, viendo pasar su vida en la pantalla. Una voz lejana le saca de sus pensamientos. “Bien, ya estoy con usted”. El médico guarda los papeles que tiene delante en un gran sobre marrón, y coge otro. Ojea los resultados de las pruebas, le mira a los ojos y dice: “Estupendo, los estudios han sido negativos”. Antonio suspira, aliviado, mientras la sombra del llanero se pierde en la lejanía. Se despide del médico, dándole las gracias, y salen de la consulta, casi abrazados.
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