Una sensación de ahogo me hace despertar, acompañado una tos seca. ¿Dónde estoy?, me pregunto con desconcierto. Lo último que recuerdo es poner el despertador para ir al trabajo, como todas las noches. Apagué la luz y me dormí en un profundo sueño. ¿Estaré soñando? No, no, estoy despierto.
Parece que no es mi habitación. Siempre dejo la ventana media abierta pero aquí reina una oscuridad inmensa. El aire es caliente y estoy vestido con mi traje de la boda, lo cual hace que tenga aún más calor. Los zapatos me aprietan, pero no puedo aflojármelos, porque estoy en un lugar muy estrecho. No puedo moverme, parece ser que a los lados tengo unas paredes que ajustan mi cuerpo. Estoy acostado en algo duro, pero forrado de una tela de suave tacto.
Mis manos, que agarran un crucifijo, están recostadas sobre mi pecho. ¡Dios mío, estoy en un ataúd! ¿Cómo puede ser esto? Si estaba dormido y me he despertado aquí, será que me ha dado un ataque… cataléptico. No hay otra razón, pues mis familiares creerían que estaba muerto.
Siento calambres en los brazos. Muevo poco las manos, pero me hormiguean. Consigo llevarlas hacia mis piernas. El aire parece que se va acabando, mi angustia se hace mayor produciendo respiraciones cortas y profundas. Intento salir de allí, pero la tapa de "mi tumba" me lo impide. Comienzo a golpear, primero con las palmas de las manos, luego con los puños. Pero es inútil, no puedo abrirlo. Mis gritos no dan resultado, sólo consigo cansarme más, pues queda poco oxígeno.
De pronto, oigo el sonido del móvil. No puede ser. A duras penas lo cojo, pues está colocado en mi hombro derecho. A ver si me da tiempo y no cuelgan. No escucho nada, pero presiento a alguien al otro lado. Pregunto quién es con aceleración y pidiendo auxilio. Alguien balbucea, no le salen las palabras. Miro la pantalla y es el teléfono de mi mujer. Había dejado el móvil junto a mi cuerpo para poder simular hablar conmigo y así poder consolarse.
Ya siento gente afuera y voces. Pero estoy perdiendo la consciencia, parece que me asfixio…