La Chica de la Frutería
Nàmus.
Ironías de la Vida.
Todo comenzó hace aproximadamente 20 años atrás. Todavía me duele, el tener que recordar esta historia tan triste…
Apenas era un chico, tenia como 13 años de edad. Era tímido, callado y sobretodo, soñador; siempre he sido un soñador y me gusta soñar en grande. En casa decían que era un “Quedado”. En la escuela, todos me llamaban: “El Bobalicón”; puesto a que era para ese entonces, (y creo que todavía lo sigo siendo) era un grandísimo CRETINO y estupido (eso nunca me lo podré perdonar). El hecho fue que todos los día al salir de la escuela, pasaba siempre por una frutería, donde siempre se encontraba una chica que siempre me guiñaba su ojo y mostraba una sonrisa pura de niña soñadora también (eso fue al principio; después, las cosas fueron cambiando).
Ella era una chica alta, blanca, cabellos color dorado y dos trencitas de su propio cabello que le colgaban hasta los hombros. Tenía ciertas pecas en su rostro. Dijo que se llamaba Michel L. Ella no era para nada tímida; puesto a que el tímido y bobo, era yo. Preguntó por mi nombre y le dije que me llamaba Giovanni. Siempre que pasaba por el frente de la frutería, ella me regalaba alguna fruta, la ponía en mi mano izquierda e inmediatamente me besaba en la frente. Me ruborizaba todo como un pequeño idiota e inmediatamente, me iba corriendo a casa todo idiotizado. Al día siguiente, estando en la escuela y siendo un cuarto para la una (hora de salida de la escuela); yo sabía que ella iba a estar en la tienda, esperando a que yo pasara. No quería pasar por ahí, pero era el único camino que tenia que tomar; puesto a que me iba y venia todos los días caminando; porque la vaga de mi madre no quería irme a buscar en su carro como lo hacían las otras madres con sus hijos. Me disponía a pasar desapercibido ese día. Todo incógnito, trataba de mezclarme con otras personas para que no fuera a verme; pero ella siempre me pilló y volvió a guiñarme su ojo. Me llamó y mandó a que pasara a la tienda y me regaló esta vez, una manzana que puso cariñosamente en mi mano izquierda y nuevamente, volvió a besarme en la frente. Me fui a casa como flotando en el aire, ¡todo encantado!; también sabía que ella me quería y eso me gustaba. Ya estaba empezando a acostumbrarme a ella, llevábamos ya, un mes en esta situación (cabe decir que las ultimas veces, ella me besaba en la boca). Cierto día estando en la escuela y faltando poco para la salida (solo la podía ver a la hora de la salida y no en la mañana cuando llegaba a la escuela; puesto a que era muy temprano y la tienda se encontraba cerrada a esa hora), yo iba dispuesto ese día, a decirle que fuera mi novia; pero algo terrible ocurrió esa vez. Cuando pase por la tienda, ella no estaba allí como de costumbre. Eso me extrañó mucho y decidí preguntar por ella en la tienda. Al preguntar, uno de los empleados me contestó que ella se encontraba muy grave en el hospital. Al parecer, tenía una enfermedad incurable y estaba en sus últimas. Ella había dejado una nota que dejó sobre el mostrador de la tienda. Me la entregó el empleado diciéndome que esa nota era para mí. Rápidamente la tomé y la leí en mi mente. Decía lo siguiente: >. Espero verte pronto, chao!.
Al leer la nota, mis manos empezaron a temblar. Me sentía muy nervioso, la nota cayo de mis manos a un gran charco de agua que había en el suelo. Todavía podía leer las últimas líneas de la nota, antes de que se mojara la nota completamente. Creí haber visto en el charco, la imagen de ella, sonriéndome y guiñándome su ojo como siempre solía hacer.
Eso era todo lo que decía la nota. De inmediato, unas lágrimas brotaron de mis ojos recorriendo mi rostro. Salí corriendo de ahí como loco. Corrí y corrí hasta llegar a una panadería que se encontraba como a una cuadra de la frutería. Miré por todas partes a ver sí alguien me llevaba al hospital. La gente alrededor me miraban sorprendidos como preguntándose a si mismos: “¿Qué le pasa a este pequeño loquito? Ò tal vez, ¿Se le perdió a este, su mamá?. Al fin, logré tomar un autobús, le pregunte al chofer, sí pasaba por el hospital y me contestó que “si”. Con el poco dinero que llevaba en mis bolsillos, le pagué al chofer del autobús. Mientras iba en el bus, miraba por la ventanilla e iba recordando todo a la perfección, lo que ella y yo habíamos vivido; es decir, nuestro idilio amoroso de jovencitos. Recordé nuevamente lo que decía la nota y era justamente lo que yo le iba a decir a ella ese día; pero ella ya no estaba más en la tienda. Creo que me faltó velocidad en haberme declarado a ella antes y no haber permitido que pasara tanto tiempo y hubiera ella tenido que declararse primero a mí; pero como dije anteriormente, era muy tímido y estupido para haberlo hecho. Al llegar al hospital, pregunté por Michel en recepción. Me preguntó la señorita de recepción, que cual era el apellido de ella; el cual nunca supe contestarle; puesto a que nunca me lo había dicho ella antes. Le describí como era ella y donde trabajaba e inmediatamente, la recepcionista supuso que era Michel L. Me dijo que ella se encontraba en el piso No 3, cuarto 267 y que estaba muy delicada de salud. Subí rápidamente por las escaleras y mientras iba subiendo, también, iba pensando cosas que decirle a ella cuando la viera. Iba recordando todo nuevamente. Antes de llegar al cuarto, sentí una pesadez increíble y una extraña tristeza embargaba mi alma.
Noté que había muchas personas reunidas fuera de la habitación, donde se encontraba Michel. Todos tenían caras largas y lloraban inconsolables y desesperados, como si ella estuviera…como si estuviera… ¿estuviera qué?, ¿muerta?, --Si, me dije a mi mismo.
Al ver semejante situación, me puse a llorar también. Lloraba y recordaba. Todos me miraron y se preguntaban si es que yo era algún familiar de ella; pero los familiares de ella contestaron que no y que no sabían quien era yo, ni por que lloraba de esa forma. Trataba de taparme la boca para que no se me fuera a salir un grito de dolor, pero igual no me pude aguantar y estallé en llanto delante de todos los presentes. Me fui del hospital; puesto a que ya, no tenía más nada que hacer ahí. Fui a casa y mi madre me preguntó el por qué había llegado tarde de la escuela y que estaba preocupada por mí (puras patrañas, si de verdad estuviera preocupada por mí, me habría ido a buscar en carro todos los días y así nunca hubiera conocido a Michel y por ende, ¡ahora no estaría sintiendo lo que siento por ella! y para serles franco, hoy en día todavía lo siento en lo mas recóndito de mi corazón; si mi madre me hubiera buscado en carro, jamás hubiera conocido a Michel L.). Mi madre me comentó que le habían dicho a ella, que la hija del dueño de una frutería cercana a mi escuela, había muerto por leucemia; yo le conteste a mi madre que ya eso lo sabia; porque había vivido todo al pie de la letra. Fui a vestirme para ir al funeral de Michel. Estando en mi habitación y cuando disponía a vestirme para ir al funeral; comencé a recordarla nuevamente y al mismo tiempo, me puse a llorar a cantaros. Así estuve durante varias horas, hasta que me quedé dormido en el rincón de mi cuarto. Creo que no fui al velorio esa noche; no porque me quedé recordándola y llorándola, sino porque no tuve las agallas suficiente para ir a ver a Michel en una maldita caja negra para muertos. No fui al funeral; pero me llené de valor y fui a su entierro.
Recuerdo claramente, que la llevaron primero a la iglesia. El cura dio su misa y le echó agua bendita a la urna, también la bendijo y oró unas palabras en latín. Todavía yo, no podía creerlo. Mi mente no lo podía aceptar y para serles honesto, todavía hoy en día, tampoco lo puedo aceptar. Al principio, dudaba que fuera ella quien estuviera dentro de la caja; y que dentro del cajón, se encontrara otra persona cualquiera, en vez de ella. Es que no podía ser ella, ella se veia tan saludable y jovial; que no podía ser ella la que estuviera dentro de esa caja. Ella me quería a mí y fue ella, la única persona en la vida que también me quiso. Miraba para todas partes, me metía las manos en los bolsillos, y a cada rato, recordaba esos momentos tan frescos en el que ella me regalaba una fruta e inmediatamente, me besaba en mi frente, en mis mejillas después y últimamente me besó en la boca. La trasladaron al cementerio. Pero estando en la fosa, antes de enterrarla, sus familiares decidieron abrir la tapa de la urna. Yo estaba muy asustado. De pronto, un impulso interno me obligó a acercarme a la urna y verla por última vez y de paso, la esperanza interna de que no fuera ella, sino más bien otra persona. ¡Quería ratificar que era ella y no otra!. Al verla allí recostada en la urna; parecía que estaba dormida. No pude contener más el sentimiento que ahogaba mi alma y rompí a llorar fuertemente. Le gritaba; mientras me echaban hacia atrás, porque iban a cerrarla y a enterrarla: > Todavía hoy, 14 de febrero del año 2008, no la he podido olvidar y creo que nunca la olvidaré!.
Nàmus.
P.D.: .
Giovanni C. Lorusso.
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