En aquella bélica frontera
jugaban dos niños,
un pequeño moreno
y una chiquilla güera.

Correteaban por doquiera
embarrándose de tierra,
sin imaginar siquiera
su enemistad en la guerra.

Él Le tomaba la mano,
ella siempre sonreía,
parecían dos hermanos
compartiendo su alegría.

Ellos se comunicaban a señas,
pues tenían distintos idiomas,
eran dos personas buenas,
aún sin respetar las normas.

Había un hermoso río
del lado de la infante,
ella no tenía frío
y quería ahí bañarse.

Así llegaba la tarde
entre sonrisas y juegos,
nada parecía importarles
a aquellos pequeñuelos.

De pronto allá a lo lejos
se escucharon unos disparos,
y en aquel campo parejo,
se escondieron los chamacos.

Ha reanudado la guerra,
se acabó aquella tregua,
y en aquellas trincheras,
olor a pólvora llega.

Se va a cercando la noche,
aún siguen escondidos,
de repente llega un coche,
y salen corriendo los niños.

¿Qué haces con ese niño,
no sabes que es enemigo?
Él me ha brindado cariño,
se ha convertido en mi amigo.

Eso no puede ser,
no traiciones a la patria!
Tú no pùedes comprender,
eres una hija ingrata.

Lo agarraron prisionero,
al niño del que te hablé,
se lo llevaron al cerro,
lo demás yo no lo sé.

La niña se quedó llorando,
pues lo separaron de él,
y yo me quedé pensando
la suerte del niño aquel.

Yo no entiendo las guerras
que acaban con tantas gentes,
y que cierran las fronteras,
por toditos esos frentes.

Ojalá se acabe todo
y ya no haya fronteras,
que ya nos hayemos el modo
y ya no haya más guerras.

Aprendamos la lección,
un ejemplo de amistad,
se fundió un corazón,
uniendo cada mitad.

La niña ya ha crecido,
veo muy tristes sus ojos,
pues nunca ha sabido
de quien besó sus labios rojos.