Elisa pasea su silueta frágil por la casa. Hace tiempo que ha finalizado los preparativos. Las ventanas entornadas, los visillos echados para suavizar los calores de la tarde. La mesa con su tapete de fieltro. La jarra de agua fresca cubierta por un pañito de encaje. Los vasos de cristal tallado, reflejando su dignidad de supervivientes. Las barajas inglesas nuevas, comprobadas. Por fin suena el timbre. Entran Carmen y Amelia, que se han encontrado en el portal. ¿Aún no ha venido Rosa? Mira que está rara últimamente… Pero ya se oye el ruido del ascensor y, tras los besos de rigor, las jugadoras ocupan sus puestos.
¿Todo el mundo ha pagado? Rosa, apurada, saca un euro de su monedero. Últimamente no sé dónde tengo la cabeza, se disculpa. Mientras reparte las cartas Elisa pregunta con sorna cómo van a sobrellevar este verano. La voz ronca de Carmen es la primera en contestar. Al fresquito, en Santander, con la familia. ¿Y tu novio?, indaga Amelia. Pues que se vaya con sus hijos, mira que sois envidiosas. Yo, aclara Elisa, conciliadora, iré en julio a Cataluña, con el mayor, como todos los años.
Las horas pasan mientras la limpia luz de junio se apaga suavemente. Entre juego y juego se habla de los chinos, que están invadiendo el barrio, comprando uno a uno todos los locales comerciales, pues no te quejes, que bien baratos que son; de la manifestación del sábado próximo por la enseñanza religiosa, tú critica lo que quieras, que eres una roja, pero yo voy a ir; de por qué has tirado un diez, que no te enteras, ¿no ves que los reúno para hacer canasta?, bonita pareja tengo.
Elisa cae en la cuenta de que Rosa no ha abierto la boca en toda la tarde. ¿Qué pasa contigo, niña? Rosa bebe un trago de agua y anuncia, ésta es mi última partida. Las otras tres la miran atónitas, ¿estás enferma? Rosa carraspea, me traslado a una residencia, mis hijos dicen que les preocupa que viva sola, que es lo mejor para mí. ¿Y tú qué dices?, pregunta, indignada, Carmen. Se hace un silencio tenso que rompe Amelia, tendrán algún sitio allí para hacer las partidas, comenta con suavidad. Es que está en el pueblo, responde Rosa con un hilo de voz, ellos dicen que así podremos estar juntos en vacaciones, y los fines de semana. Carmen, con sonrisa forzada, rectifica, anímate, mujer, igual encuentras allí un novio como el mío y éstas me dejarán en paz. La atmósfera es cada vez más densa. Creo que se acerca una tormenta, afirma Amelia.
La partida ha finalizado, las amigas se despiden. Elisa se sienta, abatida, en el sofá. Qué triste es la vejez, piensa. Pero al poco, se sacude la cabeza y empieza a calcular, a ver cuántos vienen a comer mañana, las gemelas, que les han cerrado el comedor del colegio, Javier, que está fijo desde que va al instituto, y a saber quién aparece por sorpresa. Lo mejor será que prepare unas croquetas, decide, que cunden mucho.