Hasta el alba.


Apagó la radio y salió a la compra. Tenía que darse prisa, ya eran las tantas y había luna llena. Quizás algún día alcanzara a ver un rayo de sol, aunque era joven para eso.

Estaba abriendo la puerta, ya de regreso, cuando oyó carreras por las escaleras, se apresuró, cerró justo cuando pasaba el cíclope albino, perseguido de cerca por la anaconda enana.

Colgó su puntiagudo gorro escarlata en el perchero y metió la escoba tras la puerta. Guardó el sudor de murciélago en la nevera y se puso a empanar alas de mariposas monarca. Recordó que aún llevaba la verruga puesta, sonrió… se la dejó otro ratito.

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