Ahora lo tengo claro, llevo 27 años siendo alcohólica, y siempre aquí, en esta terraza, lo que pasa es que no lo sabía. Casi todas las mañanas me siento en la silla del fondo, desde donde me encanta quedarme mirando el mar. Son de estas cosas que siempre tienes ahí y nunca te fallan, el licor de hierbas que se mezcla con la brisa y me devuelve un poco de felicidad, o yo pensaba que era una porción de mi felicidad y no de mi alcoholismo. Los límites entre lo que creemos y la realidad son tan finos. Mi realidad la tenía un hombre que se sentó en una mesa cercana a la mía una mañana de hace un mes más o menos. Le estaba diciendo a su acompañante que estaba en un momento muy delicado. En un principio me fije en él porque me recordaba a mi padre, y eso siempre me da mucho respeto, y más desde que murió. Luego escuché de lo que hablaba; Le decía a su amigo que su hija era alcohólica, todo envuelto en una serie de datos, de horarios y cosas de su hija que en ocasiones se parecían a los míos y que al final me dio la sensación que en realidad era de mi de quien hablaban. A veces los muertos utilizan estos trucos para lanzar mensajes a los vivos.

Hace unos 27 años que empecé a venir a esta terraza, al mismo tiempo que mi hija empezó la escuela, la dejaba en el colegio y me venía aquí, una costumbre que no me ha abandonado. Soltar las bolsas de la compra, reclinarse un momento en esas sillas de plástico, donde con un movimiento de cabeza eres dueño del cielo o del mar, mientras el licor de hierbas te va metiendo sorbo a sorbo a comprender, o aceptar....” de modo que para esto es por lo que vivimos".

En mi vida tal vez lo único que se ha mantenido es mi alcoholismo. Mi marido murió hace 13 años, un año después de irse nuestra hija a la península, ella decía que en Formentera no aguantaba más, su padre no aguantó que se fuera. Yo tampoco querría aguantar. Hace unos días, mientras estaba en la terraza con los ojos entornados sintiendo como la brisa me acariciaba, escuchaba las gaviotas de fondo y pensé que era una de ellas. Tal vez era el deseo de escapar, pero realmente sentí volar y empecé a elevarme planeando mientras me veía ausente en la terraza. Seguí dejándome llevar por corrientes circulares que ascendían durante un tiempo, disfrutando de aquella sensación tan libre, pero pronto empezó a invadirme la angustia de no poder volver, que no podría volver a ser yo misma de nuevo. Con ansiedad volví a buscarme en la terraza y volé hacía mi dirección tan rápido como pude, reaccioné rápidamente ante una gaviota que paso casi rozándome ¡Que experiencia tan extraña! El cuerpo es lo único de lo que somos dueños, porque la inteligencia, no sé, o el alma son los demás quien nos la otorgan, y a mi últimamente no me miran, por eso a lo mejor se fue el otro día la mía a volar.

Ayer volví a ver a un hombre que se parecía a mi padre y se sentó en una mesa cercana a la mía. De vez en cuando nuestros ojos se cruzaban y yo sé que había vuelto para decirme algo, pero estaba esperando el momento. Después de un mes de esta angustia por mi alcoholismo decidí resolverla y tomar la iniciativa. Me levanté y me dirigí hacia el, una vez delante esperé a que me mirara para decirle: “Papa, estoy bien, no te preocupes, sólo necesito mi porción de felicidad.” Al principio me miro con cara extrañada, habrá querido disimular, pero cuando he vuelto a mi sitio y me he sentado, me ha sonreído y después de pagar, se ha marchado.

Mi hija ha llamado esta mañana y me ha dicho que este año no van a pasar las vacaciones de verano aquí, que se van a Cancún con unos amigos a un complejo hotelero muy bonito, que si quiero ir con ellos voy a estar muy cómoda y podré estar con el nieto todo el día, pero la he dicho que no, y aunque la pobre necesitaba explicaciones, no se las he dado, creo que es por el alcoholismo. Por lo menos mi padre y yo ya lo tenemos asumido. Hoy el mar está especialmente bonito y sorbo a sorbo me siento parte de algo más grande...”de modo que para esto es por lo que vivimos”.