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CUMPLEAÑOS EN BEIRUT
Cuando cumplí quince años, mi papá me llevó de viaje. Cada año, él viajaba al Medio Oriente a comprar artículos para el almacén que había abierto con mi mamá y mi tío Farid. Yo había soñado tanto con ese viaje, pues papá me había narrado sus experiencias en esos hermosos lugares. Me comentaba acerca de su gente, costumbres, deliciosas comidas y sobre todo hablaba de los magníficos paisajes.
El había recorrido todo el Medio Oriente, desde su juventud, se había dedicado a la compra y venta de alfombras y muebles tallados a mano. Ese negocio se lo había enseñado su padre, el abuelo Aref, a quien yo ya conocía. Todos mis tíos lo habían aprendido y estaban en diferentes países del mundo, haciendo lo mismo, tenían almacenes inmensos en centros comerciales y también vendían por Internet. Yo ayudaba a mi padre en las ventas, había aprendido muy rápido, lo veía como un trabajo muy fácil. -“Es porque ya está hecho”, decía él, además se te hace fácil, porque lo llevas en la sangre.- Esa era mi herencia. No el almacén, sino haber aprendido el oficio. Además la lengua. En casa hablábamos siempre en árabe. Mi mamá, que también era libanesa, nos enseñó desde muy pequeños a leer y escribir en nuestra lengua de origen. No recuerdo que me haya costado aprenderlo, tampoco fue difícil aprender español en nuestra escuelita. Mi hermana Mariam y yo nacimos en Quito. Papá y mamá habían llegado recién casados a casa de mi tío Farid, que ya vivía casi doce años en Ecuador. Allí empezaron a trabajar desde el día siguiente a su llegada. El primer almacén era en el Centro, cerca de las iglesias, luego con el tiempo y la prosperidad, compraron locales en los centros comerciales modernos.

Un domingo en la mañana, mi papá se sentó en mi cama y dijo muy despacio que despertara, que quería hablarme. Yo me asusté, creí que había sucedido algo malo. Estaba casi dormido, pero de un salto, me senté en la cama y le pregunté qué sucedía. El sonrió y me abrazó. –Tranquilo hijo, no pasa nada, es que quería que me acompañes al aeropuerto a recibir una carga- Sin chistar, me levanté inmediatamente, me vestí y tomé mi chompa y mi gorra. Hacía mucho frío y yo ya estaba sentado en el auto cuando papá apareció por la puerta de la cocina hacia el garaje, yo había encendido el auto para calentar el motor. Cada mañana antes de ir al colegio, él me pedía que lo hiciera. Eso me hacía sentir muy importante. Papá había puesto en una bolsa de papel unos dulces que mamá había preparado y traía también dos jarros de café caliente. Fue el desayuno más delicioso de toda mi vida. Era como un desayuno misterioso, ya que aun no sabía porque papá me había levantado tan temprano y porque quería que lo acompañe.

-Hoy llega un gran cargamento de tapices, son tuyos, con eso empezarás tu negocio. Pronto cumplirás quince años y debes aprender a negociar. Yo te ayudaré en las cosas legales y a tratar con los clientes, pero tú deberás llevar la contabilidad y deberás hacerlo con la mayor dedicación, sin descuidar tus estudios, tu familia, ni tus amigos.-
Papá no dijo nada más. Yo no sabía que responder. No dije nada. Solo me acerqué a su rostro afeitado y fresco y lo besé con gran cariño. El me miró y sonrió. Me dijo: Tranquilo, sé que lo vas a hacer bien. Eres un buen muchacho y lo que aun no sabes, lo aprenderás en el camino…como todos.
Cuando llegamos al aeropuerto, a la zona de carga, mi padre me entregó los documentos y me guió hacia el escritorio del despachador. El hombre me miró intrigado y yo miré a mi padre, quien le hizo una seña al hombre que ya lo conocía. Inmediatamente, puso unos sellos, firmó una de las hojas y me entregó las copias de color rosado. Yo las leí. Era la aprobación para retirar doscientos cincuenta tapices de seda. ¡Waw! Pensé, es en serio. Hoy empiezo mi negocio, tengo el mejor papá del mundo. Nos acercamos a una bodega y papá me iba explicando el proceso. Me presentaba a todos sus amigos como: “Mi hijo Munir” y cada vez que lo repetía con tanto orgullo, yo sentía que el pecho se me reventaba de emoción. Era algo nuevo que acababa de descubrir en papá. El me admiraba tanto como yo a él. Les contaba a sus amigos que pronto cumpliría quince años, que me encantaba el fútbol y que era muy bueno preparando “homus b´tahine”, garbanzos con salsa de ajonjolí, el plato preferido de papá. De pronto me sentí mayor, en mí, algo nuevo sucedía, papá ya no era más el señor grande que me daba órdenes y a quien yo debía obedecer, papá era ahora mi amigo, mi compañero, mi socio en los negocios. Estaba inmensamente feliz y se lo dije. Le dije que era el mejor día de mi vida, que me sentía diferente y que siempre iba a demostrar todas las cosas buenas que él me había enseñado. Reconocí cuantas veces me había disgustado cuando me reprendía por llegar tarde, pero ahora entendía que el sentido de la puntualidad que él había inculcado en mi, me serviría para siempre. Recordé cuantas veces me obligó a devolver algún lápiz o un cromo que yo había tomado de algún compañero y me había provocado gran disgusto, pero ahora sabía que la honestidad se refleja hasta en los actos más pequeños, eso también me iba a servir en mis negocios futuros. Subimos al auto y mi padre me dijo: “Munir, te invito a desayunar al Gran Hotel, debemos analizar algunos puntos del nuevo pedido. Esta vez traeremos cortinas”. ¡Waw! Dije yo, no lo podía creer, tenía un desayuno de negocios con mi propio padre. Me enderecé en el asiento y afiné mi garganta para ver si la voz me salía un poco más gruesa. “Gracias papá, está bien, vamos a desayunar, tengo unas muy buenas ideas que creo que te interesarán”

En el desayuno, mi padre me comentó que los negocios ese año iban muy bien, que nada de eso se hubiese logrado sin la ayuda de mamá, que trabajaba muy duro llevando las cuentas y organizando a los empleados. El tío Farid, era responsable de la parte legal, pues su esposa, que era ecuatoriana era abogada y tenía junto a sus familiares, un bufete. También comentó, que gracias a que mi hermana y yo éramos buenos estudiantes y no causábamos problemas, ellos podían avanzar con seguridad, que éramos buenos hijos y que nos amaban más que a nadie en el mundo. Esas palabras de mi padre, hicieron que de mis ojos de hombre en estreno, brotaran unas avergonzadas lágrimas, las últimas de mi infancia, pues sentía que esa era la despedida y la entrada a mi nueva vida de joven maduro.

Estábamos entrando al garaje de nuestra casa, Bruno, mi perro, saltaba alrededor del auto, ladrando de alegría al vernos llegar. Fue allí cuando papá me preguntó: -“Munir, ¿te gustaría venir a Líbano conmigo el sábado?, es tu cumpleaños y me encantaría que la familia en Beirut te conozca. Es hora de que conozcas a tus primos y tus tíos. Además hace ya tanto tiempo que no ves a los abuelos, ellos ya no quieren venir, están muy ancianos.-
- ¿En serio papá?, ¿me lo dices en serio?, ¡Waw!, no lo puedo creer, claro papá, claro que quiero ir, siempre he querido ir, es el mejor regalo que me puedes dar. Voy a contárselo a mamá.-
Bajé corriendo del auto y entré a la cocina gritando en árabe que me iba a Beirut con papá. Mamá, Mariam y Tere bajaron a ver que sucedía y de qué se trataba ese alboroto. -¡Calma javivi, calma, que se te va a salir el corazón!- dijo mamá riendo y abrazándome fuerte. Claro, todos lo sabían menos yo, era una sorpresa que habían preparado para mi cumpleaños. Mariam trajo todas las cartas, fotos y paquetitos envueltos que quería que yo entregara a los primos, abuelos, tíos y tías. Con su letra patuleca de ocho años había escrito muchas cartitas y había dibujado nuestra casa, a Bruno, los volcanes de ecuador, las playas, atardeceres y una infinidad de detalles.
Tere me dijo que me iba a extrañar, que un mes sin el niño Munircito, iba a poner la casa muy triste y me encargó que le trajera “de los dulces que había traido el abo Aref”.
Esa semana fue interminable, contaba los minutos y los segundos. Iban a ser mis mejores vacaciones. Empecé a preparar la maleta. Mamá me llevó a un almacén y me compró ropa interior nueva, medias, camisas, pantalones y una mochila. También compró algunos regalos para sus hermanas, su mamá y el resto de la familia.
Les conté a mis amigos que me iba de viaje. Pablo me dijo que le traiga fotos de chicas guapas de Líbano, Silvia quería un CD de música árabe para hacer una coreografía con las demás chicas, Santiago me dijo que no me vaya porque ya venían los interbarriales de fútbol y yo era el goleador. Al final todos celebramos con tremendos helados en el centro comercial. Estábamos felices. Al final de la tarde nos despedimos y llegué a casa exhausto a contarle a mi familia. Todos reímos y celebramos las ocurrencias de mis amigos.

El gran día llegó. Mamá llegó de puntillas a hasta mi cama, se sentó y me besó en la frente. - “Despierta javivi”, es hora de irse al aeropuerto.- - Mama, estoy despierto, no he dormido ni un minuto-, le dije, mientras que me abrazaba a su cuello y la besaba sintiendo el olor de la mañana en su bata de dormir. Me vestí con la ropa nueva y bajé a desayunar algo ligero. Papá ya estaba en el comedor y Mariam arrastraba un oso de peluche con el que dormía. Me abrazó y me dijo que no me olvidara de los regalitos y las cartas, le contesté que ya todo estaba en mi mochila.
Papá dijo que nos apresuremos, que debíamos estar ya en el aeropuerto. Era un viaje largo, pues haríamos escala en Miami y luego en Roma.
El viaje en avión fue sensacional. Muy divertido. En un momento sí me aburrí, pero me dedique a recorrer los pasillos y buscar si había alguien de mi edad para compartir. Encontré a un muchacho de Alemania, no hablaba español y yo no hablaba alemán, pero nos hicimos amigos y conversamos el resto del viaje. Jugamos 3 en raya, hablamos de futbol, de autos, de chicas y no se cómo, pero nos entendimos muy bien.
En el aeropuerto de Roma, papá me compró un reloj precioso. Te servirá para llegar siempre puntual hijo, eso es importante, me dijo. Una cruz blanca sobre fondo rojo, me decía que mi reloj suizo me acompañaría por horas interminables.
El piloto dijo por el altavoz, que estábamos próximos a llegar a Beirut. Miré por la ventanilla y el mar gigante se extendía de lado a lado. Pintorescas rocas adornaban el azul inmenso, con encajes de espuma blanca a su rededor. Diminutos puntitos se movían sobre la autopista frente al mar. Cada vez más cerca, las casitas y edificios iban creciendo ante mis ojos. Era impresionante. Miré a mi padre. El me estaba mirando y de sus ojos negros caían lágrimas de emoción. Solo le dije: ¡Gracias papá!, él sabía que eso era suficiente.
Mi abuelo y mi tío Sammy estaban detrás del ventanal. A mi abuelo si lo conocía y al tío Sammy solo en fotos. Nos saludaron extendiendo efusivamente las manos y nosotros le contestamos de igual manera. Papá me colgó la mochila y yo lo ayudé con las maletas, arrastrándolas sobre sus rueditas a lo largo del pasillo. De pronto, unos soldados se acercaron y nos hicieron poner las maletas en el suelo y abrirlas. Me dio mucho miedo, pues estaban armados con grandes metralletas, como si venían de la guerra. Miré a papá y me dijo que tuviera calma, que era una revisión de rutina y me explicó que el país estaba en guerra, pero que no nos pasaría nada, que me mantuviera junto a él y que conteste solo con la verdad a cualquier cosa que me preguntaran. Me preguntaron mi nombre y para que venía a Líbano. Les contesté que me llamaba Munir y que estaba en Beirut para celebrar mi cumpleaños. Los dos soldados se miraron y estallaron en carcajadas. Uno de ellos, el que tenía mi pasaporte, lo revisó por segunda vez, y asintiendo con la cabeza, le dijo a su compañero: “Es verdad, el pequeño soldado cumple hoy 15 años” y metiendo su mano al bolsillo sacó una navaja roja y la extendió hacia mí. “Feliz cumpleaños muchacho y bienvenido a Líbano.” Tomé la navaja en mis manos y la observé. Tenía la misma cruz blanca que mi reloj nuevo. Miré a papá y con un gesto afirmativo me dijo que diera las gracias. Así lo hice, les hablé en árabe y les conté que vivía en Ecuador, pero que mi sangre era libanesa y que estaba cumpliendo mi sueño. Conocer Líbano.

Ya en casa esa noche, habían preparado una gran fiesta de bienvenida y de cumpleaños. Conocí a una lista infinita de primos y primas de todos los tamaños. Tíos y tías y un montón de parientes. El abuelo y la abuela estaban sentados en un lugar importante del salón. Una gran mesa llena de bocadillos deliciosos a la que todos nos acercábamos a degustar, daba la bienvenida. Muchos cojines en el suelo, preciosa música y conversaciones entre todos, formaban un alboroto de alegría que jamás he podido olvidar.
Cuando llegó la hora de la presentación formal, papá tomó una copa y con una cuchara la hizo sonar como una campana. ¡Atención todos, atención!, Ha llegado la hora de presentarles formalmente a mi hijo Munir, el joven que se encargará de una parte de mis negocios muy pronto.
Yo me puse de pie y toda la familia aplaudió. Me sentí muy orgulloso, y tenía ganas de que me siguieran aplaudiendo, pero recordé las palabras de mi padre, cuando me dijo que la humildad enaltece a los hombres y los hace cada vez más grandes, entonces agaché la cabeza…y mi padre sonrió y levantó su cabeza, pues los dos en ese instante estábamos pensando lo mismo.
Al día siguiente, fui con mis primos y el tío Isam, de excursión a la montaña. Tomé fotos para Mariam y desde la cima de una colina, mirando el infinito horizonte, llamé por teléfono a mi madre en Ecuador, para contarle que nunca había existido alguien más feliz que yo y que jamás olvidaría ese cumpleaños y el maravilloso regalo que había recibido. Conocer a mi familia y la tierra de mis ancestros.

Texto agregado el 26-02-2008, y leído por 397 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-11-2009 hola! no sabes como me fascino leerte... uno de mis mas grandes sueños es ir a Beirut, estoy enamorada... de la cultura... no se nada de árabe... muy pocas palabras me ha enseñado un amigo que vive en Beirut, y espero cumplir ese gran sueño, de un día estrecharlo en mis brazos... me encantaría estar en contacto contigo... para q me platicaras y me enseñaras palabras que yo pudiera a el escribirle... demostrándole lo importante q es en mi vida... que lo amo... gracias por llevarme por este maravilloso viaje... gracias... brujadm
16-04-2008 muy linda historia y que bueno que con final feliz, por un momento pensé que iba a dar un giro a la historia cuando se acercaron los soldados en el aeropuerto, ¡que susto! pero que bueno que tenías en mente terminarla de esa forma tan linda, tan emotiva... me gustó también esa relación de padre e hijo tan humana... te felicito muchisimo!!! un beso! liruviel
26-03-2008 Qué hermosa historia!! me atrapaste, está narrada perfectamente, te digo que logras que uno vea las cosas desde la mirada y los pensamientos de un joven de 15 años. Me encantó. Felicitaciones. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
02-03-2008 Muy entrañable. Precioso. margarita-zamudio
29-02-2008 Me gustaron un par de detalles muy emotivos: “Feliz cumpleaños muchacho y bienvenido a Líbano.”y ..." mi padre sonrió y levantó su cabeza, pues los dos en ese instante estábamos pensando lo mismo." El mundo es éso: diversidad y emoción. ALMEND
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