Siempre me despierto antes que tú y me gusta contemplarte mientras duerme. Cuando el despertador ya ha sonado, me acerco a ti y te acaricio el cuello hasta despertarte. Salto de la cama y me dirijo a hacer mi aseo diario. No sé si es obsesión, pero el caso es que la higiene personal es muy importante en mi vida.
En la cocina ya estás desayunando y me preparas un poco de leche que bebo ansiosamente.
Te acompaño hasta la puerta y, con la palma de la mano abierta y soplando un beso, me lanzas a modo de despedida.
Me dirijo hacia el dormitorio y huelo tus ropas. Me encanta olerte, es uno de mis sentidos más desarrollados junto con el de la curiosidad que en mí es un sentido más.
Ya en el salón, me asomo a la ventana y cotilleo un poco. El basurero barre las aceras; un señor corre hacia su coche; la pescadería abre sus puertas y esparce un olor a pescado por toda la calle y, como siempre, el perro de la vecina, que ladra en el balcón, pide insistentemente hacer sus necesidades. Ese animal me da miedo, no lo puedo remediar.
Este rincón es mi preferido. Los rayos del sol entran oblicuamente y me proporciona un calor reconfortable. Me acomodo en mi sillón preferido, sobre la manta que me hiciste, y me dispongo a dormitar. Este embarazo me tiene muy cansada, sólo quiero descansar, aunque yo siempre he sido así de tranquila.
De repente, abro los ojos y escucho el ruido de tus llaves abriendo la puerta. Mi corazón se acelera y entras con una sonrisa en los labios, deseosa de abrazarme. Me levantas entre tus brazos y me miras a los ojos diciéndome: "¡Ay, Lulú, mi gatita linda!".
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