CUENTO Nº 1 LA NOCHE...
La noche se precipitaba sobre mi cabeza, solo se escuchaba aquel murmullo del mar. Las
calles de tosca polvorienta por la falta de lluvias dejaba ver cada imperfección del camino
que resplandecía a la luz de la luna llena. Silencio. Mar. Estrellas. Infinitas, miles de
millones tintineando en un cielo negro, profundo, eterno. El campo paresia moverse de un
lado hacia el otro, como una marea suave, es que el viento que llegaba desde la costa, lo
acariciaba y le daba vida.
Ahora que me detengo, me doy cuenta que antes también escuchaba el sonido de mis pasos,
ahora no, pero percibo el croar de una población entera de sapos y ranas y el canto de los
grillos. Los sonidos de esta noche muy calma, no me asustan al contrario, los reconozco,
como parte de mi infancia. Lo único que siento extraño es que hoy puedo individualizarlos,
hoy son un todo por separado del total que me es familiar, cada uno tiene su propia
intensidad y son perfectamente identificables.
Estoy llegando a la esquina de Madreselvas y Jazmines como tantas otras veces, acá por lo
menos en la cruz que forman el cruce de las calles, cuelga una mísera lámpara que la
municipalidad se dignó en distribuir, una aquí otra allá, y así los espectros de luz, bien
intensos debajo de la lámpara, se van apagando, debilitando un poco más allá y la oscuridad
invade nuevamente.
Fuera del alcance de esos círculos de luz; si observo el cielo, seguro veré algún satélite,
triste, solitario dando vueltas en su órbita fija mapeando, escudriñando, mirando todo lo
que se puede ver desde allá arriba, sin saber que desde acá, también es visto.
De vez en cuando veo una estrella fugaz y muy de tanto en tanto veo pasar un avión, o lo
que creo ser un avión.
De pronto, los grillos y las ranas se callan, el viento detiene su suave ondular y el mar, a
ocho cuadras de distancia, que podía oír como el sonido de un tren lo lejos, desaparece. Me
detengo nuevamente y escucho el martilleo de mi sangre en los oídos.
El ritmo de mi corazón se acelera, pero mis músculos se paralizan. El mundo paró.
Las estrellas ya no tintinean y no consigo ver ni el movimiento eterno del satélite. Mis
pensamientos se disparan pero no consigo entender que es lo que está sucediendo. Intento
crear con mi imaginación, el arribo de un ovni. Después de haber visto tantas películas y
haber leído tanta ciencia ficción, bien podría arreglármelas para darle rápidamente un fin a
esto que me perturba, que me hace temer como nunca antes había temido, esto me hace
sospechar que algo increíble está por suceder y contengo mi respiración al punto de no
aguantar más.
Caigo de rodillas, me duele, ya que las piedras de la tosca están sueltas. Miro en dirección
de las casitas gemelas. Las luces del los porchs están encendidas.
Los tamarindos están inmóviles. Ahora siento miedo, me levanto con cierta dificultad y
miro hacia la iglesia, sus luces están apagadas, sus puertas están cerradas, claro debe ser
más de media noche, que hago?...
Empiezo a caminar en dirección opuesta a la entrada del pueblo. Tal vez si llego hasta la
calle principal encuentre a alguien que esté percibiendo lo mismo que yo.
Son sólo unas cuantas cuadras,... decido correr. Nada, está todo desierto, parece que soy la
única persona que quedó en la faz de la tierra en este ínfimo punto del planeta.
Trato de calmarme, después de todo no hay nada de amenazante. Moverme, me muevo,
puedo caminar, puedo arrodillarme, puedo correr, Habré quedado sorda?
-Hola!
No, sorda no estoy. Y además no perdí la voz.
-HOLAAAA!!!
Puedo gritar. No siento dificultades para respirar, el aire es ligero, no tengo ni frío ni calor.
Una pesadilla no es. De lo contrario ya me hubiera despertado.
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A lo lejos veo las luces traseras de un auto, que se aleja en dirección del mar, voy para allá,
después de todo es la primera cosa que veo moverse en los últimos minutos.
Acá ya no hay lamparitas en las calles. Todo es silencio y oscuridad. Mis pisadas, mi
respiración, mi corazón y nada más.
Tengo que subir el médano. La arena aún está tibia después de un día de intenso sol. Me
cuesta llegar ala cima, la arena está muy seca y se desliza mucho. Mi respiración se agita,
no consigo ver más allá de la línea divisoria entre la arena clara y el cielo aún oscuro.
Por fin estoy llegando, frente a mi tengo unos cuatrocientos metros de playa hasta llegar al
mar. Me acerco y ahí comienzo a vislumbrara las primeras personas, todas están de
espaldas a mí. Por la cantidad intuyo que están todos aquí....
Todos mirando hacia el mar que inexplicablemente no se mueve. La marea se detuvo como
todo lo demás, no consigo hablar. Alguien que estaba próximo a mi me dijo...
-Parece de mármol....
No le contesté, no podía, comencé a llorar, sin intención de hacerlo, por mis ojos salían
lágrimas y más lágrimas y más lágrimas. Percibí que todos lloraban, los niños y los adultos,
los jóvenes. Todos.
Traté de acercarme y pude ver que no era que el mar estuviera quieto, era que se había
secado.
La noche se prolongó más de lo debido.
El llanto general continuaba, nadie hablaba.
Solo lloraban.
Solo llorábamos.
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