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Las primeras lluvias de agosto despertaron el olor de la tierra seca, de la maleza socorrida de sed, y la avidez de las aves por saciar con su vuelo la humedad arrancada al cielo gris plomizo.
Rompieron los vientos primeros de ese otoño temprano, que anuncia lívido los atardeceres frescos de un sol anaranjado que rasga el horizonte con retazos de nubes serpenteantes; la bóveda celeste muestra violáceos rojizos que mimetizan el cielo y la tierra. A lo lejos, sonidos que agonizan por el levante y los adentra en la dehesa de encinas sin mostrarnos a ciencia cierta a que pertenecen; sombras alargadas por el atardecer y a nuestro paso el goteo de los fresnos en la ribera que al cerrar los ojos tintinean en nuestros oídos canciones tristes, como no, de amor.
El campo se abre a nuestros sentidos, olfateamos la tierra con sus siemprevivas, observamos el vuelo del cuco y la oropéndola, palpamos la suavidad del matagallo, paladeo el palmito entre mis manos...
Decía una copla antigua:
Me gusta el campo señores,
Como al cuervo la colina
Como al cuco las encinas
Como al jabalí la noche...
Como al fuego la resina...
Es la sierra del sur, de dehesa y de campiña, de retama y jagüarzo,
De noches frías y días calientes, que abandona poco a poco el verano
Y dan paso al otoño tempranero...
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Texto agregado el 25-02-2008, y leído por 90
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