El magnífico arroz con calamares, las navajas a la plancha y el ribeiro fresquito que me había servido la Sra. Antoniña, gallega recia y de la tierra donde las haya; empezaban a ejercer su lógico efecto. Una agradable modorra iba invadiendo mi mente, del mismo modo que una espesa y refrescante neblina iba cubriendo a esa hora toda la playa e incluso llegaba a donde yo estaba...
La señora Antoniña terminaba de recoger las mesas, ya vacías, de otros clientes. Me había quedado solo en aquella terracita de aquel chiringuito tan encantador, el único de la playa de Barra…
Fue entonces cuando apareció; rubia, imponente… con un tanga mínimo y una camiseta húmeda. No se lo pensó dos veces, me miró desde aquellos ojos increíblemente verdes y se sentó en mi mesa mientras cogía un cigarrillo y comenzaba a fumar con cierta avidez…
- Un martini rojo con ginebra.- pidió a la señora sin mirarla, consciente de que ella no le iba a quitar la vista de encima….
Antoniña le sirvió un martíni en vaso largo, con un solo hielo, mitad ginebra y la otra mitad del rojo vermú. La rubia se bebió la mitad de un solo trago.
- Me invitas a comer? Me preguntó poniendo mansos los ojos
- Dirás que tengo una cara muy dura, pero cuando te cuente mi historia, verás que solo soy una víctima.
Accedí a hacerme cargo de la cuenta de la rubia y ésta pidió a la Sra. Antoniña el besugo más grande que había en el expositor y un plato de patatas bravas.
Comió sin cesar de mirarme, rápido, con fruición… cuando hubo acabado de mojar el último trozo de pan en la salsa del pescado, las bravas y una brocheta de rape; terminado tres cervezas y consumido dos calippos de lima, me habló…
-Yo se que te va a parecer raro, pero no soy humana…
-“ahhh”… dije yo, intentando poner cara de asombro.
-Soy lo que vosotros llamáis una sirena…
-Si, ya sé que no tengo cola de merluza.- siguió explicando mientras yo paseaba mis ojos por unas largas piernas sin ápice de vestigios pelágicos o de escamas…- Lo de las sirenas con cola de merluza solo es una invención de las películas Disney; somos, en general, casi iguales a las humanas, hacemos pis por donde todas, tenemos dos piernas… y la única diferencia existente son una especie de branquias que desarrollamos detrás de las orejas y que nos permiten respirar debajo del agua; bueno, eso y que no podemos pasar demasiado tiempo fuera del mar…. Nuestra temperatura asciende peligrosamente y podríamos morir…
-Ya veo que no crees nada de lo que te estoy contando, me espetó mientras cogía el último cigarrillo de mi paquete de habanos y yo sacaba de mi mochila otro nuevo.
- No es eso mujer, estoy ciertamente impresionado, pero me parece tan raro… una sirena que come besugo asado, bebe cerveza y fuma tabaco negro.
- Ni te imaginas… la contaminación, el Prestige, el calentamiento global, la construcción descontrolada en zonas costeras… con decirte que yo ya casi no puedo ni mojarme, cuando debería ser al contrario… todo está cambiando y creo que mi especie está en sus últimos momentos.
- Enséñame las branquias, le pedí sin previo aviso...
Ella, se levantó de inmediato volcando la silla en la que se sentaba, me miró con increíble desprecio…
- Nada, al final, resulta que eres igual que todos, solo quieres lo mismo de siempre, una pena, porque parecías un tipo simpático… soy una señorita, aunque sea sirena. Y no voy enseñando mis branquias al primero que conozco. No sé por quien me has tomado…
-“Ja”, todos los hombres son iguales, te crees con todos los derechos porque me hayas invitado a comer… me voy… asqueroso…
- Pero oye, que yo, no quería…
- Claro, no quería, no quería, pero lo has hecho, me largo antes de que lo piense mejor y te ponga una denuncia por acoso… so guarro… sinvergüenza, cabronazo…
Y la sirena se alejó por la playa… tan rotunda como había venido, o más; además se había llevado mi tabaco, mi mechero y mis gafas de sol.
Cuando pagaba los setenta y tres euros con cincuenta que se había comido y bebido me sentí un poco gilipollas…
Para una vez que conozco a una sirena… y no me sé comportar.
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