Recuerdo aquella iglesia, la lluvia copiosa afuera, su mirada y sobre todo el silencio de aquel recinto, contrastando con las gotas que se esforzaban por caer. Su rostro también se esforzaba por tratar de no demostrar que tenía esa mezcla de sentimientos ; tristeza por la mirada que reflejaba en ese momento y también algo de felicidad por deshacerse de una relación que había agonizado tanto tiempo, de esta cadena casi interminable, rutinaria, un simple reloj limitado a extender lo inevitable.
Yo, ya lo sabía. Su comportamiento no era el mismo desde un tiempo, y a pesar de que lo sabía quise prolongar la agonía, aquellas gotas de tiempo que duraran eternamiete, retenerlas en la eternidad, pero como la lluvia de afuera, también deseaba ser libre.
Nos miramos durante un par de minutos, sin palabras, solo explorando aquello que algunas vez consideramos territorio de ambos. Ella finalmente desvió la mirada, recelosa de aquel mundo ya no nos pertenecía.
Fui el primero en romper el silencio, la tensión me estaba matando. Había tantas cosas que decirle, tantas… pero mi boca no quería decir nada, mis labios se negaban a pronunciar palabra, estaba bloqueado, solo dije sin pensar casi:
- Entiendo. – Rapida mirada al lugar, cristo sufriente en su cruz me miraba fijamente, así como aquellos santos de manos juntas y mirada al cielo. Ese lugar no era mi sitio, me sentía fuera de lugar. – Salgamos. No soporto…
- Nunca soportaste nada. – Su suave voz resonpo en aquella gótica estructura, me dolió profundamente. También quería que fuera su último ataque.
Salí simplemente. Afuera la lluvia arremetió sobre mi sin piedad, gotas como balas sobre mi rostro. Miré al cielo unos segundos y escuché sus pasos caminando lentamente, cuando llegó junto a mi me dijo mientras abría su paragua.
- Nunca entendí esa obsesión tuya de mojarte tanto.
- No sigamos con esto por favor. Se lo que sigue, pero antes de no volver a verte nunca… Tu Guardé silencio unos segundos, la frase que iba a decir necesitaba que pudiera ver aquel bosque en su mirada. Busque sus ojos, no me rehuyó. Entonces dije la última frase:
- Necesito un último beso, aquí, ahora, bajo la lluvia.
No dijo nada, como siempre. El silencio otorga. Tomé su paragua y lo cerré frente a sus ojos. Cuando la lluvia tocó su rostro, su mirada cambió y pude ver en ella la mujer que ví por primera vez, ese bosque en su mirada que me enamoró. Ni mil navajas me habrían hecho el mismo daño. Me acerqué y con ternura busqué su boca, cerré los ojos y me debe desvanecer en ese profundo último beso, sus lágrimas se confundieron con la lluvia, las mías como siempre solo en mi interior, el cielo fue mi representante ese día, el día más lluvioso del año.
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