EL RICO Y EL VAGABUNDO


Alfonso era un hombre muy rico, poseía grandes mansiones en distintas ciudades y era dueño de prósperos negocios repartidos por medio mundo. Tenia de todo en abundancia. Bueno de todo no, había algo de lo que carecía, tiempo para disfrutar de sus posesiones con su esposa e hijos, pues se pasaba los días trabajando sin descansar y apenas los veía.

Diego era un vagabundo que no poseía más que una vieja mochila con la que recorría caminos y veredas, aldeas y grandes ciudades. Hacia pequeños trabajos a cambio de comida y tenia tiempo para vivir y gozar la vida, tiempo para contemplar puestas de sol o cielos estrellados, tiempo para oler las flores del campo o escuchar los trinos de los pájaros, tiempo para jugar y reír con niños en los parques. No tenia nada y sin embargo nada le faltaba. Era un hombre feliz.

Y el destino quiso que nuestros dos hombres se encontraran….

Un día de primavera, estando Alfonso en su despacho, un ruido en su ventana le hizo levantar la cabeza y mirar hacia allí y vio que era un gorrioncillo que picoteaba en el cristal y, por primera vez en mucho tiempo, dejo el trabajo de lado y se entretuvo contemplándolo. Después miró más allá y vio el parque que estaba en todo su esplendor y sintió la necesidad de salir y pasear por él.

Una vez en el parque observó a un grupo de jóvenes que sentados en el césped escuchaban a un vagabundo que les contaba historias muy interesantes de sus viajes y, sin saber por qué él también se sentó a escucharlo.

Después de un buen rato, se quedaron solos y se pusieron hablar como si se conocieran de toda la vida, y el tiempo se les fue en un suspiro.

Se despidieron con un ¡hasta pronto¡ y de regreso a la oficia una sonrisa iluminó el rostro de Alfonso. Su nuevo amigo le había enseñado que las cosas importantes de la vida no se podían comprar con dinero.