Britania año 560
Volvía de regreso a su pequeña aldea situada cerca de Dubris; un viaje desde la ciudad de Durnovaria, lugar que visitaba cada mes para proveerse de lo necesario para su pequeña y humilde casa. Le había sorprendido la noche y el temor se iba apoderando de ella. Una mujer de 34 años, sola en la noche, era la víctima propicia para cualquier asaltante de los mucho que frecuentaban los bosques. Miraba de reojo hacía todos los lados intentando descubrir cualquier movimiento sospechoso que la hiciera ponerse en guardia. Pensaba en su marido. Un joven comerciante dedicado a la venta de sedas que, al igual que ella, debía viajar una vez al mes a la ciudad de Lindum; más alejada de su aldea, para vender sus productos; tarea que le mantenía distanciado de su esposa durante diez días. Se habían casado muy jóvenes; ella con 18 años y él con 20. Diez y seis años de feliz matrimonio. Recordaba sus primeros años de amor y, aunque el amor seguía existiendo entre la pareja, ella lo recordaba de otra manera, la pasión no era la misma, se notaba vacía, amaba a su marido pero, necesitaba sentirse viva otra vez.
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se percató de las sombras que la acechaban. Un grupo de bandidos apareció de repente; detuvieron su carreta y se abalanzaron sobre ella como lobos hambrientos. Mientras unos pocos la sometían y desgarraban sus ropas, los otros, comenzaron la labor de rapiña sobre la carreta.
La mujer forcejeaba con todas sus fuerzas; pateaba y lanzaba gritos de pavor y socorro, pero nadie parecía oírla. De pronto, un extraño ruido metálico les hizo volver la mirada hacía una pequeña loma situada detrás de ellos. Un caballero de armadura negra, montado en corcel del mismo color, se aproximaba a ellos de una manera aparentemente tranquila; tan solo el destello que despedía la espada que iba desenvainando bajo los rayos de luna, los hizo ponerse en guardia. Parecía el mismo diablo. La refriega apenas duró un par de minutos. Cinco de los bandidos yacían muertos a sus píes; el resto; huía despavorido.
— ¿Os encontráis bien? — Preguntó el caballero a la dama.
— Si señor, muchas gracias, habéis llegado a tiempo caballero— dijo la dama,
mientras intentaba cubrirse pudorosamente con las desgarradas ropas que le habían arrancado.
El extraño caballero desmontó de su caballo y sacó de sus alforjas una manta con la que cubrió a la joven. Esta, le miraba asombrada. El yelmo que cubría su cabeza, apenas dejaba entrever unos ojos brillantes que la miraban con ternura.
—Os acompañaré hasta vuestra aldea— dijo el noble.
— ¡Queda aún muy lejos señor!— exclamó la dama.
—No os preocupéis, no tengo prisa; os acompañaré— volvió a repetir.
Cuatro horas después estaban llegando a la aldea. Apenas habían cruzado una palabra por el camino; la joven le había ido observando de reojo, le parecía muy apuesto y fornido, un caballero noble y de honor; el corazón se le movió.
—Hemos llegado señor— dijo la joven —os invitaría a pasar pero… soy casada, espero que comprendáis caballero, no es un desaire es… por respeto a mi marido— dijo tímidamente.
—Lo comprendo señora— respondió el caballero, pero aunque pudiera hacerlo, debo partir, otros asuntos reclaman mi atención— dijo el caballero, con una voz grave que salía del yelmo, como si fuera del mismo infierno.
—Buena suerte señora— se despidió el noble.
—Muchas gracias mi señor— respondió la dama.
El caballero dio media vuelta y volvió sobre sus pasos. Unos metros atrás y como si supiera que le la dama le observaba alejarse, alzó una mano a modo de despedida sin volver la cabeza; a la joven le embargó la emoción.
Habían pasado unos meses desde aquellos hechos, ella no dejaba de pensar en tan apuesto y noble señor; hasta su marido la notaba cambiada.
— ¿Te ocurre algo cariño? — Preguntaba el marido una y otra vez —estás muy cambiada desde que te pasó aquello, mi amor, — decía con toda la ternura que era capaz.
—No mi vida, no, es que, fue un temor muy grande el que sentí, pensé que no te volvería a ver más, cariño— decía para tranquilizarle.
Tiempo después, el marido volvía a partir de viaje. Parecía que estaba acostumbrada a quedarse sola tantos días, pero el corazón le palpitaba temiendo lo peor, tanto por él, como por ella misma.
Apenas serían las once la noche cuando un ruido la sobresaltó. Miró temerosa a través de la pequeña ventana que había en el salón; el corazón casi le estalla de la emoción. Allí, justo enfrente de su casa, estaba el caballero, a lomos de su caballo y mirando atentamente en dirección a la casa. Cerró la ventana deprisa y se dirigió hacia la puerta de la vivienda y la abrió. Se quedó observando al caballero durante unos segundos, apenas pudo levantar su brazo tímidamente a modo de saludo; saludo; al que correspondió el noble haciendo lo mismo. El silencio era extremo, solo se podía escuchar el canto de los grillos que, en esos momentos, a la joven le parecía música celestial. El caballero se quitó un pañuelo que llevaba al cuello y se aproximó lentamente hacia la joven; extendió su mano y se lo ofreció; esta, lo tomo sin quitar la vista de esos ojos que parecían irradiar luz y ternura.
—Es para vos mi señora— dijo la voz grave.
—Gracias mi señor— respondió ella tímidamente.
De nuevo volvió sobre sus pasos y se perdió en la oscuridad.
Todos los días besaba ese pañuelo que tenía escondido; lo olía, lo mimaba y le atendía como si en ello le fuera la vida.
Comenzaron a oírse hazañas de ese caballero; "El caballero negro", le comenzaban a llamar. Por todos los sitios se hablaba de sus actos heroicos siempre en ayuda de su rey; este, agradecido por sus aportaciones bélicas, quiso premiarle y conocerle y, para ello, puso un pregón invitándole a palacio; más este, no dio señales de vida.
Todos los meses, el mismo día y a la misma hora, se presentaba en casa de la joven, le hacía algún presente y se marchaba sin decir ni una palabra.
Pero aquella noche iba a ser distinta a las demás; se dijo la joven. Allí estaba de nuevo, puntual, como siempre, mirando hacia la casa. La joven, como otras veces, salió de la vivienda, pero en vez de quedarse mirando, se aproximó al caballero.
—Buenas noches caballero— dijo más atrevida.
—Buenas noches mi señora— respondió el caballero.
—Necesitaba veros más de cerca mi señor— dijo ahora más tímida.
El caballero desmontó de su caballo y se aproximó a ella; tan cerca estaba de su cuerpo que, el corazón, comenzó a latirle con fuerza y parecía que la sangre se le subía a la cabeza; trató de adivinar quién se escondía detrás de ese yelmo brillante mirando a sus ojos, esos ojos con los que soñaba cada día que pasaba, tan brillantes, tan llenos de vida, tan; llenos de amor. Apenas la dio tiempo a reaccionar. Observó como el caballero, se llevaba la mano enguantada hacia el yelmo para abrirlo, pensó por un momento que ya podría conocer a tan noble señor; pero se equivocaba; tan solo levantó la visera lo justo, para que sus labios quedaran libre de ataduras y plasmar un beso en su boca que la dejó sin aliento. Apenas pudo reaccionar y, solo se abandonó respondiendo a ese beso. Unos segundos después, el caballero se retiró de ella mirándola a los ojos; bajo de nuevo su visera y, le acarició la cara con tanto amor y ternura que pensó que aquello era un sueño.
—Perdonad mi atrevimiento señora— dijo el noble —pero esperaba este día con auténtica pasión.
—No os preocupéis mi señor— respondió ella —yo también lo ansiaba.
Volvió a su caballo y montó en él. De nuevo esos ojos que irradiaban fuego la miraron intensamente; me ama; se decía para si la joven; esa mirada no podía ser de otra cosa que de amor.
Soñaba día a día con el caballero negro. Su marido ahora la notaba más feliz, más activa, con nuevas ilusiones, eso le agradaba, le gustaba verla así, aunque todavía no entendía ese cambio tan radical.
La leyenda del Caballero Negro se había extendido por todo el reino. Se hablaba que había sido herido en batalla, pero no pudieron encontrarle, tan solo el rastro de sangre que había dejado.
La noticia sobresaltó a la joven; estaba angustiada, no sabía nada de su amado y temía lo peor. Todavía recordaba aquél beso tan ardiente.
Miraba su baúl día a día; allí iba guardando las cosas que su amado caballero le había ido llevando como ofrendas; flores, vestidos, pañuelos, hasta un hermoso anillo de oro con un dragón grabado, escudo idéntico al que llevaba el caballero negro grabado en su armadura.
Su marido llevaba enfermo varios días. Se negaba a que le viera ningún médico, decía que lo único que hacían era, matarle más deprisa, pero comenzó a empeorar.
Llevó al galeno a pesar de su marido, pero este se negó en redondo a ser atendido por nadie. Apenas tenía conciencia y la vida se le iba. Esa noche, mientras se hallaba velando a su marido, este, en un momento de lucidez, le dio la llave de su pequeño almacén.
—Ahí están todos nuestros ahorros— le dijo con voz muy débil, y hay un cofre que deberás llevar a Mr Hockings, te dará por el contenido de ese cofre una cantidad que te permitirá vivir holgadamente el resto de tus días, mi amor— le dijo en un hijo de voz —vete a cogerla.
Cogió la llave y se dirigió llorosa hacia el almacén. Sedas, cajas, baúles llenaban el pequeño habitáculo. Allí estaba el cofre que le había dicho; lo cogió entre sus brazos y lo besó pensando en su marido. Miró en todas direcciones como si todo aquello se fuera a esfumar de un momento a otro. Miró al suelo y lo que vio, la dejó aturdida. Un reguero de sangre iba en dirección a la pared y allí se perdía el rastro. Se dirigió hacia el lugar y comprobó una pequeña ranura que parecía una puerta escondida, jamás había reparado en ella, pero ahora, estaba mal encajada. Tiró de ella y la abrió. El cofre le resbaló de las mayo y fue a parar al suelo con un golpe seco; se llevó las manos a la cara para ahogar el grito que se le iba a escapar por la garganta. Allí, perfectamente colocada, había una armadura negra con un dragón grabado en el pecho; el yelmo, encima de una mesa, parecía mirarla fijamente pero, no veía los ojos radiantes con los que soñaba ella cada noche.
Salió corriendo en dirección al cuarto de su marido. Entró de golpe y se aproximó a la cama. Él la miró con ternura y amor. Se aproximó lentamente y le miró fijamente a los ojos; el corazón le dio un vuelco; gruesas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin poder detenerlas; allí estaban los ojos brillantes y llenos de amor por los que ella no vivía, allí estaba su boca, esa boca con la que había soñado todas las noches; ¡Todo lo tenía allí mismo, y ella, no se había percatado!
— ¡Mi amor! — Exclamó llena de ternura y amor — ¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto mi vida?
El la miró sonriendo — ¡Te amo tanto mi amor, tanto! — alcanzó a decir apenas sin fuerzas ya.
Apartó la sábana que le cubría lentamente; esa misma sábana que él, no había permitido tocar a nadie. Toda la cama estaba manchada de sangre y una tremenda herida le cruzaba el pecho de lado a lado; herida; que había intentado taponar sin poder conseguirlo.
Había estado soñando casi dos años con el hombre más amado de su vida, y ahora, le tenía allí, agonizando, sin poder hacer nada por él, amándolo como nunca lo había amado, deseando mirar sus ojos, esos ojos que la volvían loca de pasión, deseando besar nuevamente sus labios, aquellos labios cuyo beso jamás olvidaría; los de su propio marido.
—Sabía que habíamos perdido la pasión mi amor— dijo en un hilo de voz su amado caballero negro —solo quería que volvieras a sentir lo mismo que cuando nos conocimos, darte una nueva razón de vivir, unos nuevos sentimientos, que volvieras a llenar tu corazón de fantasía y amor; yo— siguió diciendo — ya no era capaz de hacerte sentir todo eso, pero sabía que tu corazón amaba tanto, que lo necesitabas, espero mi vida que al menos este tiempo, hayas encontrado otra razón por la que vivir y otro sueño hermoso que poder disfrutar.
La miró a los ojos; veía su cara llena de lágrimas. Alzó una mano y acarició sus mejillas; ella estalló en un llanto más fuerte, ahora podía comprobar que aquellas caricias no eran otras que las de su amado Caballero Negro ¡Como había sido tan tonta!
Se aproximó a su marido y lo besó llena de amor; luego; este, expiró.
Jamás se volvió a oír nada del Caballero Negro.
Hablan de una aldea donde habita una extraña mujer, nunca sale de la casa y la han oído hablar con alguien. Por las noches, a través de las ventanas, han visto a un caballero con armadura negra que está con ella; nadie sabe quien es. |