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Permítanme amables lectores que emplee hoy después de tantos años, la significativa, consistente y la vez ejemplar expresión pronunciada más allá del año 1576, con ocasión de su regreso a la Cátedra, por aquel maestro insigne después de abandonar la prisión en donde permaneció durante cinco largos años, con motivo y por causa de la ausencia de la verdad de las conclusiones a las cuales llegaron los integrantes de la Inquisición. Frase que sin ninguna duda les recordará a uno de los más íntegros, eminentes y humanistas, personajes de nuestra civilización, el conquense Fray Luis de León; “dicebamus hesterna die “
Permítanme decir también, decíamos ayer - no con motivo de mi modesta cultura - si no más bien por el simple hecho de encontrarme en la última etapa de mi constante caminar hacia la propia muerte. Un duro camino, no por la lucha contra el mundo, por un afán de lucha contra mi mismo.
Decíamos ayer que la información debía estar cubierta de verdad. Mas tarde nos han dicho que deberíamos leer más. Después de muchos años de lectura nos dijeron, que... no entendíamos aquello que leíamos. Y todavía más tarde, nos han dicho que deberíamos leer entre líneas. Llegados a este extremo entendemos, inevitablemente, que si hemos de leer entre líneas, nos están diciendo mentiras. Nos están mintiendo.
Disponemos de tanta información que, en medio de tantos informadores, no conseguimos llegar a saber quién dice la verdad. O la verdad a medias. Recordemos ahora, lo que Tácito dijo; “se acaba creyendo todo lo que no se comprende.” Nadie se pone de acuerdo. El tiempo transcurrido hará más tarde, que aflore la verdad cuando ya no sea valida ni pertinente, cualquier posterior decisión. Los que gozaron de más información en el justo momento de los hechos, sólo podrán decir; nos lo temíamos. Pero ya no podrán, en el supuesto caso de haberlo intentado, tomar decisión alguna.
Es por esta razón que deseo recordar “ la emotiva carta al Director” aparecida hace ahora cinco meses en el Semanario ( con el que colaboro y que no creo necesario citar por motivos evidentes) , de un abuelo, vamos a decir como yo, la cual comunicación podíamos aceptar como un verdadero ejemplo de la más arriba, citada expresión; decíamos ayer...
Un ayer basado en la fidelidad a la esposa, a los hijos, a los nietos y por extensión a los amigos, a los colegas, a los colaboradores, a los compañeros. Pues bien, decía que no podía llegar a entender, la profusión de la tan conocida expresión hacer el amor y lo escribía con la sugerencia implícita de que, hacer el amor hoy, no tiene nada que ver con el acto corporal al cual se refiere.
Sabemos demasiado. Hemos pasado sin transición de la ignorancia más rancia a la inteligencia más suprema y como casi siempre nos sigue faltando el sentido común. La generalización de la morbosidad, la falta de formación, como a la vez la pretendida libertad de expresión, nos llevan a episodios tan faltos de perspectiva y dignidad como se vienen sucediendo diariamente.



De otra parte la publicidad nos anega cada día. En este punto si que se hace imprescindible regular el derecho a la intimidad, o acabaremos por ignorar, cada vez más, sus alocados mensajes, un proceso que se evidencia cada día que pasa.
Los jóvenes de hoy, desde su indeterminado ego, salvo en determinadas posiciones, se mezclan en un proceder de ilusa felicidad que les arrastra al botellón, cosa por otro lado incoherente a demás de estúpida, que no les hará nunca felices, mientras les deshaga el hígado. Lo romanos ya adoraban a Baco; el dios del vino.
Estos imberbes de hoy, no deberían considerar insignificantes las respuestas de sus padres, aunque en muchos casos disfruten, por el esfuerzo de los propios padres, no se olviden, de una formación supuestamente superior. Por que no toda la falsa sabiduría de hoy mismo es suficiente para tomar decisiones, que en ciertos momentos pueden asumir. Se trata solamente de interpretar el mensaje, un mensaje casi siempre diferente de un interlocutor a otro, sobre todo cuando las vicisitudes vividas por unos y otros, situadas en tiempos diferentes, niveles diferentes, de ideas poco claras que han surgido de complementos no verificados por la experiencia personal, la realidad y el sentido común. Conviene no olvidar que, el hombre, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Otro sí, las izas, rabizas y colipoterras, en la antigua Roma, ya señalaban sus áreas marcadas con piedras de colores, la dirección de sus prostíbulos públicos. No existe nada nuevo.
El ayer, cuando nos hacemos mayores, no en edad, más bien en conocimientos, nos propicia el momento de aceptar que, definitivamente, no llegamos a saber ni siquiera la mitad de lo que hemos aprehendido, debido a la variabilidad de las circunstancias, tan variables que no siempre corresponden a perspectivas tan esperadas y tan ansiosamente deseadas. Una realidad realmente sorpresiva, una realidad que se entiende a toro pasado, cuando ya no es real.
Fray Luis de León pasó por lo que pasó, por ser el que fue, por su dignidad, sabiduría y fortaleza. Todos sabemos, o deberíamos saber, que hay que ofrecer el corazón. Solamente debemos ofrecerlo del mismo modo que ofrecemos nuestras manos; bien limpias. Decíamos ayer.

robertboresluis@hotmail.com

Texto agregado el 24-02-2008, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-02-2008 Estoy totalmente de acuerdo con tus palabras, y me ha encantado esas referencias escritores ilustres como F . L. de León o Tácito. juaniramirez
 
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