Cuando las quimeras más materialistas se nos disparan hacia un incontenible deseo de felicidad, una felicidad indeterminada de un alcance tan inimaginable como improbable, llegamos a desear el golpe de suerte que la fortuna del rodar aleatorio de las bolas de un tambor de lotería, con mucha suerte, nos podría sorprender
Decir que soñar no cuesta dinero es tan cierto como asegurar que hay sueños que no sirven para nada. De lo anterior se infiere que, en esta sociedad materialista (hay otros muchos aspectos que finalmente terminan por fundirse en el materialismo ) en la que nos encontramos, la felicidad que pretendemos, dispone de muy pocas probabilidades para que nos llegue de manera como la inmensa mayoría de los inconscientes mortales deseamos.
En principio deberíamos preguntarnos qué cosa es la felicidad y que tipo de felicidad pretendemos. La felicidad, lo mismo que la infelicidad, solamente se asemejan a un presente y a un futuro. Vivir esperando la felicidad de mañana es como aumentar la infelicidad de hoy mismo, si al propio tiempo, el grado de felicidad que pretendemos, lo consideramos en relación con la cantidad de dinero que tenemos y el que desearíamos tener. Se es o se puede ser infeliz si no somos capaces de ser nosotros mismos. Uno se da cuenta de esa verdad, cuando disponiendo de un cerebro, es capaz de usarlo.
No negaré que, si no se apuesta, no se gana. Pero si es verdad que la pobreza suele mostrarse envilecida, no es menos cierto que, a la riqueza, le cuesta muy poco envilecerse. Creo que la felicidad no está en nosotros, se encuentra cerca de nosotros; entre los que nos acompañan, entre los hijos esforzados, el vecino o el amigo, a tantos desconocidos a quienes procuramos ayudar sintiendo a la vez que esa ayuda que prestamos es casi siempre pequeña. El simple acto de dar, aunque sea poco, encierra más felicidad que el beneficio de recibirla.
La campañas publicitarias que nos muestran el mundo de la riqueza extrema presuntamente ideal, al mismo tiempo nos acercan a la abominable desgracia de tantos millones de desastrados que intentan vivir envueltos en la desesperación, lo interpretamos como para conformarnos, no con nuestra felicidad, más bien con lo que cada uno de nosotros posee en el sentido material.
Por mucha pretensión que encierre el humanismo, siempre sigue siendo lo mismo; todo es siempre demasiado o demasiado poco, cuando en realidad la proporción de bienestar, para todos ellos, debería ser justo lo imprescindible para una vida digna.
Sentirse feliz es más fácil cuanto más se da; aunque en muchos casos sea poco. Un poco que, al propio tiempo, dependiendo de cada situación personal, pude llegar a significar mucho.
Y ahí están las guerras. ¿ Cuántos puestos de trabajo, cuántas escuelas, cuántos hospitales, se podrían construir con la ingente cantidad de dinero que se emplea en mantener la pretendida soberanía de nuestras desarrolladas naciones, para, con un pretexto de libertad, destrozar las sociedades que integran a otras naciones que no siempre piensan como nosotros.?
Todas las urgencias y necesidades de la humanidad deben ser cubiertas por la propia humanidad.¿Se imaginan a cantidad de problemas que podríamos llegar a resolver desde nuestra indiferencia humanitaria si cada uno de nosotros, destinará solamente un euro al mes, con destino a paliar esas inhumanas, dramáticas, situaciones finalmente tan ofensivas
O vamos a seguir siendo del todo intransigentes, los unos y los otros, los del norte o los del sur, los blancos o los negros, hasta acabar de destrozar este planeta azul, el cual por cierto, está perdiendo su rica, heterogénea y rica potestad, por nuestra incapacidad de resolución. Que nos pillen confesados.
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