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En el mismo momento en que el silencio desplegó sus alas, sofocando entre sus plumas el angustioso compás del estertor, contemplé con absoluta claridad cómo abandonó su caparazón maltrecho, se dirigió al sillón de orejeras situado junto a la ventana y se sentó tranquilamente. Por fortuna había recuperado su aspecto de siempre, de rostros superpuestos, la sonrisa irónica, su mirada rápida e inquieta. Yo me quedé como una tonta, agarrada a una mano afilada que podría ser de cualquiera. Era tal mi fatiga que sólo acerté a murmurar, ya hablaremos. Organicé sin embargo el duelo en el dormitorio, no fuera el caso que decidiera de nuevo ocupar la que había sido su envoltura, pero cuando acabaron los rituales y regresé del Tanatorio seguía en su puesto. Tú me dirás qué es esto, le espeté, un tanto aturdida por lo insólito de la situación. ¿Acaso no recuerdas esos versos que tanto te gustan?, contestó, burlón, “yo sé que existo/ porque tú me imaginas...”
Empecé a impacientarme. Y entonces, ¿qué pasa con dios, con los ángeles, con los demonios? Los ángeles y los demonios somos nosotros, dijo, los dioses son otra cosa, una prenda que cada uno hilvana a su medida. La cuestión es que se quedó, y cómo se rió cuando le traje la urna con las cenizas. Tuve que buscar un segundo trabajo por las tardes, pero cuando la oscuridad era total y el cansancio me rendía, en esos instantes en que el cuerpo no sabe si duerme o se desvela, se acostaba a mi lado y charlábamos. Nada especial, yo le contaba los asuntos del día, mis proyectos, y él me hablaba de sus encuentros con los otros. También allí tienen sus problemas, que en todos lados somos capaces de crear nuestros cielos y nuestros infiernos, bueno es saberlo. Había instantes en los que hasta juraría que escuchaba sus ronquidos, que aspiraba el aroma a tabaco de su aliento, pero si intentaba acariciarle sólo rozaba el aire. ”No es que sienta tu ausencia el sentimiento. / Es que la siente el cuerpo. No te miro. / No te puedo tocar por más que estiro/ los brazos como un ciego contra el viento”.
Sin embargo el tiempo empezó a revelar su paso en detalles sutiles. Su color, su perfil, se iban borrando ante mis ojos, y en algunos momentos el estampado de flores del sillón se mezclaba con las rayas de su pijama. Comenzó a ausentarse alguna que otra noche, y yo a sospechar de algún amor infiel; podía imaginarlo, con su aire coqueto y su verbo afilado, deslumbrando y conquistando almas por ese espacio infinito. Entonces era yo quien sonreía. “Perdido para siempre lo perdido, / atrás quedó definitivamente/ muerto lo que fue muerto”. Así la distancia fue abriéndose camino, aunque, de cuando en cuando, en el desierto de la noche advierto su presencia y conversamos, reímos, que no se evapore lo que fuimos.

(Los versos son robados a Ángel González: “Muerte en el olvido”, “Me he quedado sin pulso y sin aliento” y “Primera evocación”, en este orden).

Texto agregado el 23-02-2008, y leído por 142 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-02-2008 Al margen del título, creo que le has dotado al texto de mucho sentimiento y gran originalidad en ese diálogo fundido que se desvanece. Muy bonito. leante
27-02-2008 a m`mi me ha encantao el texto, tiene de simbolismo suficiente para entender que quizas es un monòlogo con alguna faceta de la personalidad de uno en esos moemntos de crisis...bueno eso entendì...lo que si no entendì es eso del tìtulo...la integraciòn de los versos engalanan el texto haciendolo aun mas profundo luzyalegria
24-02-2008 la verdad que no me ha parecido un texto claro, pero acepto que tiene partes interesantes. nazareno
 
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