*Son RELATOS:
"Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más allá de la Isla, y el viaje es largo".
Knut Hamsum.
OTRA VEZ
Se sentó en la cama, sobresaltado. Un sudor frío le bañaba el rostro, resbalaba copioso desde la frente y le empapaba las ropas. La cama revuelta parecía el escenario de una invisible batalla. Era el mismo sueño que se repetía... Llegaba de la calle y encontraba la puerta de su casa abierta, unas veces desvencijada, otras botada simplemente. Temeroso, se aventuraba pasillo adentro presintiendo un encuentro inesperado, mientras revisaba el estado de las habitaciones. Pero era aquella sensación de allanamiento de su intimidad lo que más le perturbaba, mucho más que los desperfectos causados. Era la casa en que había vivido siempre, desde niño y hasta ahora en que, sin familiares cercanos, decidió no abandonar los lugares que llenaron la alegría de sus primeros años. Situada en una zona bulliciosa de la ciudad, en pleno corazón urbano, se transformaba al llegar el fin de semana cuando multitud de jóvenes inundaban la calle en incesante vaivén de locales y copas, de música ruidosa y algarabía jovial, ajena a las necesidades de tranquilidad de los convecinos que la habitaban, obligados forzosamente a aceptar el incómodo tributo de aquella marea humana que les invadía cada semana.
Él también fue joven, entonces aprovechaba el tumulto de la muchedumbre para salir y pasear, o para divertirse lejos de allí. Volvía a casa tarde, cuando la fiebre nocturna había cesado y sólo quedaba algún borracho extraviado, incapaz de sostenerse derecho entre sus restos. Quizás aquel entresuelo no fuese el sitio apropiado para un hogar, pero allí comenzaron sus abuelos, vivieron sus padres y sus hermanas y ahora él. Tampoco ayudaba nada la comunidad de vecinos, dividida por los intereses de los locales comerciales ni el que, entre doce vecinos, fuesen incapaces de llegar a un acuerdo para arreglar la cerradura del portal, que siempre permanecía de par en par en tentadora invitación para que la juventud festiva se cobijase en ella al abandono de todo escrúpulo.
En varias ocasiones soñó que alguien entraba en su vivienda, podía sentir su respiración entrecortada, se acercaba hasta la puerta y era entonces cuando despertaba. Sí, se repetía el mismo sueño... Una de las veces pudo distinguir los pies del que, al otro lado de la puerta resoplaba amenazante, es por eso que se dio cuenta que se trataba de un sueño y despertó con suavidad, esa vez más relajado.
Luego se fue quedando solo, a medida que los años pasaban. La familia que no murió fue marchando a otros lugares, desplazándose a otras ciudades, pero a él no le acompañó demasiado la suerte en lo de mejorar. Sus trabajos duraban poco, lo suficiente para afrontar los meses más inestables que, a la vez, eran los que más pesaban en la balanza. Tampoco en el amor encontró terreno adecuado para el cultivo. Sí, hubo amores y amoríos, pero nada serio, ni familia que vestir ni bocas que mantener.
Hubo un tiempo en que viajó, recorrió mundo y conoció gentes, culturas y miserias que contribuyeron a hacerle valorar aún más el pequeño tesoro de su refugio de infancia. Por eso cuando regresó a casa escogió permanecer allí por siempre, ligado así a su conexión primaria de existencia. Era un modo de seguir unido a la vida.
Últimamente la pesadilla se venía repitiendo con agobiante insistencia, hasta que cobraba conciencia real de que se trataba del viejo sueño transcurrían unos espaciados momentos donde la incertidumbre luchaba por recobrar el tiempo que, ausente, parecía disfrutar en jugar al escondite y embromarle. A pesar de los años, el choque con la realidad no dejaba de resultar conflictivo.
Sin embargo, aquella tarde la realidad mostró la evidencia de su más temible efecto con toda su crudeza... Regresaba del paseo cuando, al llegar a la casa, encontró la puerta echada abajo a fuerza de patadas, en la penumbra del pasillo se distinguían las paredes grises y un fuerte olor a polvo flotaba en el aire. Como tantas otras veces en su sueño, recorrió cada una de las habitaciones despacio, con el alma encogida en un puño, tenso y expectante ante cualquier imprevisto que saltase al paso. Su inquietud aumentó hasta niveles críticos al entrar en su dormitorio, la respiración jadeante de alguien que descansaba en su propio lecho le quitó la voz, quería gritar, pero el terror se lo impedía.
En su mente se agolpaban infinidad de pensamientos entrecruzados, pero se sintió impotente para articular palabra...
-Arnoldo Práxedes..., ¿es usted?-, preguntó el agente sin despegar la vista del documento de identidad.
Asintió nervioso, con un gesto afirmativo de cabeza, todavía no repuesto del susto. La sargento de policía se hizo cargo de la situación, aquel hombre acababa de sufrir una experiencia traumática...
-Mire, abuelete, ¿no tiene usted familiares? ¿Quiere que le vea un psicólogo?... Bueno, ya pasó todo!
Esa misma noche Arnoldo Práxedes volvió a despertarse en su casa, tiritando de temblores, con la sospecha fundada de que su pesadilla amiga le había jugado otra de sus malas pasadas. Arrastró despacio sus pies por el pasillo, pero la puerta estaba allí, cerrada e intacta...
-¡Maldita sea, ...otra vez!-, exclamó casi con alivio.
Mientras preparaba el desayuno sonó el teléfono.
-¿Qué tal se encuentra, abuelete?-, la voz de la sargento se oía clara, conciliadora.
-...¡Ah, sí!
-Le he conseguido hora para el psicólogo, ¿qué tal le viene mañana por la tarde?
-Ya se me ha pasado, déjelo, gracias. Gracias, ya pasó...
En el fondo Arnoldo Práxedes se encontraba a gusto en compañía de su sueño, era muy mayor ya para cambiar.
El autor.
luistamargo@telepolis.com
*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-
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