Al despertar, descubrí que había algo diferente; no sabía exactamente qué era pero con toda seguridad había algo que no estaba en su lugar.

Busqué durante un tiempo por todo el cuarto sin encontrar nada diferente, aún así seguía sintiéndome un tanto extraña...

Abrí la ventana y entró una brisa azul celeste, mezclada en el aire con polvo de estrellas que terminó por inundar toda mi habitación.

Sin pensarlo, levanté la mirada hacia el cielorrazo y finalmente descubrí lo que estaba buscando: eran mis alas, las había dejado clavadas al techo la noche anterior mientras transmutaban de color.

Esta vez aparecía un intenso anaranjado mientras lentamente, el desteñido color amarillo que por tanto tiempo había llevado, se escurría hasta el suelo manchando de tinta el antiguo baúl en el que tenía guardada la luz de luna de la semána pasada.