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Ese día Katrina supo que no la vería de nuevo. Ignoraba si esto se daría a causa de su separación o quizás de la futura muerte que de seguro le esperaba.

Ella beso la frente de su hija y acaricio sus rojizos rizos entre lagrimas y desesperanza. Sentía que estaba perdiendo un pedazo de sí misma. Pero era consciente de que esta era la única oportunidad que tenía para que por lo menos su pequeña continuara viva.

Abrazó a su amiga, segura de que cuidaría a Thara y que junto a ella su hija estaría segura. Alfred sería la figura paterna adecuada para su hija, finalmente lo conocía desde hacia mucho tiempo. Su hija crecería bien si ellos la protegían, aunque esto significara un dolor indescriptible.

Cuando Elizabeth la llevó al auto, sintió deseos de llorar, gritar o correr, de despertar de esa absurda realidad. Reinaba el silencio. Las dos tenían lágrimas en los ojos que debían disimular.

Habían sido amigas desde niñas; se consideraban hermanas. Elizabeth pensaba en esto, había estado temiendo tener que hacer lo que debía hacer, durante todo el tiempo que tuvo a Katrina y a su pequeña ocultas en casa.

Ya no había posibilidades de huir de su destino. Ella debería ser el verdugo, el ejecutor. De ahora en adelante no dormiría en paz, cargaría en su conciencia la muerte de aquella amiga a quien entregaba al enemigo. La llevaba al último sitio en el que le gustaría verla: Un campo de concentración.

Dos días antes, habían escuchado accidentalmente a su vecino decir que tenía sospechas. No podían arriesgarse. Si los descubrían no solo perecería Katrina sino que arrastraría consigo la muerte de su amado Alfred y de la pequeña Thara.

Elizabeth detuvo el auto, tomó aire y limpió las lágrimas de sus ojos. Sostuvo la mano de Katrina por última vez y entonces el oficial prosiguió. Katrina sintió una mano que la sacaba del auto con violencia, para luego ser llevada a la fila de las mujeres.

Vio a Elizabeth marcharse y recordó con tristeza los mejores momentos de su juventud y de su infancia. Con ella se iba su alegría, y lo único que le quedaba era el recuerdo y la esperanza de una hija de tres años que nunca volvería a ver.

En la fila observó que todas llevaban la estrella en su vestido. Era su marca, su sentencia y castigo. Aquella que portase la estrella , portaba su muerte.

Era la única que no la poseía. Aquellas mujeres apenas lograban caminar. Sus huesos sobresalían recubiertos por las pálidas pieles. Tenían sus cuerpos cubiertos por moretones y sus ojos estaban hinchados y deshidratados. Quizás esto se debía a que ya no tenían más lágrimas y en su interior ya habían perdido la vida. Ellas esperaban la muerte con la misma esperanza con la que algún día se aferraron a la vida.

Katrina aun no reaccionaba, estaba pensativa recordando a su hija. Cuando un grito la despertó de su letargo emocional. Frente a ella se hallaba una pequeña demasiado delgada y triste. Su cuerpo era el de una niña, pero en su mirada se podía ver la ausencia de infancia. Se la habían robado.

El oficial colocó el arma en la frente de la niña. Ella no lloró. Ni siquiera tembló. Solamente le miró con aptitud desafiante.

Por un momento, en la mente de Katrina aquella extraña niña era su hija. Vio los ojos oscuros de aquella pequeña y los confundió con los verdes y expresivos ojos de Thara.

Reaccionó como sólo lo hubiera hecho por su pequeña, la alejó de aquel hombre, la cubrió con su cuerpo en un gesto de protección. El hombre la observó. Ella sintió una a una las patadas en su vientre y creyó que habían destrozado su rostro amoratado por los golpes. El oficial se detuvo, Katrina esperaba su muerte en aquel instante, pero no fue así. Estaba tirada en el suelo con el cuerpo amoratado, pero aun viva. Le ordenaron levantarse, ella débilmente obedeció.

Cuando fue conducida al bus que seguramente la llevaría al campo de concentración de Barsovia. Sintió que una mano la rozaba. Era la de aquella pequeña extraña. Su nombre era Annia. Se quedaron abrazadas, contemplándose mutuamente, quizás recordando a aquella madre que había muerto y a la hija que nunca vería.

Durante el transcurso del viaje solo escuchaban gemidos. Aquellas almas cansadas sabían lo que les esperaba. Dejarían de existir cuando llegaran a aquel lugar. Barsovia sería su muerte.

El sonido fue impactante, el bus chocó, todos corrían y de pronto uno de los hombres alzó su voz y les habló :

- Esperen, si huyen morirán. Los judíos no tenemos esperanzas en estas tierras- silencio total, aquel grupo de diez personas prestaba atención.

Escucharon nerviosamente las indicaciones. Aquellas palabras esperanzadoras parecían ser la salida. Se ocultaron esperando el anochecer. Entonces dos de ellos se dirigieron al muelle, encontraron a unos marineros ebrios y aprovechando la situación les convencieron.

Solo tenían que llegar al buque, los nazis se habían enterado del accidente, los buscarían, luego los eliminarían. Debían partir al anochecer.

Se ocultaron en cuatro estibas, escucharon a los oficiales hablando, preguntando por su paradero. El ladrido de los perros las angustiaba, aunque previamente hubieran cubierto su piel con el olor propio de los peces, para confundir su olfato. Por un momento hubo silencio, los oficiales pedían que se abriera una estiba. La muerte era un azar. Abrieron una de las estibas, Katrina nerviosamente se abraza a Annia. La estiba estaba vacía. Ya podían zarpar.

Durante dos meses estuvieron en el barco, trabajaban por algo de comida. Como sea, no podía ser peor que Barsovia.

En las noches Katrina se quedaba mirando el cielo, imaginando a su hija junto a Elizabeth. Lloraba con tristeza y Annia la abrazaba. Luego las dominaba el cansancio y el letargo del sueño consolador finalmente llegaba.

Arribaron en una tierra extraña. El calor era insoportable. No entendían aquel lenguaje. Sólo sabían que aquella ciudad lejana de su tierra natal las hospedaría. Por lo menos allí no habían nazis. Se separaron del grupo y una noche triste, decidieron unirse y buscar un nuevo destino en aquella Cartagena de Indias.

El tiempo transcurrió con la lentitud de la incertidumbre. Poco a poco se adecuaron al lugar, al lenguaje y a la gente. Y como es propio de su raza pronto estaban negociando exitosamente.

Por fin, después de tanto años Katrina volvería a su hogar. Al llegar encontró la ciudad cambiada, recordó su feliz infancia y luego la pesadilla. Ahora podía caminar por las calles sin temor. La vida le había dado otra oportunidad.

Volvía a aquel lugar, con la ansiedad de encontrar de nuevo a Thara. Nerviosamente tocó la puerta. Le abrió una hermosa joven de cabello rojizo. La invito a tomar un café, le dijo que sus padres habían muerto en un accidente hacia dos años.

Katrina no sabía cómo decirle que ella era su madre, que aun estaba viva, y que le había extrañado por mucho tiempo. Decidió empezar la conversación hablando sobre la guerra, y luego no pudo soportar escuchar la opinión de aquella que en otro tiempo fue su pequeña.

Thara estaba orgullosa de ser alemana. Consideraba a Führer un ídolo, un hombre que había iniciado el camino que ella como alemana debía continuar.

-pero, yo soy...- Thara se quedó observándola tratando de adivinar sus pensamientos.

Katrina termino su frase - ... judía - y se marchó viendo cómo su hija le miraba con ira y desprecio.

Años después un noticiero nacional anunció: Katrina Nazayev, una mujer que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, murió cuando unos ladrones irrumpieron en su casa, la única heredera es su hija Annia Nazayev. Nuevos conflictos en Irak. El dólar ha subido diez centavos. Masacre guerrillera a las afueras de Medellín. Una joven neonazi se ha suicidado al descubrir que su madre era judía...Mañana les esperamos con más noticias.

Una lágrima recorrió la mejilla de Annia. Madre e hija habían muerto el mismo día, bajo distintas circunstancias, alejadas la una de la otra. Tomó el control y apagó el televisor.








Texto agregado el 10-04-2004, y leído por 162 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-04-2006 qué tragica historia. KaReLI
10-04-2004 Impresionante, reflejas muy bien esa gran tragedia en un cuento muy bueno yoria
 
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