El lenguaje me persigue, nos persigue, le persigue. El lenguaje es una mujer vestida con traje de noche que se para en frente mío y empieza lentamente a correr su vestido, a mostrarme las piernas. No le veo el rostro, siempre se lo cubre, de seguro es un rostro maduro, tal vez viejo y con mucho maquillaje. A veces, como hoy, se mezcla en todo, me derrumba, su falda sube y sus manos tiene guantes. El rostro es cubierto por su abanico y no aseguro que lo que veo sean sus piernas, que haya manos bajo los guantes, en realidad, no me parece que su elegancia sea verdadera. El lenguaje se burla y su risa me fastidia en los oídos. El lenguaje me reta y se esconde, me seduce, escupe mi ego como un viejo borracho. Me desafía a desnudarlo, a acariciarle las piernas, esas piernas de mujer esbeltas y fuertes. Presiento, sin embargo, que es una anciana.
La verdad, no puedo asegurar absolutamente nada. No me siento con la suficiente fuerza para tomar la espada. Sí, tal vez sea la lluvia de hoy, el completo sonido de las gotitas cayendo, los charcos que se forman, lo que me hace pensar en esas cosas. Como si el agua pudiera ser su sangre cayendo, con ese ruido musical, cada gota diferente.
Pero le temo, le temo profundamente. Temo que en sus piernas también tenga ojos, y yo termine convertido en piedra.
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