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Felicidad ¿Estado o tránsito?


La felicidad es un concepto que la humanidad no ha sido capaz de definir bajo un único criterio a lo largo de su historia. Si bien los hedonistas lo fundamentaban en placer, los socráticos en la virtud y el conocimiento, o las culturas orientales en un estado pleno de quietud y calma, nuestra condición de seres puramente adaptativos nos lleva a la conclusión de que la felicidad no puede ser un estado. El ser humano fundamenta su acción, en fines y actos enfocados hacia ese fin. Una vez alcanzado ese reto, no es mucho el tiempo que permanece sin generarse unas nuevas necesidades. Sin embargo no son pocas las filosofías que mantienen que el concepto de felicidad no se trata de un momento puntual, más traducible por euforia y alegría, sino un estado permanente alcanzable tras un camino. El nirvana en los budistas, la eliminación de los prejuicios y las categorías en los transpersonales y fenomenólogos, el conocimiento puro en los helenos, no son sino metáforas de un estado no alcanzable salvo por la supresión de la vida. Esto es, una felicidad mística, basada en un conocimiento pleno e individual de cada objeto, simbolizado por las religiones con el concepto de un dios.
Sin embargo, en el hombre occidental, este afán ha quedado como máximo, para debates entre Jodorowsky y Dragó, enfocando la felicidad a satisfacciones materiales, o en casos de tipo social o afectivo. Y en ésta rueda, la felicidad no puede definirse de otro modo que no esté referido a un descanso entre dos metas. De modo que una vez habituados al reto alcanzado, hemos de proponer otro para mantener nuestro nivel de activación. En lo que sin duda no hemos reparado, es que a menudo tendemos a considerar la felicidad ajena como menos auténtica, porque no compartamos los medios que llevan a ella, sin darnos cuenta de que se trata de un término tan subjetivo, que por su propia naturaleza individual es indefinible. Pero aún conlleva otra desviación occidental. Al hablar de felicidad como tránsito, nos lleva a asociarlo a la frustración y el sufrimiento cuando el reto no es alcanzado. Términos como amor o fe, van unidos al sentimiento trágico de incertidumbre. La paradoja fundamental reside en que si la felicidad es un estado de plenitud, asociarlo a la incertidumbre carece por completo de sentido. Pues a fin de cuentas, esa definición inicial de virtud, nirvana, eliminación de prejuicios y categorías, no responde sino a una absoluta certidumbre sobre todos los objetos. Que una palabra genere dos definiciones tan separadas, nos lleva a la conclusión de que – como en el origen etimológico del kafkiano Odradek – ambas han de ser necesariamente falsas.

Texto agregado el 10-04-2004, y leído por 225 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
11-04-2004 Artículo publicado en Noviembre de 2003 en la columna Psicología, Cultura y Sociedad dario_b_malik
 
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