El sistema capitalista se nos ha vendido como una panacea de “mundo libre”, donde todo el mundo puede progresar, donde todos tenemos los mismos derechos. Es precisamente esta afirmación la ilusión falaz en la que se sustenta: La igualdad
El espejismo igualitario está cimentado sobre la posibilidad individual de alcanzar cualquier logro. Esto no hace sino perpetuar el sistema. Pues el avance casual de una persona, en absoluto rompe el sistema, sino que tiende a fortalecerlo. El hecho de que un sujeto mejore su status, suele ir en detrimento de otro buen número de individuos, de modo que el sistema de clases se mantiene intacto. El hecho de que uno ascienda en la escala, provoca el aumento de pobreza en otros muchos. De este modo el capitalismo se asegura su continuidad. Sin embargo aún este supuesto guarda una trampa. La posibilidad de evolución no es igual para todos, y solo existe, de un modo relativo, en los mal llamados países desarrollados. Lo mismo que en un sistema feudal, unos pocos con oportunidad poseemos la riqueza del mundo, mientras cinco sextos nos sustentan, viviendo en unas condiciones por debajo del nivel de la pobreza. Estos afortunados, tenemos la capacidad de progreso. El 80% restante no la tendrá.

La otra rueda que hace que el avance del capitalismo sea constante, está fundamentado en su propio proceso de movimiento económico. El crecimiento monetario está fundamentado a partir de la construcción. Se construye mientras existe un incesante crecimiento económico, y una vez éste alcanza un tope, una crisis, se destruye una zona, en la que poder volver a abrir mercado.

El francés Duchamp, y otros artistas sostenían que la expresión estética estaba en la destrucción, pues todo había sido creado, y por ello había que romper con lo establecido, para cimentar sobre nuevas ruinas. A estos teóricos se les llamó Dadaístas. El Capitalismo ha llevado al extremo moral esta afirmación. La rueda del dinero empieza a girar desde la construcción, y cuando ésta se detiene, destruímos para darle otro empujón. Viene a significar que la Guerra es un hecho inherente al propio sistema, sin la cual desaparecería de modo irremisible. Parece no importar que muera gente en el camino, porque la rueda ha de seguir avanzando.

Es curioso que un sistema que se autoproclama libre e igualitario, se sustente en la destrucción de bienes y personas. Es llamativo que en el concepto de globalización, se oponga fronteras a las personas, pero no al capital.
Este tipo de contradicciones nos llevan a dar con la paradoja de que son los países del que llaman “Mundo libre”, quienes sustentan a algunos déspotas que oprimen a sus países del tercer mundo. Eso sí, podremos seguir llamándonos demócratas, librepensadores y solidarios.