Ciencia Y Dogma
Resulta atrevidamente divertido ver a la gente sentenciar tajantemente sus afirmaciones escudados en un “Está científicamente demostrado”. Llega a causar pavor la facilidad con la que el ciudadano de a pie decide sentenciar rotundamente en nombre la ciencia, afirmaciones que ni los propios investigadores se atreverían. Desde Kant, en su crítica de la razón pura, hasta Kuhn y Popper, pasando por Nieztsche, científicos, espistemólogos y filósofos no han titubeado en reconocer honestamente que la ciencia no representa sino una serie de aproximaciones sucesivas a una realidad sobre la que no tenemos acceso directo. Contemplamos el mundo del mismo modo que lo haríamos a través de los Trampantojos de Massaccio y Boticcelli en la vieja Florencia. La realidad está ahí, y nosotros la interpretamos en función de nuestra experiencia, vivencias, y “gafas” conceptuales. Operamos sobre lo que percibimos. Pero esta percepción siempre es subjetiva. El objeto de la ciencia no es sino tratar de disminuir este sesgo individual. Pero la ciencia la hacen los hombres, y como tal, siempre está sujeta a subjetividades, que para minimizarlas, las hacemos colectivas. A fin de cuentas, eso que llamamos objetividad, no es sino subjetividad compartida. Sin embargo la tendencia actual es creer que la ciencia nos ofrece las respuestas que en otro tiempo procuró la religión con dudosa fiabilidad. A modo de fé atribuímos una verdad intrínseca al método científico. Olvidando que lo que científicamente era imposible hace años, hoy es cotidiano. Olvidando que la teoría de Newton fue en su día una revolución para la física, y hoy no es más que un paradigma vetusto con infinidad de errores, que a cualquier estudiante de Físicas podrían resultarle irrisorios. El cambio paradigmático nos ofrece explicaciones cada vez más aproximadas a esa realidad que tratamos de explicar. Y cuando parecemos estar en condiciones de afirmar que todo en el universo es una concatenación de causas y consecuencias, aparecen fenómenos como el efecto túnel, o hipótesis como la teoría del caos, que no hacen sino romper con nuestro actual paradigma. El Efecto Túnel, por ejemplo, abre una puerta al azar en el vaivén del universo. Se trata, en legas palabras de un neófito, del movimiento de un electrón de una capa a otra, sin que nada lo motive. Todo nuestro sistema de creencias ha sido formado por la máxima de que cualquier evento en el universo responde a unas causas, y conlleva unas consecuencias. Sin embargo este hallazgo de la física dejaría una puerta al azar, que engulliría la concepción científica actual, y por qué no decirlo, la religiosa. Pues cualquier religión está sometida en su moral y metafísica a leyes de causalidad, de justicia... Pero si hay una influencia de azar hemos de abrir un nuevo paradigma, que vuelva a ofrecernos explicaciones sobre el mundo, el universo, y en definitiva el ser humano, que satisfagan la intrínseca curiosidad del ser humano. ¿Es entonces falso todo cuanto la ciencia ha postulado hasta hoy? Nietzsche lo vaticinaba en La Gaya Ciencia. La ciencia es una gran mentira, pero nos es de utilidad. Yo no iría tan lejos. Simplemente fue una aproximación hacia la realidad, que empieza a reclamar otra revolución. Por supuesto ésta no será definitiva. Simplemente será un paso más en el utópico camino del manejo de una realidad a la que ni siquiera tenemos acceso directo. Pero es conveniente de que gocemos de “verdades” compartidas para poder desarrollarnos.