Mi nombre es Verónica.
Hoy hace cinco meses que estoy en este hospital y no veo la hora de irme. Yo no estoy loca, pero si tengo que quedarme mucho tiempo más en este lugar, ¡van a lograr enloquecerme!
No sé cómo mi hermano se las ingenió para traerme. Él es capaz de hacer cualquier cosa con tal de sacarme de la casa de mamá. No es la primera vez que lo hace, pero hacía bastante tiempo desde la última vez.
Con él siempre nos llevamos mal. El problema está en que le encanta meterse en mis asuntos. Yo solamente estaba en casa de mamá y de pronto, de un día para el otro, me encuentro acá.
No me acuerdo bien que pasó, lo único que recuerdo es que antes de que me trajeran, pasé algunos días encerrada en mi cuarto. No tenía ganas de ver a nadie. Durante esos días es verdad que no dormí, ni comí, solamente sentía un impulso muy fuerte y una voz que me decía que leyera y leyera.
A los 18 años fue la primera vez que la escuché y debo admitirlo, me asustó mucho. Pero después de un tiempo le fui perdiendo el miedo y fui prestándole más atención. Poco a poco me fui dando cuenta de lo que trataba de decirme.
A partir de ahí me cambio la vida, me siento una persona íntegra y siento que soy la elegida para llevarles a todas las personas que estén dispuestas a escuchar, las mismas palabras que me llegaron a mí: las palabras de dios.
No sé como explicarlo, pero no solamente comencé a ver más allá de lo aparente, sino que aprendí a diferenciar y a distinguir las cosas que son buenas para vivir de aquellas que hacen daño y que normalmente permanecen ocultas. Pero no son todas las personas las que son capaces y están preparadas para recibir estas palabras y es mi tarea tratar de encontrar aquellas que lo estén para que puedan encontrar el camino. Les aseguro que es una tarea nada fácil, y lo único que me ayuda a soportar seguir en este lugar, es que acá encontré una forma de hablarle a más gente sobre lo que yo sé.
Hace unos meses se acercó a mi cama un hombre joven, más o menos tendría mi edad, que nunca había visto por allí y se presentó. Me dijo que era psicólogo, que tenía a su cargo un grupo de estudiantes y me preguntó si estaba dispuesta a darles una entrevista; que me harían unas preguntas las cuales respondería solo si yo estaba de acuerdo.
Por un momento me sorprendió, pero enseguida entendí. Siempre se dice que Dios busca comunicarse de la manera más increíble ¿no? Por lo que en un instante le contesté que sí.
Trate de arreglarme lo mejor que pude, la verdad es que no esperaba a nadie. Le pedí que me esperara un minuto, me recogí el pelo, me puse un saco (era primavera pero siempre hace frío en ese lugar) y lo seguí.
Cerca de la puerta había tres chicos que habían venido con él, me saludaron y comenzamos a caminar. Al principio me sentí un poco incómoda porque no sabía que decir y además los tres chicos se ubicaron detrás de mí, así que yo no los veía mientras íbamos caminando. Cada tanto escuchaba que susurraban y debo confesar que eso me molestó mucho. ¡La gente tiene esa mala costumbre! Lo más seguro que pensaran que soy igual que los locos que están aquí, pero ya iba a tener tiempo de demostrarles que yo no tengo nada que ver con este lugar.
Yo iba al lado del psicólogo. No tenía idea a donde íbamos pero solo iba pensando en lo que les tenía que transmitir y que esta era mi oportunidad, quizás la única.
Subimos por una escalera, llegamos frente a una sala y me hicieron señas de que entrara. Recuerdo que era un día soleado por que cuando entré a la habitación, se me hizo difícil ver bien. Cuando la vista se acostumbró a la luz de aquella sala pude ver sentados en círculo todo un grupo de chicos, y dos sillas un poco enfrentadas, una de ellas vacía.
Saludé muy tímidamente ya que me seguía sintiendo bastante incómoda, aunque ser el centro de tantas miradas me hizo sentir al mismo tiempo alguien importante, además por alguna razón me habían llevado a ese lugar, seguramente se enteraron de mi experiencia y querían escucharme.
No los conté, pero deberían de ser unos quince a veinte chicos que andarían alrededor de los veinte años. Al principio pensé que eran muy chicos para que pudieran entenderme, pero enseguida me acordé que si Dios se había comunicado conmigo siendo yo de esa edad, no había razón para que ellos no pudieran comprender lo que yo les quería transmitir. De todas formas no perdía nada con intentarlo.
Enseguida de saludarme, una chica me indicó donde sentarme. En otra silla se sentó el psicólogo pero contrariamente a lo que yo pensaba las preguntas no me las comenzó a hacer él, sino la chica.
Me preguntó mi nombre y cuando empecé a responderle todos los demás compañeros comenzaron a hacer algo que me llamó mucho la atención. Hasta ese momento no me había dado cuenta que todos tenían en sus manos cuaderno y lápiz.
¡Había que verlos mientras yo hablaba! No les daban las manos para tratar de anotar todo lo que yo iba diciendo. De a poco y de pregunta en pregunta yo iba perdiendo la timidez y la incomodidad para también de a poco ir prestando mayor atención a esos chicos.
Había algunos que prácticamente no me miraban tratando de no perderse ningún dato; otros lo hacían de vez en cuando y por último había algunos que solo me miraban sin anotar pero con una mirada que no sé explicar.
¡En fin!, yo no tengo muy claro para que era todo aquello, para que se anotaban hasta mis suspiros, porqué aquellas miradas inexplicables, pero traté de contentarlos respondiendo sus preguntas con el único objetivo de aprovechar la situación para llevar a cabo lo que tenía pensado.
En realidad no se me hizo tan fácil comenzar a contar mi experiencia. La chica que empezó a preguntarme estaba bastante nerviosa, hasta creo que lo estaba más que yo.
El caso fue que empezó a preguntarme sobre cosas que no sé que interés pueden tener, sobre mi pasaje por la escuela, si había ido al liceo, si había tenido o no amigos, etc.
En determinado momento me pregunta si alguna vez había escuchado voces. Yo me sorprendí de lo que me estaba preguntando, ¿como se había enterado de eso? Nunca le había contado lo de las voces a nadie. A nadie.
Me asusté bastante ¿quién era esa muchacha? ¿quién la había enviado? ¿puede leer lo que estoy pensando? Me quedé en silencio un rato y me hizo otras preguntas. Yo estaba confundida.
Ella también se quedó en silencio, y a partir de ahí no sé que fue lo que pasó porque el que siguió preguntándome fue el psicólogo.
Desde ese momento comencé a contar la historia que quería contar.
La conté una y otra vez, grupo tras grupo. Aún la sigo contando.
Si me preguntan si he logrado lo que quería, no lo sé. Pienso que si mi responsabilidad encomendada por Dios es llevar su palabra a la mayor cantidad de gente posible, lo he cumplido. Pero la verdad es que no sé cuantos de ellos realmente me han sabido escuchar.
Hace mucho que no viene nadie de mi casa a verme, seguramente mi hermano tenga algo que ver.
La doctora me dijo que falta poco para que me den el alta; mientras tanto todas las tardes a la misma hora, espero impaciente que venga mi única visita para poder conversar con sus chicos.
Jueves 10 de noviembre
¡Qué día! Me ha costado bastante dejar de pensar en lo de hoy.
Por primera vez fui al hospital y vimos una paciente. Una esquizofrénica.
La verdad es que una cosa es leerlo en los libros pero ver un caso así es increíble. ¡Yo estaba tan nerviosa cuando entró!, y eso que no me tocó hacer la entrevista. ¡La verdad, no sé si algún día me voy a animar a hacerla!
Lo que más me impresionó fue la edad, tendría unos treinta años y además su aspecto. Cuando entró no pensé que fuera la paciente, estaba muy arreglada, yo no sé que me imaginaba, pero la verdad me sorprendió.
Nos miraba a todos mientras respondía, yo no pude ponerme a anotar, preferí mirarla yo también, sino te pierdes de la mitad de las cosas.
Empezó lo más bien, hasta en determinado momento me empecé a preguntar porque aquella mujer estaba allí. Pero cuando las preguntas las empezó a hacer el profesor ¡saltó todo!
¡Pobre mujer, estaba convencida de que era la elegida de Dios! me dio lástima, pero ella estaba tan metida en su mundo que no sé... Insistía en que había que saber diferenciar lo bueno de lo malo y que solo Dios nos podía ayudar, que tuviéramos más cuidado con nuestros actos.
El profesor nos dijo que el delirio estaba ya instalado que no había marcha atrás, así que lo que se hacía de aquí en adelante era medicarla para que no avanzara la enfermedad. Esto nos dejo bastante mal, porque da mucha impotencia.
Lo peor de todo es que cuando le preguntaron porque estaba allí dijo que no quería decirlo pero la verdad es que no supo responder, en seguida nos dijo que ella no estaba loca. Bueno, la verdad a esta altura no sé si esto es bueno o si es malo.
El tema fue que muchas cosas que había leído en el libro las pude ver y las comentamos después que se fue.
Fue curioso, porque después de noche en facultad, me encontré con un chico que está en otro grupo, y me comentó que el también había ido al hospital. Cuándo me empezó a contar el caso, ¡era el mismo!
Creo que me dijo que se llamaba Verónica y que solamente tenía 32 años.
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