Resulta lamentable ver como el concepto de solidaridad se ha desvirtuado en las culturas que copiamos el “American Way of Life”. Si el acto solidario debe representar un bien en sí mismo, en la sociedad occidental ha pasado a ser un lavado rápido de conciencia, o una meticulosa apariencia de sentido cívico. Esto tiene explicación en la “desinformación consciente de los medios”, según Noam Chomsky. A modo superficial no cabe la menor duda de que se encuentra en un acierto. Sin embargo, esta manipulación requiere un proceso más profundo.
El mexicano Martín Baró, uno de los impulsores de la Psicología Comunitaria en latinoamérica, tomó parte activa en lo que muchos consideran un antecedente del Foro de Porto Alegre. Abogó hasta el día de su asesinato, por un pueblo imbuído en redes de asociaciones con cierto grado de autonomía, supervisado – no dirigido – por un gobierno. Quizás por las condiciones del pueblo centroamericano, le llevó a anticiparse en veinte años a algunos de los problemas que hoy vivimos en la sociedad global. Esto es, el fracaso de gran parte de los programas solidarios. Aquí entra el término culpación de la víctima.
Nuestro sistema está llamado a ser “efectista”, dado que está muy sujeto a la opinión pública. Por tanto resulta más “vendible” un programa de intervención que uno de prevención. En primer lugar permite hacerlo más visible, y en segundo lugar permite “culpar” a la víctima, para después ayudarla a modo de la paradoja del buen samaritano.
Por ejemplo, tiene mayor impacto en los medios, una programa de rehabilitación de toxicómanos, que talleres de aprendizaje en barrios marginales destinados a que los jóvenes no caigan en la droga. Tiene mayor impacto una condena ejemplar, que evitar un crimen. Tiene mayor impacto la ayuda humanitaria, que impedir una guerra en los despachos. En definitiva, es de mayor calado el castigo, que la evitación; la limosna, que la prevención.
La existencia de víctimas justifica la existencia de programas de ayuda. No se interviene en las causas que originan dichas víctimas, sino que se actúa a posteriori, una vez que hemos responsabilizado totalmente a la víctima de su situación.
Hoy estamos viviendo ese caso a nível global. Las víctimas del tercer mundo no son culpadas directamente, sino que lo hacemos a través de sus líderes. Utilizamos un discurso escudado en que “Sus fanáticos líderes son culpables de su situación”. Y a la vez nos exculpamos, omitiendo la responsabilidad occidental, sin tener en cuenta que precisamente la existencia de ese fanatismo está supeditada a intereses occidentales, que esos líderes están ahí porque occidente no pretende retirarlos, pues legitiman que el status se perpetúe.
¿Son culpables los niños iraquíes de los bombardeos? Nadie hará esa afirmación, pero sí quien responsabilice a su líder. Como sí a Estados Unidos –y por ende, todo occidente - no le hubiera interesado perpetuarle en su trono. Como sí de no ser por las condiciones precarias debidas a la explotación occidental, un líder de esas características hubiera podido asentarse en el poder. Eso, obviando que hemos bombardeado nosotros. Asumamos de una vez responsabilidades.
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