El mecenazgo ha sido una práctica que durante años fue la base de la pintura y otras expresiones artísticas. Un artista no puede sostenerse, sin que en sus primeros pasos sea patrocinado por algún amante de su obra. Hoy, del mismo modo que entonces los humanistas, se necesita un sponsor. Pero la esencia ha cambiado. Hoy no se financia el arte. Se invierte en él.
Los mecenas son editoriales o compañías discográficas Y no van a gastar un euro si no intuyen rentabilidad. Es un fondo de inversión a medio plazo, que debe generar dividendos. El hecho de que la expresión artística quede supeditada a intereses económicos genera unas drásticas consecuencias.
Cualquier expresión artística refleja sentimientos, pensamientos que persiguen al autor. Hablemos de literatura, música, pintura o cine. Pero el hecho de que la obra persiga beneficios, hace que se modifique en función, no del autor, sino de los que van a ser receptores. Se olvida que el intercambio económico del arte debe ser una consecuencia, y no el objetivo. Esto no solo desvirtúa la obra, sino la propia esencia intrínseca de la expresión artística. Llamémoslo entonces, oficio.
Desde el plano de la estética experimental - entonces no poseía ese nombre pseudocientífico- Mozart y otros anduvieron en el empeño de la búsqueda de la partitura perfecta. Me pregunto que hubiera pasado si sus mecenas hubieran sido prestamistas de una compañía discográfica. ¿Quién hubiera financiado la búsqueda de algo que es imposible por definición, como lo es la partitura perfecta? ¿Quién se hubiera atrevido a publicar una novela que criticaba y rompía con los moldes de la hasta ahora novela de caballerías? Aquello que hoy conocemos como El Quijote, jamás hubiera visto la luz, si hubiera dependido de las modas editoriales.
El Quijote fue una novela fuera de contexto, en un mundo donde todo cuanto se escribía era sobre caballeros y cruzadas. Cervantes tuvo el valor y el talento, pero además hubo quién apoyó aquella químera, a priori a pocas luces rentable dadas las circunstancias de mercado.
Si por algo debe caracterizarse el arte, es por ausencia de normas de expresión -aunque las posea a nivel evaluativo, siempre en su contexto-. Hoy no solo les hemos puesto corsés previos a la hora de la realización, sino que dichos corsés tienen poco o nada que ver con la emoción. Tratar la forma de expresión más pura y profunda del ser humano, como si de una investigación de mercados se tratara, es otra de tantas barbaries del liberalismo.
No hacemos sino ver guiones, música y novela de encargo, con la única intención de llegar a ser número uno en taquilla o listas de ventas. La comunicación de inquietudes ha quedado para el cine y la música independiente, o las novelas de edición autofinanciada. Los museos están llenos de obras que nadie comprende, porque ningún experto se ha encargado de explicarnos. El propio Tapies afirmaba sin titubeos que su fama es ficiticia, pues pocos comprenden el significado de su obra. Se queja de la falta de salas de interpretación en los museos, que dieran causa a sus simbologías. El dueño del museo solo pretende que abones tu entrada, no que experimentes emociones.
Pero algo falla en este discurso... ¿Nos hemos preocupado los receptores del arte de este hecho? Las salas de cine independiente tienen una asistencia marginal, la música mayoritaria no es más que un sucedáneo prefabricado, y la novela rosa es la que prima en librerías... Una vez más, el sistema ha aprovechado nuestra pasividad ciudadana, en pro del beneficio económico.