Cada vez ocurre sin aviso. De repente, como en un eclipse, la realidad deja de ser algo familiar y cómodo. Sufre una metamorfosis instantánea: se convierte en algo demasiado familiar para ser cómodo. Demasiado real para dudar de su factibilidad. Una extraña sensación me invade, el episodio parece salido de un sueño lejano y vagamente olvidado. ¿O será un recuerdo que se pierde en lo profundo de la memoria? Tal vez de la niñez, cuando no se tiene noción de los días y los meses. Todo parece disminuir su velocidad, se detiene. Se vuelve estático, quizás penda de un hilo. Son sensaciones simultáneas; formo parte de una gigantesca obra de teatro ¿o será un laboratorio? No lo sé.
Entonces, -de una símil nada- el conocimiento llega y sé exactamente qué debo hacer, qué debo decir. Abro la boca y salen sonidos en un idioma conocido, pero son palabras vacías de contenido y humanidad. Son estériles, están muertas. Una línea escrita por un mediocre asistente de guionista que cometió un error de continuidad. No es poesía lo que se oye, sino un cliché, un comando, una orden, una formula programada ajena a la voluntad, pero que concuerda perfectamente con el contexto.
No es una ficha cualquiera de dominó la que acaba de caer. Es una que parece no golpear precisamente con la siguiente.
Entonces llega tu respuesta, tu acción, o quizás una imagen o un sonido predecible como una comedia barata. Una cadencia calculada, esperable y resuelta que debería darme sensación de reposo completa.
Pero algo sale mal. No funciona. Demasiado normal… exageradamente normal…
Entonces intento advertirte. Y digo dos palabras. Dudo, pero las digo, en un derrotado intento de advertirte. Tan fútil como informar que esto es un sueño. Es que, si fuera mi sueño ¿cómo podríamos salir juntos de él? Vos serías mi mente soñando con vos, vos serías yo.
Nada puedo hacer, solo un esfuerzo desproporcionadamente pequeño y humano, mortal y limitado: traer el fenómeno a la conversación. Después de todo, ¿quién se atreve a desafiar a Cronos y a sus absolutas fuerzas? Te explico en un trozo de papel que el tiempo es una línea recta, pero claro, en el plano todos somos Dios. Y bifurco la línea, tal vez la convierto en espiral, tal vez en círculo, siempre cambia de forma… en el papel. Poco a poco el lápiz se convierte en un algo mucho más estúpido que un lápiz; el papel comienza a perder su credibilidad; y la sensación pierde su perceptividad.
Y se va, tal como llegó. Una piedra rompió la aparente tranquilidad de la superficie de un estanque, haciendo una ola y otra más. No hay dudas, el agua es la misma. La ola es diferente.
Acaba de pasar un eco del tiempo, un moaré tetradimensional. Y solo yo lo he notado.
No viste conmigo hacia las bambalinas atemporales, ni el enorme ojo espiando por un microscopio sideral. Ya no están. Todo es normal otra vez. No anormalmente normal, solo normal a secas. Otra vez el tiempo es una línea, por ahora.