Cuenta una antigua leyenda de la cultura Tiahuanaco que una comitiva de unos cincuenta hombre de cabellos amarillos como el sol visitaron al Zapa Inca trayéndole regalos y ofrendas. Al tercer día de permanecer en el altiplano andino, los rubios visitantes, acostumbrados al rigor de climas distintos, comenzaron a enfermar. Uno a uno fueron poniéndoseles los pies morados, en las noches frías de la sierra. Uno a uno iban perdiendo los dedos de los pies, que se les ponían negros y se les salían al sacarse los hojotas. Uno a uno fueron muriendo; tras perder piezas dentales, dedos de las manos, o morían asfixiados al pegárseles la lengua al paladar; fueron cayendo, incapaces de resistir el intenso frío y la falta de proteínas. Luego que el último extranjero perdiera la vida, con horribles espasmos estomacales, habló el Zapa Inca a su pueblo: Si nosotros nos hubiésemos compadecido de ellos, en poco tiempo habríamos sido sus esclavos. Pronto hubiesen llegado más de ellos y hubiesen querido compartir nuestras mujeres y exigido que les diéramos nuestras riquezas. Hijos, deben comprender: no es el número o la fuerza lo que hace ganar la batalla, sino la paciencia y el conocimiento de sí mismo.
Al menos, los hijos de sus hijos alcanzarán a nacer antes que regresen nuevos visitantes. Transmitan esta historia a sus descendientes, para que sepan qué hacer cuando sea necesario.
Este mapa que he encontrado -mírenlo bien- indica una ruta de ida. No existe ruta de regreso, pues ahora voy a destruirlo.