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En cuanto recibió la orden, comenzó a pensar como se lo diría. Claudia era lo que más amaba en el mundo. Pero el deber era más.
Pero, ¿cómo decirle que partiría en dos días a pelear a una guerra que ya estaba perdida y de la que posiblemente nunca regresaría?
Quiso decírselo en cuanto lo supo. No tuvo el valor suficiente. Empuñar un arma para matar a otros hombres no le quitaba el sueño; pero pensar que podía llegar a herir a su pequeña flor lo atormentaba.
Mentir -pensó-, un viaje a Europa por negocios, poco tiempo, unos meses tal vez. Pero no ¿ Cómo iba a mentirle a la única persona que le había jurado amor eterno? ¿Cómo iba a hacer para volverla a mirar a los ojos? Además, ¿Y si no regresaba nunca? ¿Qué sería de ella?
¿Desertar? Sus compañeros y su patria lo necesitaban.
Decidió salir, su casa lo confundía aún más.
-Un trago me ayudará- pensó.
Tomó un taxi y se dirigió hacia Once.
-A la perla- le ordenó al chofer.
En mitad de camino le hizo señas para que se detuviese. Le dio diez pesos y se bajó sin esperar el vuelto. Entró en un viejo bar donde el humo de los cigarrillos, los gritos y la suciedad parecían una sola cosa. Quince mesas, todas ocupadas por hombres alcoholizados y alguna que otra mujer que intentaba ganarse su sustento diario completaba el paisaje. Le llamó la atención la poca luz. Se acercó a la barra y pidió una ginebra. Se dio vuelta. Un hombre totalmente borracho se levantó, y tomando con violencia a la mujer que lo acompañaba, se alejó sin decir una palabra.
Tomó la botella de ginebra y un vaso y se sentó en la mesa desocupada. Luego de los primeros tragos creyó encontrar la solución: le escribiría una carta.
Pidió lápiz y papel. De un sorbo acabó lo que quedaba de ginebra en el vaso y lo llenó nuevamente. Comenzó a escribir:

Claudia:
Se q’ a veces la realidad es dura y no es
Fácil entenderla. Y estas líneas, tal vez, sean
porque yo no tengo valor para enfrentarme a
Ella.
Primero q’ nada quiero que sepas q’ siempre
Te voy a amar, siempre , pase lo q’ pase.

Se detuvo. Leyó la última línea y repitió para sus adentros: - siempre; siempre-. Tomó la botella para llenar el vaso, pero se dio cuenta que estaba vacía. Pidió una cerveza y continuó escribiendo.
A veces hay cosas que uno no entiende
y debe hacer igual.

No pudo escribir nada mas, no sabía como continuar. Permaneció cabizbajo y en silencio varios minutos intentando ordenar sus ideas. Pensó que un buen baño lo ayudaría. Había tomado demasiado. Sabía que después de la cerveza continuaron otros tragos que no recordaba. Con mucha dificultad se levantó. Dobló la carta con cuidado, la guardó en un bolsillo de la campera y se alejó del bar en zig zag. La única pareja, que debido a la hora que era, quedaba en el bar, rieron al verlo caminar. Instantes después siguieron tratando sus negocios.
Al sentir el aire frío en la cara estuvo mejor. Respiró profundamente. Parecía que ya todo había dejado de girar a sus alrededor.
Decidió caminar, era consiente que no podía llegar a su casa en ese estado. Quiso dar un paso, pero sintió que el piso se esfumaba. Intentó pisar con fuerza, no lo logró. Caía.

Claudia prendió el velador preocupada. Eran mas de las 4 y aún no tenía noticias de su marido. Era normal que tardase, pero no lo había visto bien. Sabía que algo le afectaba.
Tomó el teléfono y disco. Colgó.
-No, aún no- se dijo- tengo que tranquilizarme.
Prendió el televisor, lo apagó; buscó un libro, no lo abrió. Optó por darse un baño.

Seguía cayendo. Creyó encontrarse en un abismo sin fin. Pensó en Claudia y en esa guerra sin sentido. Recordó que no había concluido la carta y que Claudia no sabía donde estaba -ahora él tampoco-. Lo aterrorizaba la idea de caer eternamente, deseaba encontrar el piso.
Un instante después su cabeza golpeó violentamente contra algo. Sintió como el dolor corría por su sangre. Después, nada. Solo el eco del golpe dentro de su cabeza.
A las 8 de la mañana Claudia salió a buscarlo. Ya sabía que no se encontraba con sus amigos. Decidió ir a los hospitales. Optó por el Fernández. Pensó en que colectivo podría ir, al fin tomó un taxi. Al llegar fue directamente a la guardia. Allí, la atendió una médica de no más de 25 años. Sus ojos verdes eran testigos de una larga noche de trabajo. Su pelo negro, largo hasta los hombros, despeinado, lo corroboraba. Luego de escuchar atentamente a Claudia, la médica, residente tal vez, le pidió que se sentase y se alejó. Unos minutos después regresó junto a un hombre que se presentó como el jefe de la guardia. Él, la hizo pasar a un pequeño consultorio y le sirvió un café sin ofrecérselo. Ella le agradeció con la mirada y lo tomo rápidamente ya que por los nervios no había desayunado.
No se atrevía a hablar. El médico le pidió que repitiese la descripción de su marido. Automáticamente repitió las mismas palabras que había utilizado con la joven médica. Cuando concluyo, el jefe de la guardia le entregó una carta y la miró a los ojos.
-Si, es su letra,- respondió a la pregunta que el médico aún no había formulado- ¿Dónde está?- preguntó nerviosa y sin soltar la carta.
-Lo siento- contestó- Primero, creímos que se había tratado de un accidente, pero al ver la carta...
- ¡Que le pasó!- gritó desesperada.
- Se tiró abajo de un colectivo- Respondió.
Ella, temblando por los nervios, pero sin emitir sonido alguno leyó la carta:

“Claudia:
Se q’ a veces la realidad es dura y no es
fácil entenderla. Y estas líneas, tal vez, sean
porque yo no tengo valor para enfrentarme a
ella.
Primero q’ nada quiero que sepas q’ siempre
te voy a amar, siempre , pase lo q’ pase.
A veces hay cosas que uno no entiende
y debe hacer igual.

Tiró la carta con violencia y miró al médico.
- Si, lo siento, se suicidó- dijo
- No, él no- gritó Claudia mientras se levantaba. Luego, salió corriendo y el médico tras ella. Solo quedó la carta sobre el escritorio, dada vuelta, junto a un diario en el que se podía leer: “EL INFIERNO TERMINÓ, HOY SE FIRMA LA PAZ”.

JLS

Texto agregado el 20-02-2008, y leído por 198 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-02-2008 Buena la historia. Hay que tener cuidado con el punto de vista a través del relato... Salú. leobrizuela
 
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