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Creo que no han pasado ni cinco minutos desde que desperté, tengo un gusto metálico en el paladar, quisiera ir a la cocina por un vaso de agua, pero me da mucha flojera. No se desde hace cuanto tiempo siento este dolor de cabeza, estas ganas de vomitar, esta sensación de no haber dormido en varios días.

De nuevo estoy sentado en el sofá de mi sala, desde aquí puedo ver mi agenda y mis llaves sobre la mesa, creo que debería salir a caminar al menos media hora al día para deshacerme de esta flacidez. Bueno, si lo sigo pensando no lo voy a hacer, al fin y al cabo ya tengo puestos los tenis.

Me levanto del sofá y me dirijo hacia la mesa, tomo mi agenda y mis llaves y las meto en la bolsa de mi pantalón, salgo a la calle y empiezo a caminar. Como a treinta metros de mi casa veo el suéter gris de mi vecina tirado en la escarpa, quizás no se ha dado cuenta de donde lo dejó.

La colonia luce especialmente silenciosa esta mañana, no parece haber nadie por estas calles, a pesar que ya casi son las once, esto realmente no me importa demasiado así que sigo caminando.

Justo a lado de mi fraccionamiento hay una unidad habitacional y en ella un par de canchas de básquetbol en donde casi diario se juntan unos jóvenes, hoy, al pasar por tal sitio solo veo cuatro patinetas abandonadas. Paso por la tienda de abarrotes y no veo a ninguna persona comprando, me tranquilizo a mi mismo pensando que el abarrotero y su hija están allá adentro en donde no puedo verlos. Al llegar a la avenida no veo ningún auto, creo que ahora si sería un buen momento para empezar a preocuparme. Levanto la vista hacia el techo de un centro comercial y veo un anuncio espectacular que antes no estaba ahí, sus colores son muy llamativos y lo que dice también; Comida mexicana, servicio a domicilio. Saco mi agenda de la bolsa de mi pantalón y anoto su número telefónico: 9 22 09 86.

Empiezo a sentirme confundido y aunque el hecho de no saber a donde se han ido todos me molesta, prefiero no enterarme de qué es lo que está pasando, así que decido regresarme a mi casa lo más pronto posible y sin prestarle atención a los detalles del camino. Una vez que he entrado a mi sala me siento de nuevo en el sofá. Cerca de mi está el teléfono, tomo el auricular, busco el número de aquel restaurante y marco. Espero unos minutos escuchando el tono, pensando: “después del siguiente tono van a contestarme,” pero nadie contesta, durante un buen rato solo escucho aquel tono intermitente, suena igual que la desesperación, igual que la duda, igual que la esperanza, suena, solo suena…

Ese sonido me trae un extraño presentimiento; espero que el mundo no se haya descompuesto. Sin darme cuenta, de nuevo me quedo dormido.

Otra vez despierto con jaqueca y nauseas, tengo los síntomas de una terrible resaca, pero no recuerdo haber bebido. No se por que los recuerdos en mi mente son borrosos y los impulsos fuertes. Me pongo de pie, tomo mi agenda y mis llaves y movido por una extraña necesidad, salgo a la calle a dar un paseo. Paso frente a la casa de mi vecina y veo su suéter gris tirado en la banqueta. ¿Será que no se ha dado cuenta de donde lo dejó? Sigo caminando, los rallos del sol matutino me alumbran directo en la cara al momento que llego a una unidad habitacional contigua a mi fraccionamiento. Sigo caminando hasta llegar a una cancha de básquetbol, por lo regular a estas horas está llena de niños que se escapan de la escuela para perder el tiempo con sus patinetas, pero hoy solo hay unas patinetas abandonadas. Sigo caminando y llego hasta la tienda de abarrotes, la cual por fuera luce desértica, entro a dicho establecimiento para echar un vistazo y no hay nadie ahí tampoco, tengo miedo de llamar al abarrotero y que no me responda nadie, así que salgo de ahí tan rápido como puedo y llego hasta la avenida. Empiezo a sentir un extraño vacío en el estómago, algo así como una soledad, contundente y devastadora, aunada a un sentimiento como de estar fuera de una realidad que pueda parecerme familiar. En medio de tanta confusión, mi vista es atraída hacia un anuncio espectacular que destaca en el panorama como un faro de esperanza, presto atención en lo que dice; “Comida mexicana, servicio a domicilio.” Saco la agenda del bolsillo de mi pantalón para apuntar el número telefónico de ese establecimiento, busco la última hoja en la que escribí y en ella encuentro unas notas inconclusas, recuerdo vagamente sus palabras, palabras de dolor y desesperación, en la última línea encuentro el número de aquel restaurante mexicano; 9 22 09 86, alguna vez escribí todo esto, pero no estoy seguro de cuando o como, solo se que poco a poco las cosas se empiezan a aclarar en mi mente, justo antes de volverse más confusas.

No encuentro el modo de explicar lo que está pasando, me niego a pensar que es un simple deja vú , lo único que se me ocurre en estos momentos es correr de vuelta a casa a toda velocidad, desbaratar todo el cosmos trastornado a mí alrededor con una carrera vertiginosa, espero que de este modo pueda liberarme de esta pesadilla.

De nuevo estoy en casa, abro la puerta y pongo mis llaves sobre la mesa, me acomodo en mi sofá y busco en mi agenda el número de aquel restaurante. Tomo el auricular y marco. Otra vez escucho un tono intermitente, de nuevo empiezo a sentir miedo, empiezo a desesperarme, pero esta vez quiero saber que es lo que está pasando. Inesperadamente y movido por no se que instinto, bajo la mirada y en el suelo veo varias hojas arrugadas, siento que algo me molesta en la espalada, de repente todo empieza a cobrar sentido. Tomo una de las hojas y leo lo que tiene escrito, es el nombre de una mujer, creo que la conozco, es eso y un montón de frases autocompasivas y deprimentes. Siento que alguna vez escribí estas palabras, pero quizá siendo otra persona, quizá fue en otra vida.

Ahora mis ojos están fijos en el frasquito blanco que me molestaba en la espalda, creo que ya sé lo que pasó. Mi mano tiembla al darle vuelta al botecito, ahora todo tiene sentido; Prozac.

Mis ojos están desorbitados, mi cuerpo yace inmóvil en el sofá justo después de una violenta convulsión, ahora las sensaciones son infinitamente claras; mis tenis apretándome, la incomodidad es tremenda y sobre todo el incesante tono del teléfono, no se cuantas horas llevo escuchándolo, en realidad ya he perdido la noción del tiempo, pueden ser solo un par de minutos o pudieron ser mil años, fuera del cosmos el tiempo no existe, no hay tiempo fuera de ti mismo, el cielo, el infierno o el purgatorio, son atemporales, solo persisten las sensaciones; cada timbrazo reventando mis tímpanos representa miedo y resignación total, pero también esperanza, una pequeña esperanza que se niega a morir…
No se cuantos timbrazos he escuchado, quizá fueron mil o tan solo unos cinco o seis, la espera se me ha hecho infinita. De pronto todo lo que creía saber y entender en ese entonces es alterado totalmente, cuando escucho la voz más dulce del mundo, quisiera ver directamente los ojos de esa mujer y darle las gracias, quisiera decirle lo increíblemente feliz que me hace el poder escucharla y saber que hay alguien del otro lado, decirle cuanto me alegra saber que la pesadilla ha terminado, pero no digo nada de esto, solo me quedo en silencio unos segundos, a lo que ella reacciona repitiendo la tranquilizadora frase:

- Comida mexicana, servicio a domicilio. ¿En qué podemos servirle?

Texto agregado el 20-02-2008, y leído por 651 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-11-2008 Buen provecho. 5* ZEPOL
 
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