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La nave gira en medio de un océano hostil. Allí, sobre la roda, tiene su mirada en el infinito. Sus ojos cansados apenas tienen color, el brillo del sol sobre la mar y la sal, han descolorido sus pupilas. Apenas tiene lágrimas, han sido tantas y tantas las derramadas que ya no le quedan más. Rumbo a puerto de nuevo. Una larga travesía que comenzó sin rumbo fijo, a la aventura. Noches de insomnio, meses de observar las estrellas para fijar un camino hacia el Dorado, años de navegación para en un momento dado, tirar todo por la borda y encaminar la nave al puerto del que partió.

Es el único tripulante ¿Para que más? Ha llevado la nave por mares inhóspitos y plagados de tempestades, rocas afiladas como cuchillas, amenazaban con cortar la quilla como si fuera margarina, pero él, siempre salió airoso. Alguna herida lleva su nave. Cuadernas rotas por el impacto imprevisto contra algún arrecife de coral. Lleva las cicatrices marcadas en su alma; dónde más duelen las heridas.

Ahora tiene la mirada en un punto fijo; su puerto; aquél puerto del que salió hace más de 9 años con la fuerza de la juventud y la osadía de un tigre de Bengala. Ahora tiene que volver. Demasiada lucha contra los elementos, demasiadas noches en vela han mermado sus fuerzas. Soledades infinitas hasta los límites de la locura, noches de visiones y espejismos, lucha sin cuartel con los fantasmas que le acosaban; todo para nada.

Enfila la proa hacia su destino. Las manos curtidas y endurecidas apenas pueden girar el timón. Queda la vuelta. Muchos años de navegación inversa, pero ahora, con el pleno convencimiento de no llegar a puerto.

Se ha sentado sobre el castillo de proa. Desde ahí, sus ojos escrutan lo que hay a su alrededor. La puerta desgastada que da paso al pañol del contramaestre. Jarcia muerta es lo único que alcanza a ver. Obenque, Estay, Burda, Mostacho, Barbiquejos, es un conglomerado de cables que se asemejan a su vida.

Mira con pena el cabestrante, antaño poderoso y e imponente; ahora, está roto, no podría levantar ni una pluma.

Tiene que volver a compensar la aguja náutica ¿Cuántas veces lo habrá hecho ya? Ahora se pregunta si no sería mejor dejar que el navío decida su propio destino.

Mira al cielo en busca de alguna señal. El tamborete apenas soporta la unión del mastelero, al palo macho; ni siquiera sabe si aguantará unas semanas más.

Coge un pitillo y se lo lleva la boca. Sólo puede oír el ruido de las olas al ser cortadas por la quilla y la brisa que azota sus velas ya desvencijadas.

Vuelve su mirada hacia las estrellas, esas estrellas que tanta compañía le hizo durante su travesía y que ahora, parecen observarle como los buitres observan a su víctima intuyendo su muerte.

Rumbo a casa sí.

Pero sabe que no llegará.

Texto agregado el 19-02-2008, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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