Después de poco más de ocho años, vuelvo a la pintura fresca, de caballete y al óleo que dejé olvidados tanto tiempo. Fue un encuentro furtivo y casual el que me llevó a convencerme de que debo retornar a esas cosas que ahora sé me faltaron tanto tiempo y ahora puedo retomar, una vez que mis proyectos van fraguando lentamente y el trabajo diario ya me permita hasta pintar de nuevo, lo que antes era por encargo. Gracias por el regalo de lo que me sirve más que calzarme, y me alimentará muy pronto.

Volveré a esos trazos fallidos como si empezara a andar de nuevo, y en los ojos absortos de falta de perspectiva, encontraré motivos para replantearlo todo de nuevo, en esa búsqueda constante por algo más que doce minutos de juego efectivo, delante de las más de cien horas que llevo jugando el mismo juego de seguir creciendo y aprendiendo nuevas cosas.

Empezaré cometiendo novatos errores de aplicación de la técnica, pero en mi estudio lejos de los sonidos distractores de unas piernas que me persigan, construiré mi próxima exhibición para dar a conocer un poco de mi obra. Tallaré frutas a cuchillo, manejaré con las manos y cabeza fría esa mantequilla deliciosa, y quemándome acaso los dedos, llevaré rosas a los vivos, para que aprendan que la comida puede ser una obra de arte, si es que lo efímero de mi trabajo empieza a trascender un poco al menos cuando el pastel y el fresco tomen el lugar del postre olvidado.

Cerezas son mi primer pedido, claroscuro de imágenes difusas será el fondo de mi cuadro primerizo en este nuevo comienzo, y colores que provoquen más que el fruto mismo, serán la luz que mis pinturas proyecten. Si lo que escribo lo paso al lienzo, creo que seré un poco menos prolífico, pero valdrá seguro la pena. A veces falta un solo encuentro para darnos cuenta de que el universo no aguarda por nosotros, pero siempre deja las puertas abiertas.