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Un buen día mientras colocaba la última escama a uno de mis pececillos dorados entró en la estancia Melquíades y me susurró en un lenguaje sin tinta que yo sólo era el personaje de una novela. Al principio la noticia me hizo caer en una depresión que me encadenó a mi trabajo de orfebre. Cien años de soledad en mi taller han ido quitando importancia al hecho de no ser real. De hecho, ahora sólo extraño una cosa, no haber conocido el hielo de verdad. |
Texto agregado el 18-02-2008, y leído por 414
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