Cierta tarde caminaba por una calle, que solía estar siempre vacía. Pero aquella tarde ocurrió todo lo contrario, pues había mucha gente y vehículos estacionados, gritos, sirenas. Una tremenda batahola. Se apreciaba claramente que algo andaba mal. En la medida que me fui acercando logré percatarme de que habían camionetas de prensa, carros policiales y ambulancias. Pasé entre la multitud que murmuraba cosas que yo no podía entender. Las sirenas de emergencia sonaban por montones como ecos interminables en mis oidos. Muchos lloraban.
Me entró la curiosidad, y porque no decirlo, el morbo de querer saber qué había pasado. Seguí abriéndome paso entre la gente.
En un momento me pareció ver entre el gentío a Flora, mi hermana menor, pero luego se me perdió. Un policía me detuvo y me indicó que no podía seguir adelante, pues estaba delimitada la zona de seguridad. Lo miré y me fijé que estaba muy pálido y apesadumbrado. Se hizo a un lado. Me asomé por sobre la cinta que suelen colocar en los lugares donde se ha cometido algún crimen o ha habido un accidente, y claro, había un cuerpo en el suelo cubierto con un plástico. No recuerdo haber visto sangre.
Cuando me quise retirar me encontré de frente con el mismo policía. Ya no estaba pálido. Tenía un dejo de amargura en la mirada. Su cansancio era evidente.
De pronto escuché desde mi derecha la voz de Flora. Volteé para encontrarla con la mirada. Y ahí estaba, de pie junto a mi padre. Me dirigí hacia ellos, cuando un fulano me empujó y caí al suelo. Al incorporarme vi mis manos ensangrentadas. Mi camisa también lo estaba. De pronto escuché un grito:
-¡Ahí está el asesino!
Todos voltearon a verme. Antes de poder pensar en cualquier cosa, los policías me habían apresado. Alegué mi inocencia, pues yo estaba trabajando. Me tiraron al suelo. De mi bolso sacaron una pistola que antes no estaba ahí. Uno de los uniformados dijo: "aún huele a pólvora, fue disparada hace poco".
Todo se puso difuso, las imágenes avanzaban como en cámara lenta, los voces eran extrañas y lejanas. Lo último que recuerdo fue el rostro amargado de mi padre y las lágrimas de mi hermana cuando me subieron al vehículo policial.
Cuando la puerta del carro se cerró supe que mi vida también estaba por cerrarse. |