Estuvo bien sentirse vivo de nuevo. La sangre volvió a tomar color. Los sueños se lanzaron en paracaídas desde un techo inalcanzable. Dormí otra vida. Sentí de nuevo el susurro de un parto de algodón y copos de nieve calientes. Ella tenía razón, eso podía doler a pesar de todo. Tuve que acabar con el sufrimiento. Abrí el corazón en carne viva, sin anestesia, durante las horas de sueño de esa semana fatídica. Lo lobotomicé, extirpando locura y desmedida. Ya razono. No me volveré loco. Respiro hondo y no duele. La lástima son los ojos. Debo estar perdiendo vista. O quizá sea el mundo el que se desdibuja.