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«Los avaros no creen en una vida futura, el presente lo es todo para ellos. Esta reflexión arroja una horrible claridad sobre época actual, en la cual, más que en ningún otro tiempo, el dinero domina las leyes, la política y las costumbres. Instituciones, libros, hombres y doctrinas, todo conspira para minar la creencia en una vida futura, sobre la cual se apoya el edificio social desde hace mil ochocientos años. Ahora la tumba es una transición poco temida. El porvenir que nos esperaba después del Réquiem ha sido trasladado al presente. Llegar al per fas et nefas al paraíso terrestre del lujo y de los placeres vanos, petrificar el corazón y maceran el cuerpo para obtener los bienes eternos, es el pensamiento general, pensamiento por lo demás escrito en todas partes, hasta en las leyes que preguntan al legislador: “Y tú ¿qué pagas?”, en lugar de decirle: “Y tú ¿qué piensas?”. Cuando esta doctrina haya pasado de la burguesía al pueblo, ¿Qué será del país?»

Adentrado ya, en la estupenda trama de su novela Eugenie Grandet, Honore De Balzac, tan lucido, tan incomprendido en sus retóricas, plasma la vergüenza que siente dentro de sí por la humanidad del siglo XIX, en palabras bien seleccionadas. Con esta alegoría, Balzac, quien en la flor de su madures tenía la grata capacidad de denotar cada centímetro de su vida circundante, comenzando por las bajezas aglutinadas de la burguesía restaurada de la Francia de 1833, quien fuese más grosera en ese tiempo ratificado para ellos, como un triunfo muy deseado, muy anhelado, pero por sobre todo, derivado y destinado por la Providencia. Está etapa estancada de la Europa en su edad revolucionaria-reestablecida, de a poco se iba colando entre las células de la población, del pueblo. Un pueblo que debatió las armas en defensa de su tierra, sus reyes, y que luego, volteadas estas por pensamientos heredados en la era de la ilustración, e impulsados por Robespierre, se empuñaron en contra de la Aristocracia, la Burguesía, la Cámara, la Realeza, etcétera, se apuntaron hacia la divina selección de la providencia, con sus nobles y sus casas llenas de oro. Pero por sobre todo, con su política y su absoluta dominación del poder.

Secularizadas las pasiones y los deseos de los provincianos, Balzac, irónicamente preocupado –más que todo afectado por su infeliz pasado de pobreza y afectación-, se formula la pregunta que lo atormentaría para toda su vida: “¿Qué será del país?”, un país rico en historia, pero pobre en avance para aquellos tiempos, dominados por los industriales en carrera. Y, neutralizados por su “¡Espantosa condición humana!” que se alimentaba de las apariencias, aderezadas con sus códigos de conducta, muy bien implantados en las fiestas parisinas. El autor, denota una realidad en medio de la nada, por así decirlo. Ya que, la ignorancia de los pueblos y la suprema practica de las costumbres de salón, cegaban los destinos del país, quien seguía bajo la mira de sus vecinos, bien sea para tomarlos como ejemplo, o para aprovecharse de este.

La novelística, en eras de la restauración, como bien decían de Stendhal, estaba dividida en dos ramas: literatura para el pueblo (Mediocre, fantasiosa, llena de rituales extraños basados en la Edad Media) y literatura para la cámara (Pomposa y rimbombante en todas sus formas). Pero, estos autores, ingeniosos no por su grandeza popular, sino por su excelente visión del mundo, lograron establecer una rama antinovelistica que con intención programada, podía colarse entre los ojos de todos aquellos que así lo desearan. Aprovechando esta cualidad innata, muchos autores ingleses, parisienses, alemanes y rusos, lograban vender sus aterradoras ideas cargadas de verdad, de realismo sostenido por el tiempo presente que ellos vivieron, para definir lo que seria, el futuro del universo.

Siempre incierto el futuro, siempre noble y sugestivo, pero nunca real. En la época de la revolución industrial, muchos autores y artistas consagrados, comenzaron a ver hacia el futuro, y dejar así de inspirarse en el pasado para seguir colmando de nostalgia a sus lectores. Más bien, buscaban la forma de alarmarlos, de intrigarles una conciencia real de lo que vivían, de la devastación de la sociedad y del nacimiento del capitalismo, devastador por sí mismo, de los tiempos. La codicia y la ambición avariciosa, ignoradas en los cuadros románticos pero subastadas diariamente en la antigua pasión barroca, iba descubriéndose por sí sola, en las ostentosidades de la evolución social. Agradecida para los industriales, pero injustas para la clase obrera naciente.

El futuro fue bien visto por los industriales, los capitalistas y los negociantes, pero también fue escondido. Se entendía muy bien en aquellos tiempos que se podía hacer fácilmente fortuna aprovechándose de la ignorancia de las masas para enriquecerse. Así que no les quedaba de otra opción que, esconder el futuro antes las masas para generar fortuna. Acumular los bienes acrecientes con el tiempo, para generar rentas más altas, y comenzar a dividir a las sociedades no solo por su condición dictaminada y dinamitada por la Providencia, sino por las acumulaciones en la bolsa que feudalizaban al patrono como amo y señor.

Este futuro escondido, fue para los artistas de la época, liberales y pensadores, la piedra sobrante de la muralla, la cual definitivamente tenían que derribar. Para los años, en donde las novelas de caballeros que rescataban doncellas, familias enemigas que eran retadas por el amor de sus hijos, parodias de comarca parisiense y de grandes fiestas victoriosas, donde reinaban las “frases bien colocadas” para destruir a los oponente, estaban siendo encarceladas, o mejor dicho, enmarcadas en un ataúd para su próxima muerte.

Balzac, a medias honorable en su genialidad, se aferraba a la avaricia como punta de lanza de su doctrina sediciosa –aunque más correcto es decir: evolutiva. Su experiencia fue plasmada con tal gracias que no necesitaba de mil páginas por prosa para abalanzar sus verdades, sin ser descubierto. Su pensamiento sencillo, inmaculado por una prosa genial e inteligente, aderezaban las verdades con la tan necesaria ironía de la vida, mostrándole al mundo literal, la pena que se siente, ver morir en frente de los ojos inocentes, la misma inocencia de los pueblos. Eugenie Grandet, como joven protagonista de su majestuosa novela, era reflejada como la mujer sencilla, provinciana y poco ostentosa, que contaba con una inteligencia mediana y poca curiosidad, pero con una belleza natural muy lejana al maquillaje. Quien, siendo heredera única de su padre, el Señor Grandet, diariamente era acosada por la avaricia egoísta de los que no tiene el gen del comerciante para enriquecerse por el trabajo propio, quedándoles como única opción, ser el yerno de un hombre avaro, muy, muy rico. Y para conseguirlo, copiaban vulgarmente sus costumbres para esconder la negra ambición que en verdad sentían por las riquezas muy bien disfrazadas del gran señor.

Este ultimo, viejo provinciano y tonelero, poseedor de una inmensa fortuna que logró amasar desde el día en que su esposa heredó de unos familiares, es el retrato vivo de un hombre mitad sátiro, mitad ángel, en donde la avaricia reinante de su cuerpo le domina por completo, no sin apartar de vez en cuando una pseudocompasión por sus seres queridos, logrando maquinaciones extremas para solucionar los problemas de la familia sin siquiera gastar un centavo, compuso en Balzac el logro máximo del provinciano francés de la época.

Representa la codicia a toda marcha, como primer punto de inversión necesario para la era del capitalismo burgués, en donde se escondían los secretos y se hacían de fábulas toscas lo secretos que debían revelarse. El viejo Grandet era la perfección del avaro de la época, sin exageración alguna, capaz de ocultar la simple numeración y significáncia que tiene un millón, suma imposible de comprender para un pobre labrador de la tierra fría y seca. Pero este sencillo señor de sandalias baratas y baúl lleno de oro, no pasaba por desapercibido entre la sociedad protagonista del pueblo, puesto que era el ojo en la mira, la presa más codiciada por toda la ciudad, y a la vez, la más invulnerable.

Grandet, contaba con todo un repertorio de lacayos y escoltas sin sueldo, que asistían todas las tardes a su casa a jugar cartas, incapaces de tomar café con azúcar, porque entendían que ante los ojos del Señor de la casa esto era un delito imperdonable.

Balzac, en cada página relataba con tristeza como los banqueros, alcaldes y personajes de la seudocámara pueblerina asaltaban diariamente las costumbres del viejo avaro con el simple objetivo de ganarse su bendición para así poder poner las manos sobre esa montaña de oro y propiedades. Era penoso ver como los hombres se degradaban a tal punto de seguir al pie de la letra los caprichos de este señor tan peculiar, que no siempre daba resultado, puesto que Grandet era rico y duro, pero no tonto y fácil de engañar. Él muy bien sabia como aprovechar a su antojo la benevolencia y la disposición de sus seguidores vespertinos sin siquiera gastar un centavo, en los servicios prestados, dando así el claro ejemplo del empresario hábil y emprendedor que nacía en aquella época y se prometía un futuro. Pero, la realidad lo demarcaba puesto que solamente contaba con pensamiento para el presente. Es decir, este viejo solo pensaba en el día, minuto y segundo que vivía, disfrutaba el reflejo del oro en la pared a media tarde mientras pasaba horas enteras contemplándolo con paciencia, sin tener la más mínima intención de sembrarlo para obtener ganancias a futuro. Invertir para él era simplemente gastar el dinero que tanto amaba, una fortuna que alcanzaba los diecisiete millones de marcos, la cual poco a poco lo fue alejando de la realidad hasta perderse en el infinito mar de su avaricia, haciendo naufragar en él a su esposa y su hija.

Esta, victima sincera de la condición monetaria de su padre, contaba con una ingenuidad harapienta al punto de ser incapaz de tomar más de dos terrones de azúcar en presencia de su padre. Eugenie, en quien Balzac basa su novela, era la triste extraña desconocida para el mundo, hija de un hombre inmensamente rico que vivía como un propio miserable aprovechado, lo cual condicionó la juventud de esta fresca muchacha de dientes cariados y condujo a su perdición al momento de hacer escena en la vida adulta.

Balzac, describe al personaje con una yerma elegancia, peinada de las landas más nostálgicas y las pasiones más desconocidas. Una soñadora, hija de una mujer sin personalidad, sujeta a la voluntad de su esposo, y confidente de una nana que la cuidó con tanto amor y avaricia tal como lo hubiese hecho su padre, si el dinero representase menos amor para él que la familia. Las costumbres familiares y la rutina de comer siempre lo mismo, de apagar las velas temprano para no gastarlas y de vestir siempre lo viejo hasta remendarle el alma, habían hecho de Eugenie una mujer casta y bruta. Comparada con cualquier labradora, pero con unas manos suaves y bien cuidadas por la naturaleza misma de no hacer nada. Para ella, esta actitud ácida de su padre era totalmente natural, ya que no había persona que reaccionara ante ella de forma alarmada. Su madre era la viva imagen de lo deseado por un hombre así, y su nana, era impartida en la nada pensante de cumplir las órdenes de su amo. Los visitantes, lacayos y transeúntes aportaban al pensamiento de Eugenie, la normalidad condicionada del existir esencial, sustentada por la suerte de carecer contacto con el mundo externo, ya que su padre la tenia confinada en los espacios de su casa vieja, y le hacia creer el mundo a la conveniencia. Con los años, la curiosidad fue irrumpiendo en las fauces de esta mujer, cuando de la nada aparece un primo muy elegante y educado a la puerta de su casa, lo cual dispara la respuesta biológica de la fisonomía femenina, enrojeciéndole el corpiño hasta enamorarse, por ser el único hombre que alguna vez llegó a contemplar. Su padre fue incapaz de predecir esto, ya que estaba concentrado en evitar que su sobrino acrecentara el costo de la vida diaria de su casa, y por primera vez su madre era victima de emociones alejadas a lo cotidiano de su vida, ya que al darse cuenta del ruborizar de su hija, despierta de un letargo cuasi centenario en el cual estaba atrapada.

Esta mujer casi llega a ser amante de la locura, pero en vez de esto el filo de ser victima de ella estuvo más posible en su casa. Mientras que la nana, imposibilitada ante las acciones del patrón, evitaba que este ultimo se diera cuenta de la acción enamorada de su hija, para así poder mantenerlo sano y concentrado en su bodega, en donde pasaba sus tarde babeándose en el reluciente estupor del oro. Pero esto no sirvió de nada, ya que con los años el viejo tonelero sucumbió ante la factura de la vida y la muerte, puesto que una enfermedad lo postró en la cama, en donde exigía a diario que le trajeran sus monedas de oro para contemplarlas, resumiendo en una forma vulgar y penosa el valor que la vida misma llega a portar cuando es comparada con la fortuna amasada. En el momento en que el viejo pasa a otra vida, Eugenie se desesperar con la herencia que su padre le deja, lo cual invita a su madre a padecer los males de la soledad y a perecer poco tiempo después de la muerte de su esposo, dejando sola a la niña que creció en un mundo de mentiras, a la merced de un hombre que no la amaba y de muchos pretendientes avariciosos que solo deseaban la fortuna.
Estos eventos se fueron dando bajo la custodia de la nana, quien celosamente cuidaba a Eugenie de las fauces de estos hombres, y entregaba en las manos las cartas del primo que ya se había ido de la casa, descubriendo que el mismo ya había constituido una fortuna propia y formado una familia a los brazos de una mujer de apellido, sumiendo en la depresión a la mujer que le amó por muchos años. Este nuevo sentimiento del cual Eugenie no se encontraba preparada para asumir, la obliga a vestir un luto permanente y a pensar que hacer con el dinero; pero esta sensación no la llenaba por completo ya que fue educada para ser pobre y no para administrar una inmensa fortuna. No le veía sentido a tanto dinero, no tenía un hombre que la ayudara a distribuirlo y a sacarle provecho, y su única amiga era la nana que siempre la cuidó y que era incapaz de sumar o restar gracias a su analfabetismo. Lo que expone la cara más ruda de la vida desde la perspectiva de Balzac, puesto que Eugenie no era nada feliz con el montón de dinero acumulado en la bodega de su padre, padeciendo los males de la vejez y la soledad pero asegurándose de entregar la fortuna a la nada antes de dejar el mundo.

En el más sutil y triste final, Eugenie muere rica, sola e ignorante, delegando la administración de sus bienes a una casa de cuidado infantil y a un sin fin de instituciones publicas que a la final jamás llegaron a tocar una mísera parte de ese dinero, ya que el alcalde que recibió la herencia para repartirla, se fue a París y mas nunca se supo de él en el pueblo, lo que evidentemente transforma a la novela en la realidad mas cruda de la cual muchos de los parisienses desconocían. Entonces ¿De que tanto valía amasar tanto dinero, si no existiría vida completa, nietos o familia para derrocharla? Balzac invita a los diletantes a ser protagonistas de dichas preguntas escondidas entre la línea de su narrativa, puesto que la importancia en el mundo estaba orientada a hacer fortuna, y no a simplemente aprovechar a un máximo la constelación que la vida te entrega en las manos.

Entonces, consternado en la dialéctica de Balzac, me pregunto: ¿Qué seria de un hombre como este, con magnifica grandilocuencia si fuese el testigo viviente de lo que el actual mundo protagoniza? Digo esto porque, Balzac en su trabajo hacia una extensa critica del mundo francés, de la anatomía del parisino y la obsesión monetaria que tenían los pobres que se hacían ricos, en conjunto con la codicia de todos aquellos que le acompañaron en la mesa, que siendo de buenas posiciones olvidaron su idiosincrasia etiquetada y aceptaron todas y una de las actitudes burdas y de mala educación, adaptando costumbres nuevas y poco refinadas para quedar en bien, y ser parte del entorno, todo por el simple hecho de que desean hincar el diente desesperadamente a la fortuna ajena.

¿Qué seria Balzac en esta época? Si le era prácticamente imposible vivir rodeado de tantos malhechores bien vestidos, ya que su serie novelística era una recreación de su entorno. ¿Podría soportar Balzac la idea de un iPod, de una agenda electrónica, de las acciones de la bolsa y de un excesivo campo minado por publicidad? Digo esto porque, el escritor, artista, músico y autor es el especialista en recrear en cualquier tipo de materia el entorno que lo circunda, pero esta tarea se ha delimitado a la pérdida de la realidad que todos los artistas en estas épocas padecen por no aceptar el movimiento continuo del progreso social. Un Balzac exhortado a redactar las calles de una ciudad contemporánea y moderna caería en une exhumante embolia cerebral, ya que si en el siglo XIX la realidad era insoportable, ¡Que quedará para esta época!

El autor expone esta idean en su libro, en el párrafo que arriba se ha mencionado y el que ha inspirado todo el meollo literario que en este día me encuentro cerrando. ¿Qué quedará de la vida? Porque ya los países están condenados. Vivimos en un mundo donde existe un imperioso efecto adictivo de electronificación de los sentidos, donde todas las cosas están destinadas a estimularnos, y nos han hecho dependientes de una manera casi patológica que hasta no es raro pensar que lo patológico seria no participar en la convivencia ciudadana. Hemos perdido tantas cosas a raíz de los años que en este momento soy completamente incapaz de decir que hemos perdido exactamente.

Y en efecto, los avaros no creen en el futuro, ya que actualmente las leyes, el dinero y la gente han mermado las esperanzas de estos, y quisiera, que obviando todo lo expuesto, pudiésemos reflexionar o pensar, que escribiría un artista de la calidad de Honore en estos tiempos, en donde la metrópolis subexistencial domina desde todos los puntos a la realidad, haciendo que cada uno de nosotros, la pierda por completo.
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::Ed::

Texto agregado el 18-02-2008, y leído por 362 visitantes. (0 votos)


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