Eleonoro pasó dos veces en una mañana por la ducha. Apuró el afeitado. Refrescó su aliento. Seleccionó un arreglado pero informal y pisó la calle. Una cita de corte yo me la guiso yo me la como supuestamente le esperaba. Creía amar a la chica de la oficina y así se lo había hecho saber mediante un posit pegado en la pantalla de su ordenador. "Soy Eleonoro. Me gustas. Mañana por la tarde, a las dos en la estación". Hacia ella paseó sus torpes andares. Detenidos en un quiosco de acera y un diario deportivo que apaciguara el nerviosismo de la espera, ahora en una floristería con rosa, más allá en un banco del parque. Nervioso repasó el discurso de cortejo mal escrito en el diario. En la avenida del Ferrocarril, Eleonoro amenguó sus pasos pero acabó llegando. Y esperó, los diez para las dos y otros tantos sumados de diez en diez. Recorrió la estación mal actuando guardar las formas, seleccionó las mejores esquinas desde las que poder escrutar, rastreó espacios imposibles para una posible espera. Hundido, regresó a casa, catalogando en el desprecio la que para él ya no era más que la maldita oficinista. Al pasar frente a la floristería pensó: "¡Cuánta molestia!" Era su día de fiesta.