Capítulo I
La luna se encontraba en el cenit cuando me dispuse a salir de la tienda. Mi cuerpo bañado de un sudor helado era el indicio, el presagio, que una gran desagracia estaba a punto de avecinarse entre los Nigromantes, hombres de la magia negra, y los Iglufris, demonios del desierto, en esta primera guerra que nosotros habíamos iniciado. Aunque este litigio era tan sólo para demostrar nuestro poder ante cualquier adversario, me preocupó el hecho, por alguna razón, intuición de mujer, que el enemigo descubriese nuestra debilidad; y sí eso pasara, caerían todos nuestros flancos más fuertes, sucumbiendo en la agonía de quedarnos por el resto de la vida transformados en bestias malditas.
No podía dormir por causa de aquella pesadilla en la que una humana con cuerpo de ave, muy parecido a una arpía, hechicera con alas de Mrodem (1), me había revelado que una noche debía de dejar el campamento y marchar sola hacia el Norte. Este mal sueño se repetía constantemente noche tras noche desde el momento que se estableció nuestra gente en estos parajes desérticos. Pero sin lugar a duda esta noche era la de mi partida, ya que las imagines de mis sueños, que tuve tan sólo en unos instantes, me dejaron abrumada y con un terrible sentimiento de miedo.
Sequé el sudor que mi piel transpiraba con un pequeño pañuelo de welker(2), luego me vestí con un ropaje hecho del mismo material que el pañuelo, y encima de éste me ajuste unas prendas de piel de lobo, que envolvían mi pecho y mi cintura helicoidalmente. Cogí con mi mano derecha la daga junto a la cama, el cual tenía presente en su hoja plateada una inscripción, en un antiguo idioma: “Agie ler irbes ur glum”. Esta arma fue un regalo que me cedió antes de morir mi bisabuela por parte de padre, Yara, para salvaguardar mi vida ante cualquier adversidad. Sin duda no la iba a dejarla allí. Era indispensable tener al menos un arma con que defenderme en el árido desierto al que me dirigía.
Después, me cercioré con mi mano izquierda que el objeto dentro la túnica estuviese en su lugar. Palme el manuscrito, que contenía varios hechizo que había preparado hace algún tiempo para esta noche, y que estaban dentro del ropaje blanco que llevaría puesta durante el día, debido a que el sol abrazante podría deshidratarme con facilidad, y esta túnica me mantendría fresca. Puesto que la dermi de iglufri resistía el calor, y de eso era de lo que estaba hecha aquella túnica de matiz nevada.
Yo, de pie junto a aquella tienda, que tal vez nunca volvería a ver, contemplando a aquella luna pálida en lo alto de la bóveda celeste, pensaba en mi madre, Mëly, preocupándose por su hija primogénita que malgastó su vida por una tonta visión que tuvo en un sueño. No sé si mis hermanos vendrán en mi búsqueda , puesto que tienen una responsabilidad mayor, en la de guiar la batalla hacia el punto culminante de la victoria. Pero no niego que uno de ellos me busque por ordenes de mi padre. Ahora, caminaré, y ahorrare mis energías tratando de no pensar más de la cuenta. Caminaré toda esta noche y todo el día de mañana. Luego, descansaré.
(1) Las montañas del caos
(2) Fina tela absorbente fabricada por los nigromantes de una planta oriunda del Valle de Grine
Capítulo II
No he medido las consecuencias de mis actos. Las energías que una vez me invadieron en mi juventud, ahora, se transforman, al igual que este suelo, en pequeños granos de arena que se esparcen y degradan a la intemperie de las fuertes brisas del norte. No sé cuanto más resistiré. Tal vez pueda aguantar apenas unas cuantas horas más con vida. A lo mejor hasta que mi cuerpo y mi alma hayan perdido la última gota del rocío que alguna vez tuvo.
La túnica de iglufri me ha protegido más de lo que pensaba, incluso he descubierto propiedades mágicas presentes en esta prenda que harán que nuestra guerra se prolongue. Como, por ejemplo, que se mimetiza con el suelo del desierto como si fuese un camaleón. No imagino cuanto sacrifico se hizo para obtener esta piel. Lo que sé es que mi cuerpo está completamente invisible para cualquier bestia que me pudiese en algún futuro vislumbrarme en el horizonte.
Sin embargo, la sed me ha derrotado en esta batalla inapelable a la muerte. El frío de estas noches perecederas, similar unas y de otras de aquel día que salí de mi hogar, me hace anhelar los bellos tiempos en que jugaba con mis hermanos. En especial, me acuerdo del pequeño Mëner mientras aprendía a nadar en el río Amuit. Y como mi padre, Tëlne, le gritaba para evitar que se fuera hacia la parte más onda del río donde se encontraban las corrientes más fuertes de agua, pero este no le hizo caso, y mi padre tuvo que adentrase con todo su ropaje real dentro de las aguas del río para sacarle a regañadientes.
Tampoco puedo olvidar a mi otros dos hermanos Mërer y Ejëner, dos jóvenes valientes y caballerosos que no desaprovechaban la oportunidad para mimarme con flores de todas las formas y colores. Sé que ellos extrañan a su hermana mayor al igual como yo les extraño. Aunque seguro no comprenderán el porqué de estas acciones que he tomado de repente y sin aparente explicación. Ruego por ellos, y antes nuestros dioses, que preferiría morir antes que ellos, y dar mi cuerpo en ofrenda a los mismísimos demonios para que no sufran ni mueran en el campo de batalla. Funesta guerra que jamás he apoyado.
Ni mis facultades de princesas y ni mi talento de hechicera me han permitido influenciar en la mentalidad de los hombres obsesionados por el poder. Mi padre el rey de los nigromantes, el gran Tëlne, descendiente de la sangre de nuestros dioses fue el responsable junto con Doner, estratega en el combate contra los demonios, de planificar esta primera guerra con el propósito de crear el ejercito más poderos que jamás haya existido sobre la faz de estas tierras.
No obstante, no debo de preocuparme por eso ahora, ya que mi cuerpo a empezado a desfallecer por la gran perdida de agua que he me sometido al haber caminado durante dos noches y un día, continuamente. No habré de negar todos los cientos de espejismos que vi en estas tierras estériles, y que no han hecho otra cosa que avivar en mi alma la esperanza falsa de encontrar un oasis.
Siempre supe, debido a las enseñanzas de mi sabia madre, lo de la humana debilidad subyugada en este terreno no es otro que las imágenes falsas que nos proporciona nuestra vista a través de los ojos, por ese motivo veo con mis otros sentidos desde el primer momento en que salí del campamento.
Así siento en mi piel tersa y blanca el viento junto al rocío del mar de la diosa de las aguas que proviene del norte. Mar que se encuentra a un recorrido que supera por mucho a la distancia que los ojos pueden ver sobre esta superficie llana del desierto.
Aunque estoy desistiendo a no hacerle caso a mis ojos azules, en una aparente contradicción, y encomiendo mi propia vida a los tres pilares de rocas que visualizó a lo lejos. Mis ojos azules, que deben de estar desgastados por la brillante luz que proviene del sol reflejada en la superficie de estas arenas, están fijos sobre los tres picos del norte. Lo que me recuerda las historias que me contaba mi bisabuela, Yara, cuando yo era tan sólo una niña, sobre los grandes espíritus de la tierra, ancianos y sabios, que habitaban en esos tres picos. Cumbres de piedra que parecen a lo lejos una gran garra de una bestia gigante que intenta salir de las profundidades de la tierra. Lo cierto es que todas las personas nigrománticas que se aproximaban a esos grandes pilares de piedra han muerto. Y yo ya había depositado mis ilusiones de un resguardo casi seguro pero no inverosímil en dirección a esas rocas monumentales que se encuentra, calculo yo, a dos o tres días más de distancia. Posiblemente jamás llegaré con vida, pero lo intentaré. Tengo la sensación de que mis fuerzas me abandonarían apenas llegue el alba.
Capítulo III
Estoy tendida sobre estas arenas frías a razón del viento y el fulgor de la luna, que no tardará en desaparecer con los primeros rayos de sol, cuando llegue el alba. Nunca pensé tener que dejar este mundo sin ni siquiera luchar. Si muero por lo menos tendré el privilegio de ver un último amanecer.
Como el negro del cielo se transformará y degradará en matices de un color azul marino hasta que se consigné el encuentro entre el sol y la oscuridad. Apremiándome una vez más, de frente en el firmamento, con una hermosa aurora carmesí, un nuevo día para Mërer, Ejëner y Mëner, mis bien amado hermanos.
...
Meily, hija de Mëly y Tëlne, entre tanto permanecía recostada, y en su delirio por sobrevivir tomó la daga Nicromëne, con la extraña inscripción en ese antigua lengua que ella misma desconocia, y deslizó el filo de la hoja sobre la superficie de la palma de su mano, separando su piel blanca y tersa por donde escurrió sin control su sangre roja y tibia. Mientras en las facciones de su rostro se palpaba el dolor autoinfligido como un frío helado que comenzaba de su mano y se extendía sobre todo su cuerpo. Mordió levemente sus labios para no gritar. Posó la mano ensangrentada sobre la arena fina del desierto, entremezclándose y formando coágulos. Y después dijo:
- De los poderes de mis antepasados los Nigromantes – empezó a pronunciar débilmente la joven, quien su rostro se empalidecía gradualmente; su mano se estremecía; pero su concentración no vacilaría ante ninguna otra circunstancia que se le presentara para continuar adelante con lo que había iniciado – sangre de los vivos y de los que han dejado este mundo hace más de muchas generaciones atrás, recurro, yo, Meily, hija primogénita del rey Tëlne, hijo Ëjene, hijo de nuestros bien venerado dios Teh, que en su gloria me ayude a encontrar la respuesta que busco. Invocó la presencia de mi bisabuela Yara que de su mano he recibido esta daga, creada por su propia sangre y del metal plateado de las tierras de Nunatak ”, para socorrerme.
Una pequeña ventisca arremolinaba la tierra en un espiral de arena a unos cuantos metros de alturas en forma de un pequeño ciclón. Y una imagen débil, casi sin nitidez, de una anciana de cabellera blanca y de hermoso perfil, se inclinó hacia donde se encontraba Meily, cogió y levanto la mano tendida sobre las arenas del desierto, fluctuación de su liquido vital. Después la bisabuelita con sus propias manos cubrió las de su bisnieta, oprimió en su propio cuerpo anciano, específicamente en su corazón, y la cicatriz por el cual emanaba sangre se cerró.
- Mi querida Mala, cuanto has crecido – afirmó con su singular voz Yara, pausada y llenas de nostalgia, en seguida de sanar la herida de la joven.
- Abuelita – añoró decir Meily al mismo tiempo que por su mejilla se deslizaba una lagrima de felicidad – Siempre usted diciéndome Mala en vez de Meily, no sabe cuanto me a echo falta desde que su muerte coincidió con mi primer seledanio(3).
- Sabes que nunca estuve de acuerdo con tu madre, Mëly, por no haber cumplido con nuestra tradición familiar con los nombres, por eso siempre serás para mí Mala y yo siempre seré para ti Yara – objetó la anciana que empezaba a desvanecerse poco a poco – Tienes una habilidad que te a consagrado entre los sabios de esta tierra, y por eso aún no morirás, de todas formas haré todo lo que este a mi alcance para que tus dolor no se prolongue más, sin embargo todavía hay una prueba a la que ellos te harán de someter.
Y eso fue lo último que dijo Yara, sin ni siquiera despedirse, mientras se desvaneció por completo y entretanto los primeros rayos del sol se posaron sobre el rostro de Meily.
(3) Las edades de las gentes nigrománticas están fuertemente regida por la luna, que por lo general sale por cada año 13 veces las lunas llenas. La suma de 169 lunas llenas, es decir, 13 años equivalen a un seledanio, ya que es la multiplicación de 13 x 13 corresponde entre un ciclo natural y otro biológico, respectivamente. Los períodos de madures han sido considerado así por su antigua tradición. Primer seledanio a los 13 años; segundo, a los 26; tercero, a los 39; cuartos, a los 52; etc.
Capítulo IV
Los ojos aún llorosos de Meily por aquel encuentro avivaron fuertemente sus deseos por proseguir. Se levanto completamente, al mismo tiempo el sol salió por el firmamento, con una esplendorosa aurora que desapareció al instante mientras el cielo adoptó el color azulado de cada día.
De repente otra luz en el cielo, además del sol, se hizo presente. Llevaba arrastrando tras de sí un destello alargado que resplandecía. Sin lugar a duda aquello era un aerolito, una gigante roca que se precipitaba hacia la tierra. Meily jamás había visto nada igual en toda su vida, por lo que le fue difícil comprender la señal que le transmitía su corazón: nada bueno ocurriría con aquello que se aproxima.
Ella apenas había visto muchas estrellas fugases pasar muy a menudo todas la noche, siempre y cuando ella contemplase el cielo. Aunque nunca adivinó que realmente era aquello que estaba tan lejos, y se negaba a creerle las historia de las personas ancianas que intentaba explicar algo que seguramente ellos tampoco comprendían, así que solo acepto que era uno de los tanto misterios del mundo que la rodeaba.
Y antes que aquella roca cayese hacia el norte donde se encontraba el mar de la diosa del agua, un temblor de debajo de la tierra se sintió. Estremeció tanto el suelo que Meily perdió el equilibrio. Además que concibió la idea que las arenas del desierto querían tragársela debido a que empezaron a mover como pequeñas olas de un océano seco, motivado por aquel terremoto que surgía de las entrañas del desierto, ajeno aquel gran objeto que se precipitaba. No obstante, se intensifico aún más, minutos después, que el resplandor se sintiese que chocó contra las aguas del océano del norte.
Para Meily fue una eternidad de miedo, sufrimiento y desespero. No pensaba nada más que en su propia supervivencia. Y cuando todo se calmó, un silencio inmutable calcomeó el alma de Meily. El presagio de algo, la peor tragedia por esas tierras indómita, arrasador de la vida se acercaba para llevase consigo miles de seres que habían comenzado una guerra...
Capítulo V (Capítulo incompleto)
La albúmina dispersa en las aguas transparentes del gran Lago Imner, fruto del apareamiento de miles de animal anfibios, sapos gigante, en aquélla noche oscura que acaba de terminar, estaba siendo devorada por centenares de aves de gran tamaño. El festín acarreó que no solamente las aves más hermosas de millares de colores se presentaran en esa mañana a deleitarse y degustar aquel magnífico manjar. Porque también se presentaron los pájaros sagrados, que tanto el hombre a escrito sobre ellos, pero jamás ha contemplado toda su infinita belleza que desprenden al estar reunidas todas en un mismo lugar.
Primero llegó un Slibel, planeando como las gaviotas con su larguísimas alas de color mar, y que cuyo plumaje parecía adquirir diferente tonalidades entre azules y verde, dando la impresión de que él llevaba el océano bajo su propia espalda.
Luego arribó desde los aires un Fénix de color rojo, que conquistaba con su esplendor los cielos, puesto que su color natural se fundía con las llamas que desprendía cada una de sus plumas, espectáculo que develaba matices carmesíes, púrpuras y azules que nunca sería posible ver si el cielo de ese día no estuviese tan despejado de nubes.
Continuará...
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