Se tocaba el piercing de la nariz y me miraba de reojo y miraba el relojito del dvd para ver cuanto faltaba para que termine la película. En la pantalla el Che Guevara fumaba un habano junto a Fidel. Falta mucho, me preguntó ella. Falta un poco, le dije, no entiendo como puede no interesarte la vida del Che Guevara. Ella tenía el pelo teñido de un rojo vivo, piercings por todos lados, la oveja negra de su familia. Vos tan rebelde y no te gusta el che, le dije. Frunció la boca y se fue hacia la cocina, abrió la puerta de la heladera y se quedó buscando con los ojos algo que tomar. La luz que salía del interior de la heladera le bañaba la cara de una intensa claridad y su rostro parecía el de un hermoso ángel. Sacó un poco de jugo de naranja.
Sorbía el jugo con una pajita y hacía un ruido nauseabundo. Podés parar un poco, le dije. Se quedó callada, habrá sido un buen amante el Che Guevara, dijo después. La observé como se observa a un insecto, mirá un poco, aprendé, cultivate, le dije, vos sabés que este tipo era la lealtad en carne y hueso, fiel como ninguno a su causa, recto como un haz de luz, al auto que le dio el gobierno cubano no lo usaba ni para ir al supermercado, solo para ir de su casa a su trabajo. Un extremista, me dijo ella, un fanático. La miré con odio, no entendés nada.
Faltaba poco para que termine la película. Se paró frente a la pantalla y empezó a pasarse las manos por los pechos. Ahora no, le dije, y me sonrió con la cara bañada en picardía. Se acercó y comenzó a refregar su cuerpo sobre el mío. Se desnudaba y me sacó la remera y después se subió encima mío y lo hacíamos y yo miraba por sobre el hombro de ella el final de la película del Che Guevara.
Me hiciste perder el final de la película. Lo matan en la Higuera, me dijo, eso lo sabe todo el mundo. Tenía un sabor extraño empapándome el cuerpo, el resabio del orgasmo y una creciente telaraña de enfado. No sé como te puede interesar el Che Guevara, un suicida en potencia, me dijo, un loco idealista desconectado de la realidad. Es una falta de respeto que hablés así del Che, le contesté poniéndome de pié, como si la fuera a devorar, elevando la voz. Para que se me vaya el enojo me acerqué al estéreo y puse un compact de Silvio Rodríguez. Otra vez con eso, gritó ella, sacá eso, poné un poco de Los Palmeras, Trulalá, algo que valga la pena. Ella se bañaba, sus gritos atravesaban el agua de la ducha, yo solo atiné a subir el volumen.
Salió del baño envuelta en un toallón. Con una toalla se secaba el pelo y era hermoso verla con los cabellos mojados, sacudiéndolos de acá para allá. Vamos al Mc Donalds, me preguntó. Al Mc Donalds, ni loco, elemento esencial del imperialismo si los hay, quedémonos en casa, tengo que continuar escribiendo el texto en el que estoy trabajando. Otra vez con esa boludés. No es una boludés, es un tratado sobre el perfil del médico latinoamericano, el Che estaba escribiendo algo parecido y yo estoy haciendo el mío. Vos capaz que estudiaste medicina para ser como el Che, me dijo, nunca vas a ser como el Che, me gritó, y te digo que tenés suerte de no ser como ese tarado. Se fue hacia su pieza caminando desnuda.
Rebobiné la última parte de la película dispuesto a ver el final. Me serví un poco de Coca Cola. Se asomó desde la puerta, casi desnuda, miraba con curiosidad; vos, gritó, en contra del imperialismo y tomás Coca Cola, dejate de joder. Subí el volumen de la película. Ella no volvió a aparecer. Me pareció raro que se haya quedado en silencio sin molestarme, entonces caminé hacia la pieza. Estaba sentada sobre el suelo trabajando en su última pieza de arte: un espiral de alambre y papel que ascendía por sobre el nivel del piso como un torre.
Me causó curiosidad y me quedé mirándola mientras pegaba papel sobre el armazón de alambre. Ella no se percató de mi presencia, seguía trabajando en silencio, sumamente concentrada. Comenzó a mover inquieta la cabeza como si buscase algo, maldita tijera, dijo, yo miré sobre la mesa de luz y allí estaba. La tomé y se la alcancé. Gracias, dijo, ya terminó tu peliculita tan divertida. Si, dije, que es eso que estás haciendo. Sonrió como si se sintiese gratificada de mi interés por su trabajo. Es una representación del tiempo, dijo. Miré el reloj de la pared, las agujas circulando, miré más abajo un almanaque. No entiendo, dije. Creo que el tiempo puede mostrarse como una espiral y no como una simple línea como se acostumbra, me explicó. En un línea siempre las cosas suceden sobre un mismo nivel, en cambio, en el espiral cada momento se encuentra por encima del otro, dejando el precedente por debajo o atrás, tal como es en la realidad. Además hay veces que los momentos son semejantes a otros, como si fuesen dos puntos de vueltas adyacentes, pero uno siempre está por encima del otro aunque se encuentre en una posición similar de la vuelta. Yo la miraba con asombro, sentí que mis ojos estaban muy abiertos y que a pesar de haberla odiado ahora sentía admiración. Me senté sobre la cama dispuesta a escucharla. No solo eso, me dijo, si no que además el espiral nos da una idea de nuestra posición en la vida. A veces estamos de un lado, a veces del otro, es decir a veces somos malos, a veces buenos, a veces egoístas o generosos, comprensivos o necios, dóciles o cabrones, depende del momento, y una cosa más, en un mismo lugar de la espiral podemos ser dos cosas a la vez, lindo y feo, alegre y triste, depende del lugar donde se encuentre el observador, de este lado o del otro del espiral. Es interesante, no? Muy, dije, no entiendo, todavía no entiendo. Pero si te expliqué todo, dijo ella. No entiendo como no te puede llamar la atención el Che Guevara. Otra vez con eso, dijo y la cara se le puso colorada y frunció la boca y cerró los ojos. Terminala de una vez, ese tipo me parece un maniático, un egocentrista, alguien que quería ser mejor que los demás. Pero vos, tan inteligente, le dije. Por eso, porque soy inteligente no me interesa.
Caminó hacia el living. Puso música. Creo que era una cumbia de Tambó Tambó. Yo estaba apoyado en el marco de la puerta. Ella comenzó a mover las caderas y los pies a ese ritmo frenético y dinámico de la cumbia. Me miró y su cara sonreía. Estiró sus brazos hacia mi. No, le dije. Dale, dale, vamos a bailar un ratito. No, por favor ahora no, pero me arrastró hacia el espacio entre los sillones y me obligó a bailar. Miralo al comunista bailando cumbia, me dijo riendo. Yo sonreí. Ya te va a gustar el Che Guevara acordate, le dije. Nunca. Nunca, me miró seria. Bailábamos en círculos, y a veces nos pisábamos uno a otro. Vos y yo no tenemos nada en común, le dije. Ella sonrió y me dio un beso y comenzó a bajarse la bombacha y dijo, es verdad no tenemos nada en común, y sonreía, y me abrazaba y hundía sus labios en mi boca.
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