Hasta ahora, nunca había sabido que algunas frases definitivamente groseras, usaban exquisitos corpiños y otras, propias del lenguaje de marineros ebrios, lucían delicados encajes. Me sorprendió saber que la palabra carroñero, tiene sus labios pintados y al mirarla con más detención, puede uno darse cuenta que usa unos coquetos zapatos de taco alto. Mira tú como se va aprendiendo en esta viña del señor. Me vengo a dar cuenta recién, ya viejote y cuando todas las aguas han pasado y requete pasado debajo de cuanto puente exista, que algunos textos aparentemente varoniles, ocultan bajo sus acentos graves y desenfadados, unas preciosas enaguas, como las que acostumbraba a usar mi nunca bien ponderada abuela.
Gracias a Dios que existe alguien que me abrió los ojos, si no, la puerta de aquel closet literario, en donde ya desfallecían amoratadas, las palabras aquellas. Y ahora, desconfiado y temeroso de enredarme entre frases envueltas en satén y otras de pestañas encrespadas, acudo presuroso donde aquel señor que tiene el don invaluable de reconocer esos términos a lo mero macho de los decididamente colibríes…
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