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Inicio / Cuenteros Locales / Citlaltepetl / CINTLALCALCO (Un Hogar en las Estrellas)

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Mateo esperaba con ilusión su cumpleaños número seis, contaba los días y por las noches miraba a través de la ventana, a veces se quedaba contemplando las piedras con extrañas formas que reposaban caprichosamente en el patio, otras veces levantaba la mirada y la contemplación era muy distinta a la que se posaba frente a sus ojos, se pasaba soñando noches enteras, con los ojos abiertos, los codos apoyados en la ventana y la cara al viento; soñaba con cosas desconocidas, con otras vidas, con seres lejanos, con acontecimientos antiguos y futuros, consigo mismo, siempre que miraba al cielo soñaba irremediablemente.
Aquella tarde comenzaba a fundirse con la noche y el cielo se vistió de cientos de colores, faltaban catorce días para su cumpleaños y el pequeño Mateo miraba el patio, preguntándose cuántos años iría a vivir. Se tornó sombrío al considerar la posibilidad de que fuesen menos de seis, después de todo había posibilidad de que así fuera, la posibilidad más pequeña, pero aunque no lo quisiera, estaba ahí, latente y preocupante. Aquella noche cerró la ventana y salió a buscar piedras de río en donde hacía muchos años había corrido un caudal impresionantemente ancho y poderoso, que se cuenta que una vez se desbordó devastando a un antiguo pueblo. Caminó hasta casi las ocho, cuando ya no pudo cargar más rocas y llevó las que había encontrado hasta su ventana, luego se puso de espaldas y las arrojó todas a la vez diciéndoles: - anden, elijan su sitio ustedes mismas…
Como no había nada que pudiera romperse, nada grave sucedía cada vez que nuevos ‘inquilinos’ llegaban a habitar el patio. Después de cenar corrió hasta la ventana y se quedó mirando a sus pedruscos, imaginando que en verdad eran una comunidad que vivía en paz, con solemnidad. Hasta se le ocurrió que quizás pasaban las noches enteras platicándose lo que había conseguido ver cada una (¿de qué más podrían conversar las rocas entre si?).

La idea de no poder cumplir más años se alejaba y volvía como las olas que Mateo nunca había visto y que ocupaban un lugar preferente entre los sueños del pequeño. A Clara, su madre, le preocupaba que fuera a estar “loquito” porque siempre le hacía preguntas extrañas y le contaba cosas como la conversación de las rocas o historias sobre los montes que escuchaba en el viento. No sabía si llevarlo a la ciudad para que lo viera un médico o a casa de doña Pancha, para que le saque los demonios que se le habían metido, porque podría ser cosa del diablo que el niño pudiera escuchar la conversación de las rocas a medianoche o las historias que el viento traía desde los montes.

A la siguiente mañana corrió a abrir de nuevo la ventana y se encontró con que las piedras se habían fugado, quizás habían encontrado algún camino secreto hacia algún río, hacia uno donde aún corriera agua. La idea le entusiasmó, sin embargo, anduvo todo el día sombrío, meditabundo, evidentemente entristecido por la fuga de sus nocturnas compañeras, salió a caminar por el pueblo en busca de nuevas piedras, pero pensó que no quedaba ninguna en el patio y que les costaría trabajo hallar el mismo camino que habían seguido las otras, de modo que decidió dejarlas donde estaban y seguir caminando. A su paso encontró un carbón, con el que fue escribiendo en las paredes de las esquinas palabras extrañas, palabras que él aseguraba, eran los verdaderos nombres de las calles, así en tres días había rebautizado al pueblo entero y la gente se encontraba con las inscripciones en las esquinas sin prestarles atención; pero no él, que caminaba siempre por la calzada Omeyocan, que se dividía en dos justo al centro del pueblo y luego tomaba el camino de Cipactli, que era el de la izquierda, para doblar la esquina de la calle Tlalticpac, donde estaba la textilera donde trabajaba su mamá, para luego seguir hasta Chantico, donde estaba su casa, azul, preciosa, siempre reconfortante y protectora. Desde su ventana podía mirar a lo largo de la avenida Tezcatlipoca, que avanzaba hasta las faldas del monte Citlaltonac, a donde dirigía sus miradas y sus sueños una vez que se fugaron las rocas.

La noche previa a su cumpleaños, Ehecatl le dijo que tenía que irse al monte, donde le esperaba su regalo de cumpleaños, pero como los perros en la calle aullaban de una forma espantosa, se sintió mucho miedo y decidió esperar a la noche siguiente, Ehecatl estuvo de acuerdo y aquella noche Mateo se quedó profundamente dormido, como casi nunca había dormido desde que nació.

Al despertar se encontró con que la familia entera se empezaba a reunir para celebrarle su cumpleaños, a él le hacía mucha ilusión porque ahora podría ir con su padre, don Melquíades, al monte cada mes a cazar y cuando fuera temporada, iría también a Cincalco, a la pizca del maíz con su hermano ‘Memillo’. Recibió de muy buena gana los abrazos de la enormísima familia (incluyendo a cerca de quince primos que no recordaba haber visto antes) y se le vio sonriente durante todo el día, pensando en lo que le esperaba por vivir y en que había vencido al coco que le decía al oído que quizás no llegaría a cumplir los seis años.

Comenzaba a hacerse de noche: el ulular de las lechuzas decía que comenzaba a hacerse de noche y el negro del cielo ya estaba devorando los colores tan hermosos con que se había vestido la tarde. Algunos de sus tíos se habían ido ya; los demás estaban ebrios, casi en calidad de bulto, situación que aprovechó para escapar sin que nadie lo notara. Salió de su casa y corrió hacia el monte, con la ilusión que a los niños les hace recibir un regalo para el día de su cumpleaños brillándole en los ojos y la emoción golpeando fuertemente en el pecho. Fue internándose lentamente entre los árboles, con los piecitos descalzos sobre la tierra húmeda que tanto lo amaba y que le daba la bienvenida entre las rocas, las ramas que los altísimos abedules tiraron para ir regresando de a poco al suelo. Cuando sintió que las piernas no le daban para más, decidió convocar a Ehecatl por su nombre, llamándolo cada vez con más y más fuerza, hasta que al fin escuchó una voz ligera pero rotunda decirle: – Más, sube más alto y encontrarás lo que buscas… –
Y así lo hizo, siguió subiendo, sudando y casi a punto de renunciar y sentarse a sobar sus piernas, que ya no soportaban mucho, pero subiendo más por determinación que por cualquier otro motivo, cuando de entre las siluetas negruzcas de árboles y rocas, salió un coyote que no dudó en lanzarse sobre el pequeño cuerpo de Mateo, desgarrándolo para llevarlo a sus crías, que esperaban hambrientas en algún lugar de la noche.

Al notar la ausencia del “festejado” Melquíades salió a buscarlo con sus hermanos, pero nadie sabía dar razón de él. El rumor del “hijo perdido de la señora Clara” varios vecinos se ofrecieron a buscarlo, sin éxito. Llegó el segundo día y, armados de machetes y azadones, fueron a buscarle al monte cerca de veinticinco hombres, encabezados por sus familiares, quienes lo voceaban con la ronca voz de la desesperanza. Encontraron, finalmente sus ropas ensangrentadas y rotas, cerca de un trozo de carbón y una roca de forma singular que decía: Cintlalcalco. Nadie supo cómo interpretar el hallazgo, por lo que siguieron buscando; pero jamás encontraron otro indicio, parecía que el monte mismo se lo hubiera tragado.

Al volver al pueblo, con los jirones de sus ropas y la roca en las manos, con los rostros desencajados por la incertidumbre y la mirada clavada en el suelo, en la contemplación de las posibilidades (que eran infinitas) sobre lo que hubiese podido pasar con él y lo que quería decir la palabra en la roca, hasta que un anciano les dijo con voz grave y tono solemne que Cintlalcalco significa casa de las estrellas, o casa en las estrellas.
Fue hasta entonces que Clara dejó de pensar que su niño estaba loco y llevó de vuelta la roca al monte y hasta mandó a hacer un nicho para llevarle flores y más piedras de río, al no tener una tumba en el camposanto para visitarlo y, sin lograr contener el llanto, contarle las mismas historias que él mismo le había contado antes.

Texto agregado el 17-02-2008, y leído por 204 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
06-05-2008 Tengo un nudo en la garganta y el ojo aguado. No atino a poner un comentario medianamente apropiado aquí; sólo: Me gustó. amoenus
07-03-2008 Seguramente, Mateo se siente de maravilla en la charla con las piedras, allá en su casa -en las estrellas-...ah, que no sabía que las piedras también viven en las estrellas? Mejor, mucho mejor ahora, señor! Un abrazo en cadena para usted. Xibalba
18-02-2008 Si Mateo está -porque sigue vivo, verdad?- lleno de fantasía, ¿qué será de aquél que lo delineó entre sueños y una que otra madrugada? Ruah
17-02-2008 Ay que triste... aunque me perdi un ratito, porque no explicaste algunas cosillas, no deje de leer, aunque snif... no lo hubieras matado al pobrecillo... losergirl
 
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